Su casa aparecía por entre algunos árboles y muchos matorrales, la casa era bastante humilde y siempre emanaba una fumarola de humo y vapor, los que llenaban la cuenca donde el lago reposaba.
El lago en sí poseía un aroma muy particular, producto quizás de las emanaciones de la casa de la vieja Mana. Un día decidí espiar la casa de la vieja, con la astucia e ingenio de los niños de mi edad, me logré aproximar hacia un agujero de una de las piezas de la casa. Resultó ser la cocina.
La vieja Mana preparaba un cocimiento en una olla que bien podría haber tenido capacidad para dos como yo. Había un olor muy desagradable cerca de la cocina, y según lo que podía ver había mucha bosta de animal en el suelo de tierra de la cocina, además de algunos bichos raros y animales.
Confieso que sentí pavor cuando la vieja Mana le torció el cuello a un gallito de la pasión y con un cuchillo que colgaba de su cuello como un collar, se lo cortó. De donde había estado, hasta hacía algunos segundos, la cabeza del gallito aparecieron alguna gotas explosivas de sangre, las que la vieja controló con la presión de su mano, hasta acercarse a la olla, donde relajó los musculos de su mano, y a la vez liberó un torrente de humeante y espesa sangre, que dejó al ave seca.
Luego, con el cuchillo le rajó el cuerpo al ave, y de este extrajo un pequeño saco medio blancuzco que al ser exprimido, soltó unas gotas de algo amarillo y negro. Lo puso en un mortero, y maceró algunas hojas de nogal con mucha paciencia, hasta crear una pasta espesa y verdosa.
Luego de haber terminado esa operación metió la mano a un frasco conservero y sacó una espantosa y enorme rana, luego de ponerla en su mesón de cocina, enterró su cuchillo justo en medio de los ojos de la rana, la que pataleó hasta algunos segundos después. Una vez muerta la rana, con unos alfileres clavó cada una de las extremidades de la rana al mesón. La posición de la rana me sugería una fuerte imagen de un quirófano. En efecto, la preparación de la rana más parecía una intervención. Con una navaja de afeitar, la vieja se dispuso a cortar delicadamente cada una de las verrugas acuosas del lomo de la rana, al mismo tiempo que las ponía sobre un plato de metal. Después las echó a la olla.
Más tarde mire horrorizado como la vieja traía un cordero, que berreaba angustiosamente, tirado de la lana que le crecía justo atrás de la cabeza. Fue entonces cuando la vieja se acomodó la cabeza del animal entre sus rodillas, mientras que sostenía el sucio cuchillo entre sus escasos dientes. En una acción muy rápida la vieja tomo su cuchillo y luego de agarrar la oreja derecha de su víctima, la amputó de raíz dejando que el animal corriera salpicando sangre por doquier.
La vieja pasó la oreja del animal repetidas veces por las flamas hasta dejarla sin un pelo. Luego envolvió una pequeña cantidad de guano en su interior y la metió en el guiso, el cual revolvió por varios minutos.
Yo sentía miedo y asco después de lo que había visto, y con algo de dolor de guata, decidí dejar de mirar y correr lo más silenciosamente posible hasta mi casa. No me costaba mucho deslizarme sin hacer ruido, ya que mi escaso peso no hacía crujir las muchas hojas del patio de la vieja. Cuando ya casi podía tocar los rotos palos que eran la cerca de la casa, sentí una huesuda pero fuerte mano apretando mi hombro, luego un dolor sobre mi nuca y después vi la monstruosa cara de la vieja que sonreía mirándome, mientras me arrastraba de un pie por todo el patio hasta llegar a la cocina. Aunque hice los esfuerzos más grandes de gritar, ni el menor suspiro salió de mis labios. Entre aturdido, mareado y aterrorizado solo pude contemplar a la vieja mientras esta introducía en mi boca una gran cuchara de palo que contenía el salado y hediondo caldo.
No he podido calcular cuantas cucharadas me hizo tragar, pero cuando, después de un largo rato, por fin abrí los ojos , me encontraba en la orilla del lago.
Ha pasado mucho tiempo desde ese día, y aunque en algunos atardeceres como este, me acuerdo de aquel día, la mayor parte del tiempo vivo normalmente aquí en el lago, trato de recordar lo menos posible cuando era niño, pues debo concentrarme en mis tareas de sapo. He logrado construir un agujero bastante cómodo en el fondo del lago, y aunque ya no pueda hablar, no importa mucho ya que de todas maneras los sapos y ranas del lugar no serían buenos escuchando.