Los
más remotos hallazgos arqueológicos sobre la ocupación humana del Istmo de
Panamá, evidencian que su posición geográfica, en mitad del Continente
Americano, determinó que se convirtiese en encrucijada de culturas y ruta de
contacto entre los pueblos. Se descubrió así, que desde tiempos tan lejanos
como el año 8000 A.C., el territorio panameño era utilizado por el hombre
prehistórico para desplazarse entre Centroamérica y Sudamérica.
Aunque el descubrimiento de Panamá lo realizó Rodrigo Galván de Bastidas en
1501, se considera al almirante Cristóbal Colón como su "descubridor
intelectual", cuando en 1502 llegó accidentalmente a estas tierras en su
cuarto y último viaje y vislumbró su condición ístmica y, por ende, la
posibilidad de unir ambos océanos.
El suceso despertó el interés de la
corona española, incrementado con la travesía de “La Ruta” por Vasco Núñez de
Balboa y su descubrimiento del Mar del Sur, el 25 de septiembre de 1513.
Pedrarias Dávila, por instrucciones de los Reyes de España, llevó a cabo la
fundación y poblamiento de diversas ciudades en este territorio, como Acla
(1515), Panamá (1519), Natá (1522) y otras. Con estas acciones se
institucionalizó la fundación de tránsito del Istmo y su adscripción al
sistema colonial español.
Pedro de los Ríos, sucesor de Pedrarias, estudió la posibilidad de construir
una vía intermarina utilizando el Río Chagres, mientras que Alvaro de Quijo
emprendía esa misma tarea al Sur del Río Grande. Por su parte, el portugués
Antonio de Galvao y el español Francisco López de Gómora, presentaron al
monarca español un proyecto destinado a abrir un cala por Panamá, Darién
meridional, Tehuantepec o Nicaragua.
Este Rey de España, en 1534, ordenó la realización de los primeros estudios
topográficos para la construcción de un canal por el istmo. A pesar que la
obra estuvo fuera de su alcance, lograron pavimentar con guijarros los caminos
para mulas que conducían el oro procedente del Perú con destino a la
metrópoli española, restos que aún se aprecian en el Camino de Cruces.
Ambos sucesos ocurridos a partir de ese mismo año (1534), así como la
creación de la primera Audiencia de Panamá, en 1538, confirmaron no sólo la
función transitista del istmo, sino la necesidad de construir una vía que
uniera los dos océanos. Sin embargo, tres siglos pasaron antes que se
realizara el primer intento para hacerlo realidad.
El interés francés en esta materia data del año 1735, cuando el científico
Charles Marie de la Condamine, después de visitar Panamá, recomendó la obra a
la Academia de Ciencias de París.
El General Francisco de Miranda, “El Precursor”, visionario hispanoamericano,
le expuso la idea de un canal interoceánico al Primer Ministro Británico
William Pitt, en 1790, después de observar una obra de esa naturaleza
construida en la ciudad alemana de Slewing. Por su parte, Alejandro Von
Humboldt, "descubridor científico de América", quien recorrió
América entre 1799 y 1804, anotó las facilidades de un canal que partiendo de
la Ciudad de Panamá en el Pacífico, llegase hasta Cruces y de allí,
aprovechar la navegación del Río Chagres
Desde temprano, el paladín de las luchas libertarias de las colonias
españolas en América, mostró interés por el istmo, dado el supremo destino
que tenía deparado, el que plasmó en su profética Carta de Jamaica, del 6 de
septiembre de 1815.
Expusó en ese histórico documento, los beneficios que generaría un canal
interoceánico construido por Panamá, así como sus ideales de unidad,
solidaridad e independencia de los pueblos hispanoamericanos. Para este
último objetivo, realizó convocatoria el 7 de diciembre de 1824, para un
magno Congreso Anfictiónico, el que efectivamente se realizó en nuestro país,
en 1826.
Según el escritor José Jacinto Rada, el gobierno norteamericano también
evidenció desde temprano, su interés en esta materia, por lo que giró
instrucciones precisas a sus delegados al Congreso convocado por Bolívar, expresándoles
que si la obra se habría de realizar algún día “en condiciones tales que el
paso de los buques de alta mar pueda asegurarse de océano a océano, su
beneficio no debe apropiarse exclusivamente por ninguna nación, sino que debe
extenderse a todas partes del mundo, salvo el pago de una justa compensación
o de peajes razonables”.
Importa advertir que en un período de
casi 30 años, desde que el Coronel William Duane visitó Bogotá (1822-1823), e
intentó organizar una compañía para excavar el "estrecho de
Panamá", hasta la firma del Tratado Stephens-Paredes, para la
construcción del ferrocarril, se hicieron no menos de diez intentos,
concesiones o contratos, para estudiar las posibilidades de utilizar la ruta
transístmica, mediante un camino de macadam, un canal o un ferrocarril,
siendo sus gestores las personalidades que se detallan seguidamente, quienes
representaban sus propios intereses o los de capitalistas de Estados Unidos,
Francia o Inglaterra: DíEvereux y Cochrane (1824); Hislop (1825); Lloyd y Falmarc
(1827); Barón y Thierry (1833); Bidle (1835); Salmón y Joly de Sablá (1838);
Garella (1843) y Klein (1847).
En 1848, con el buque a vapor el Falcón y, posteriormente, El California
(1849), se establecieron las primeras líneas regulares marítimas que
atracaron en puertos panameños, hecho que confirmó una vez más, la función
transitista del Istmo y la conveniencia de explotar el recurso de su posición
geográfica.
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