El levantamiento del Salvador y la mirada de fe.
Carlos Finney.
"Y
como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así
es necesario que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que en
él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna."
Juan 3:14,15.
"Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos
traeré a mi mismo.
Y esto decía dando a entender de qué muerte había de morir."
Juan 12:32, 33.
Para aclarar este asunto, leeré el pasaje referido antes,
Números
21:6-9. "Y Jehová envió entre el
pueblo serpientes ardientes,
que mordían al pueblo: y murió mucho del pueblo de Israel. Entonces
el pueblo vino a Moisés, y dijeron: Pecado hemos por haber hablado contra
Jehová, y contra ti: ruega a Jehová que quite de nosotros estas
serpientes. Y Moisés oró por el pueblo. Y Jehová dijo a Moisés:
Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre una bandera: y será que cualquiera
que fuere mordido y mirare a ella, vivirá. Y Moisés hizo una serpiente
de metal, y púsola sobre la bandera y fue, que cuando alguna serpiente
mordía a alguno, miraba a la serpiente de metal y vivía."
Esta es la transacción a la cual aludía Cristo.
En ambos casos el propósito era salvar a los hombres
de perecer. La
mordedura de la serpiente sin antídoto significa la muerte
del cuerpo:
los efectos del pecado sin haber sido perdonados son la ruina
del alma.
Cristo ha sido levantado para que los pecadores, creyendo
en él no
perezcan, mas tengan vida eterna.
"Perecer" no puede significar el aniquilamiento pues no sería
lo contrario a la vida eterna. Vida eterna significa felicidad eterna, por lo
cual "perecer" es miseria eterna.
Observamos dos puntos de analogía entre la
serpiente ardiente y Cristo.
1.- Cristo tenía que ser levantado en la cruz
como la serpiente lo
fue en el desierto.
2.- Cristo debe tenerse como el remedio para el pecado,
así como la
serpiente lo fue para un veneno.
La Biblia comúnmente presenta al pecado como una
enfermedad para la
cual Cristo tiene poder sanador.
En este aspecto la serpiente es el tipo de Cristo. Cualquiera que la miraba
era sanado. Cristo sana no solo del castigo del pecado,
sino del corazón
inclinado al pecado. Su poder limpia y purifica
el alma.
Cristo como la serpiente fueron levantados como un remedio
completo y adecuado.
Los israelitas no tenían que preparar antídotos. Solo tenían
que mirar con fe sencilla para ser sanados.
Cristo debe ser levantado como un remedio presente.
La curación obtenida
al mirar a la serpiente no tenía demora.
La serpiente fue el remedio provisto por Dios para el veneno. Igualmente Cristo
es el remedio provisto por Dios para el pecado.
La serpiente era un remedio divinamente certificado; no era un cúralotodo
como hay muchos con nombres rimbombantes y testimonios apasionados. El Padre testificó
de Cristo que él era el remedio perfecto para el pecado.
Cristo debe ser levantado desde el púlpito y este hecho debe ser corroborado
por todos.
Imaginemos que los israelitas veían morir a muchos que miraban a la
serpiente ardiente. Este hecho ¿No significaría que el remedio era
inútil?. El ver a muchos pecadores salvados es una
confirmación
del poder de Cristo para salvar.
El primer punto análogo es el levantamiento
del objeto para ser visto.
El segundo es; mirar al objeto.
Los hombres entendieron que el mirar a la serpiente era un medio divino para
poder sanarlos.
Recordemos a la mujer enferma de flujo de sangre. Ella había escuchado
de Jesús y había creído que si pudiera tocar su manto sería
sanada. Veámosla abrirse paso temblorosa entre la multitud. ¿Qué
trataría de hacer esa pobre inválida?.
Ella sabía lo que iba a hacer. Se acercó a Jesús y alargó
su mano para tocar su manto. Entonces el Señor se voltea y pregunta ¿Quién
me ha tocado?.
Para los israelitas la sanidad que obtenían al mirar a la serpiente
era un misterio pero a la vez un hecho. No podían explicar como eran sanados,
lo que sí sabían era que al mirar eran sanados.
Así tenemos
que ver a Cristo.
La mirada a Jesús implica que apartemos la mirada de nosotros mismos.
Miles fracasan porque quieren ser salvos por sus obras y en parte por Jesús.
Mirar a Jesús significa que solo en él confiamos
para nuestra salvación.
Existe una tendencia entre los cristianos a depender de lo que podemos hacer
para nuestra salvación. Así la mujer que se acercó a Jesús
ya había agotado todo lo que podía hacer para su sanidad. Sin filosofar
sobre ello corrió a Jesús.
He escuchado algunos que preguntan: ¿Puedo yo ser salvo del pecado
de manera que no caiga de nuevo en los mismos pecados y tentaciones?. Yo le he
respondido: ¿Ha procurado ver a Jesús?. ¡Claro! Me contestan.
Pero ¿Ha esperado ser salvo mirando a Jesús y a la vez, ser
lleno de fe, amor y santidad?. Entonces me contestan -¡No! No esperaba eso-.
El ver a Jesús debe ser con el propósito de
ser salvados y no
de especular. Pensemos en los israelitas mirando un poquito a la serpiente
y luego
ver que pasaba, que estaban sintiendo. Esto no es mirar con fe. Cualquiera
que
haga esto no será salvo.
Los pecadores deben mirar a Cristo como el remedio de todos sus pecados y
no reservarse algunos. No hay honradez en el corazón
que busca la salvación
parcial.
Los pecadores deben mirar a Jesús inmediatamente.
No necesitan esperar
a estar casi muertos. Los israelitas que eran mordidos podían decir: todavía
no me hincho mucho, no siento que el veneno recorra todo mi cuerpo, voy ha esperar
a estar peor para que Dios me tenga lástima. No hay ninguna necesidad de
esperar.
Debemos mirar a Cristo y no a las obras. Algunos
piensan que deben estar en
una agonía mental tremenda, o derramar muchas lágrimas amargas para
alcanzar la salvación. Esto no es necesario, solo el mirar con fe.
Si es pecador y sabe que lo es ya está capacitado
para venir a Jesús.
Hay personas que pueden hacer todo con más facilidad; como recorrer mar
y tierra buscando otra cura, que tomar con sencillez lo que Dios ofrece.
Sin embargo puede despertar alguna duda en él. Quizá Cristo
pueda ayudarme. Este quizá se convierte en certeza y ahora dice: ¡Sí
Él puede sanarme!. Y entonces
mira a Jesús y su alma halla la paz
y gozo indecible que tanto anhelaba.
Bibliografía. Biografías
de grandes cristianos. Editorial Vida. 1992.