ARTÍCULOS ROBADOS
Ya estamos en el 2001, uy, perdón, en 2001, y creo que todavía sigue vigente el desaguisado del 2000, estooo... de 2000, que me diga. Y mucho me temo que sigamos a rastras con la cosa todo el milenio... mmm... todo milenio... eeeeh... a rastras con cosa todo milenio. Eso.
No sé a ustedes, pero a mí me sigue sonando raro que nos quiten los artículos de donde tienen que estar. Me sonaba mal en 2000 y me sigue sonando mal en 2001. Mejor me sonaría en el 2000 y lo mismo digo del 2001. Sin embargo, a la Santa Academia de la Lengua le dio por poner en práctica con excesivo celo su eslogan de desinfectante doméstico: limpia, brilla y da esplendor; y frotó que te frotó con tanta eficacia probada, que en uno de esos restregones se llevó el artículo del 2000 y de años sucesivos.
Al parecer, la cuestión no se había planteado muy en serio antes del fatídico año. La gente decía normalmente “cuando llegue el 2000”, “en el 2000”, “a principios del 2000” sin que nadie reparara (ni siquiera la Academia), en la horripilante incorrección que estaban cometiendo. Pero el 2000 no llegó: llegó 2000. Sigue sonando mal, ¿verdad?... hay que ver, no nos acostumbramos. La Academia publico en un rancio periódico el edicto en el que declaraba la corrección de la forma “de 2000” frente a la popular, usual, universal y, por lo tanto, correcta, “del 2000”. Posteriormente hubo una titubeante rectificación, en la que se declara que ambas formas son correctas, excepto para las dataciones de documentos y fechas de cartas, donde debe prevalecer la forma “de 2000”.
Sin embargo, el mal estaba hecho. A pesar de esta rectificación, de la discrepancia de numerosos escritores y estudiosos, incluso académicos, y, lo que es más importante y fundamental, de la falta de concordancia con el lenguaje popular y su uso común, el síndrome “de 2000” alcanzó a la mayor parte de los escritos y publicaciones. Y ya no sólo en las fechas de las cartas y documentos, donde la Academia lo hace preceptivo, con muy cuestionable criterio, por cierto, sino en toda ocasión y lugar. Y más allá del lenguaje escrito, ya no es raro oír a los locutores audiovisuales decir “de 2000”, con evidente esfuerzo y a contralengua, como cuando se empeñan en pronunciar las palabras extraño, instituto o abstracto como se escriben y no como se dicen. Y, si os fijáis, observaréis en esos casos un pequeño matiz de retintín, de énfasis que, por un lado denota la extrañeza de tales expresiones y pronunciaciones y una tenue sospecha de estar haciendo el ridículo, pero que, por el otro, nos muestra un resabio de pedantería, como diciendo: “¡Eh, que lo sé decir bien! Suena raro pero se dice así, peazo incultos”. ¿Lo habéis visto? No suelen decir “abril de 2001”: dicen “abril dé 2001”, como recalcando.
Pues bien: este es el desaguisado en el que nos ha metido la intromisión de los pedantes en la lengua, de los que se creen más listos que el pueblo. De aquellos que piensan: “si se dice ‘de 1813’ y ‘de 1999’, por analogía se tendrá que decir ‘de 2000’ y ‘de 2048’”. Y si el uso unánime en el lenguaje popular les lleva la contraria, lo atribuirán a la incorrección y a la incultura de la plebe. Los que se creen que la gramática es para dictar leyes en vez de para descubrir las maravillas de la lengua y que debieran ponerse mejor a investigar por qué la gente dice “del 2000”, en vez de a tacharlo de incorrecto o poco recomendable. Los que se piensan que la lengua tiene unos pocos propietarios, guardianes de la corrección y la cultura, y pretenden imponer sus extravagancias normativas y separar y prestigiar a aquellos que las conocen y acatan esas leyes, los tenidos por cultos, del común de los hablantes. El resultado de todo esto consiste, consciente o inconscientemente, en robarle a la gente el lenguaje. Y, por extensión, negarle a la gente la capacidad de expresión: sólo los que saben hablar bien tienen derecho a hablar. La gente, ya se sabe, es malhablada.
En definitiva, se trata de una vieja historia: la lengua del Poder siempre ha sido la “correcta”, porque ha sido impuesta por el poder como tal. Y esto nos llevaría a jugosas disquisiciones sobre la naturaleza de las lenguas oficiales, nacionales y unificadas y su imposición sobre las variantes riquísimas del habla popular. Pero esto será en otra ocasión.
Por cierto, que en este síndrome “de 2000” uno de los elementos que más eficazmente ha jugado en la extensión de estas expresiones han sido los medios de comunicación, que de forma unívoca y sin dejar lugar a resquicios de duda han optado tajantemente por la chocante forma académica. Y no sólo ya en lo que prescribe la Pulcra Institución, en las fechas de documentos, sino en toda ocasión y momento. Ha sido erradicada totalmente la opción del lenguaje común, la que seguimos empleando cuando hablamos. Salvo que se trate de artículos de algún inconforme o de descuidos, en los que asoma ese lenguaje común al aflojar su vigilancia la absurda norma, nunca veréis por ahí escrito “del 2001” y otras cosas que normalmente se dicen.
¿Y por qué se produce una adhesión tan servil, fulminante y masiva en los medios de comunicación a una norma tan antinatural? Seguramente por ese halo de prestigio que más se reafirma y más selecto y exclusivo se pretende cuanto más se aleja de los usos del vulgo, ese afán de corrección mal entendido y reducido a la aceptación borreguil y acrítica de las normas que vienen de las alturas. La psicología del periodista del montón acaba funcionando de este modo: “si redacto la noticia sin utilizar la forma de prestigio, va a parecer que escribo mal. Y si pongo “del 2001” en vez de “de 2001”, se van a pensar que no sigo las normas académicas y paso de tener que darle explicaciones al redactor jefe”. Y para que no haya dudas, esto se hace siempre y en todo lugar: hay que ser más academicista que la Academia. No hay que buscarse líos: hay que trepar lo que se pueda o, por lo menos, mantener el puesto, ¿verdad, amigo periodista? Y así llegamos a ver los esperpentos con que nos regala el prestigioso diario supuestamente progresista e imagino que muchas más publicaciones cultísimas, eliminando el artículo en expresiones del tipo “en 2000”, “desde 2000” o “se fue 2000” (uf). Y yo no sé si acabarán diciendo también cosas como “¡a por 2002!” (a por 2002... ¿qué?). Por cierto que también darían, y darán aquí, mucho que hablar las implicaciones de esa psicología medrosa del periodista común en el campo ideológico y de cómo se acepta de forma igualmente incondicional y unánime una única ideología y una línea de pensamiento indiscutible.
Y no quisiera que en esta diatriba se vea un ataque a aquellos que hayan empleado alguna vez la fórmula que aquí criticamos. Pues la verdad es que la cosa se ha extendido tanto que hasta publicaciones revoleras (no todas, por cierto) y algunos amigos y amigas la utilizan. Por eso no está nunca de más reflexionar sobre cómo el Poder interfiere en el buen uso del lenguaje y de qué entendemos por ese buen uso.
Desde aquí sostenemos que el lenguaje es del pueblo porque no es de nadie y porque no puede tener dueño. Que ningún habla espontánea y popular es incorrecta ni inferior. Que es desde las instancias del Poder desde donde se dicta lo correcto y lo incorrecto, donde se elige entre las variantes para mantener esa unidad de la lengua que tanto necesitan los imperios y la administración, pero que nunca le ha hecho maldita la falta a la gente de abajo para entenderse con el vecino y con el no tan vecino. Y es que la verdadera corrección está en el uso popular, en el acuerdo común y espontáneo de los hablantes. Y que toda norma que vaya contra ese principio es, por definición, un desatino y una pedantería.
Eso no quiere tampoco decir que haya que aceptar como buena y deseable cualquier forma de hablar que oigamos a la gente corriente de la calle. Precisamente la interferencia del Poder y de los medios de comunicación han cercenado en buena medida la capacidad de expresión de muchos hablantes. La jerga periodística, modelo impuesto de lengua para las poblaciones, la jerigonza política, o cómo hacer de la nada algo rimbombante, y el lenguaje publicitario, que ya es directamente el arte del engaño, conviven sin problemas con la banalidad de los contenidos de la Industria del Entretenimiento y machacan los oídos y las entendederas de los mortales. Pero a pesar de la uniformización cultural y lingüística realizada a escala global, la voz de la gente siempre encontrará resquicios para hablar un poquito y dejarse oír. Ojalá este sea uno de ellos.
Este texto se emitió por primera vez
el 26 de marzo del 2001
Fractura de Radio
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