Este Régimen, o Sistema socio-económico que sufrimos y que llamaremos Capitalismo, para simplificar, tiene sus miedos, como veíamos por aquí no hace mucho. Miedos e inseguridades que nacen de su propia falsedad, de su mentira fundacional.
Hablábamos el otro día de cómo el sistema capitalista no puede considerarse un sistema estrictamente económico, ya que no cumple el requisito fundamental que el sentido común le exige a la economía, es decir: que sirva para disponer de los recursos que haya de manera que las necesidades de la gente queden satisfechas y cubiertas, sin agotar ni esquilmar dichos recursos. Así han funcionado la mayoría de las culturas, en función de los recursos que les ofrecía su entorno, viviendo con ellos y de ellos de una forma equilibrada, sin agotarlos ni destruirlos. El capitalismo, extendido a todo el planeta como una terrible plaga destructiva, no sólo no cubre las necesidades de la gente, sino que genera cada vez mayor pobreza y desigualdad. Y más en estos tiempos en los que se le deja rienda suelta, en nombre del neoliberalismo y la globalización y la liberalización económica. En pocas décadas los la parte más adinerada de la Humanidad han pasado de ser 30 veces más ricos que los de la parte más pobre, a serlo 60 veces. Y la desigualdad sigue en aumento. Los pobres son cada vez más pobres y más numerosos. Si alguien piensa que un sistema económico válido pueda producir semejante barbarie de muerte programada, es que no tiene juicio o que tiene muy malas intenciones.
Por otra parte, y en muy estrecha relación con lo anterior, la destrucción que impone el capitalismo es cada día más salvaje y más gigantesca. La riqueza natural de la que podría abastecerse la gente para sobrevivir de manera digna, es expoliada a un ritmo creciente. La barbarie capitalista no respeta nada. Sus servidores tan sólo atienden ciegamente a lo que les dicta su dios fabricado a base de acumulación de capitales (o lo que es lo mismo, dios de rapiña y expolio). Deben pensar que las selvas de Java, Borneo, Sumatra, etcétera, estaban ahí desde hace miles de años esperándoles para que un día llegaran ellos a incendiarlas para abaratar el precio de la madera. Deben pensar que el pueblo U'wa de eso que dicen Colombia ha desarrollado una forma de vida y una cultura milenaria tan sólo para ser exterminados porque bajo sus pies hay petróleo, o sea dinero, beneficios en sus cuentas, maleficios funestos para la gente. No hay un rincón del globo que escape a la enfermiza codicia de los capitalistas (al espíritu emprendedor, que diría la versión oficial). De seguir así, el capitalismo camina hacia su propio suicidio, agotando completamente los recursos de los que se nutre. Pero en esa huida al abismo nos coge a todos de la mano y nos lanza al vacío con él. A un vacío de tierras desoladas y gente miserable. El capitalismo debe morir para que la gente pueda vivir. El capitalismo y, por tanto, la Unión Europea, los Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional, el Tratado de Maastricht, La OTAN, la Constitución Española que consagra el libre mercado.
El capitalismo no es un sistema económico, porque, como tal, fracasa. Entonces: ¿qué hostias es? Sencillamente, un sistema de dominación y de sometimiento. Con una particularidad: antaño, los diversos métodos de someter y de sojuzgar pueblos parecían favorecer a una parte determinada de la población: a la élite, a los mandamases, a los poderosos, a los ricos... Ahora, sin embargo, todos son sometidos. También aquellos que aparentemente ostentan el Poder. Su vida se reduce a servirlo constantemente, so pena de caer inmediatamente en desgracia y en el escalafón. La competencia es muy dura, y si no das el 100 por 100 por tu empresa, te comen los otros; si no te sacrificas al 100 por 100 por tu carrera política, otro ocupará tu lugar. Los que se creen que mandan son bastante desgraciados, en el fondo. No les tenemos ninguna envidia. Más nos vale olvidarnos del mito de que viven bien a costa de los otros. ¿O es que acaso te gustaría vivir y pensar como ellos? ¿No? ¿Entonces, por qué llamar a eso "vivir bien"?
Los supuestos mandamases van caminito del abismo, como tó quisqui. Son pieza fundamental en que así ocurra. Pero también lo es la masa dócil y sumisa que consiente que esto ocurra. La masa adoctrinada de súbditos que el Régimen necesita para darse una apariencia democrática. Pero lo más importante para que la mayoría (masa y mandamases) avance hacia el precipicio, es que no sepa hacia dónde va, que no se dé cuenta. Y para eso están los miedos, los mitos y las creencias.
Mitos como los que fundamentan la teoría capitalista. El intenso adoctrinamiento al que se ven sometidos los estudiantes de economía y el público en general tiene por objeto reforzar esos mitos e impedir que nadie pueda mirar con ojos y razón limpios a lo que pasa en este mundo. Lo evidente pasa a hacerse oscuro, utópico, impensable, a la vez que el mito se refuerza. La economía no tiene que servir ya para nada útil, dice la voz de la fe: su único fin es crecer y acumular capitales, cuanto más mejor y a costa de lo que sea. Semejante aberración necesita ser constantemente reforzada por la propaganda del Poder, porque, si no, sería muy sencillo que cualquiera pudiera darse cuenta de lo que pasa.
Pero estos mitos y creencias necesitan fortalecerse por medio de fuertes miedos y temores. Temores y miedos que son necesarios para la propia supervivencia del Sistema de Dominación que los produce, con la sola condición de que nadie se dé cuenta de que es el propio sistema el que los provoca, que todo el mundo piense que son ajenos a éste y que, precisamente, es el sistema, el Poder, el que nos va a proteger de ellos. Es, por ejemplo, el típico argumento que se suele dar para justificar la existencia de los estados y el sometimiento a ellos de las gentes: "es que, si no, esto sería el caos, nos comeríamos los unos a los otros". ¿Y que otra cosa, si no, tenemos ahora?
Por cierto, que aquellos que piensan que tiene que haber Poder, Autoridad, por que la naturaleza humana es perversa y no podemos convivir, que me explique cómo podemos convivir con los que mandan, ¿o es que al tomar el poder abandonan su naturaleza humana y adquieren otra semi-divina, comopretendían hacer creer en los viejos tiempos? Si el hombre es acaso un lobo para el hombre, lo peor que puedes hacer es darle Poder a un hombre, para que sojuzgue al resto de la manada. Es más, eso de que el hombre no puede convivir normalmente con los demás parece que está más bien inspirado en aquellos que ostentan algún tipo de poder o privilegio y que han de defenderlo a toda costa, con intrigas, trapicheos y todo tipo de manejos, y no en la gente corriente, que lo único que quiere es vivir a gusto y tranquilamente con los demás. Habría que decir más bien: "El poderoso es un lobo para los demás", y que me perdonen los lobos por compararlos con semejantes alimañas. O sea que aquí nos encontramos (una vez más) con una nueva razón para luchar contra el Poder, contra el Estado y contra toda Autoridad.
Pero hablábamos de los miedos que impone el Poder para mantener su dominio sobre las gentes atemorizadas y medrosas. Así, también, el miedo a la inseguridad, al paro, a la marginalidad, circunstancias todas ellas producidas por el propio sistema. Se podría pensar en una economía sin paro, sin marginalidad y sin inseguridad (cualquier economía tradicional indígena valdría), con lo cual se prueba que no se trata de algo natural, sino de algo muy directamente relacionado con este Sistema. Se argumentará acaso que no es lo mismo una economía a escala reducida que una economía a gran escala, que, inevitablemente tendrá que producir desequilibrios. Entonces, nos preguntamos desde acá abajo, ¿para qué tanto empeño en globalizar la economía? ¿para generar más desequilibrios? Y eso por no hablar de la mala sangre que implica el tratar como simples "desequilibrios" el hecho de que la mayor parte de la gente en el mundo no pueda vivir con un mínimo de dignidad, y en muchos casos, que ni siquiera pueda, simplemente, vivir. Hay que estar seriamente desequilibrado para hablar así. Y muy desequilibrado habrá que estar también para defender el capitalismo. Y una cosa está clara: el hecho de que los desequilibrados, por ahora, sean mayoría, no quiere decir que tengan razón.
Y cuando los miedos inculcados no bastan y la gente pelea contra lo que le imponen, sale a relucir el recurso último y el fundamento primero del Poder: la violencia, la represión, el sometimiento por la fuerza. Es el último miedo que pueden imponer y que, de hecho, imponen. Que la violencia física haya pasado a un aparente segundo plano en las estrategias de dominación, no quiere decir que hayan renunciado a ella. Simplemete, que no les hace falta, que cuentan con métodos más sutiles de control de pensamiento para dominar la rebeldía de la gente. Que cuentan, entre otras cosas, con la violencia estructural y cotidiana contra aquellos que sufren con más rigor las injusticias y la miseria. La violencia que supone que haya gente (y mucha) que no pueda comer, dormir bajo techo, cosas de esas. ¿Donde están vuestros lacitos azules?
La violencia dismulada del Poder puede matar igual que su violencia física. Ningún guardiacivil empujó al fondo del Estrecho la patera que se hundió el otro día. No hay violencia física directa, pero no se puede negar que esas muertes son un asesinato cometido por un sistema que promueve la explotación de sus países, y la complementa con sus Leyes de Extranjería y con sus fronteras, fomentando bien el creciente fenómeno del racismo del que luego tanto hacen que se quejan.
En todo caso, ese fomento de los miedos, ese constante machaqueo de la Verdad Oficial Revelada, ese recurso último y básico demuestra que el capitalismo, que este régimen no se implanta de un modo natural por sus propias bondades, sino que se impone por medio de todo tipo de argucias, tretas, engaños y, si con eso no basta, palos.
Y si el Poder, el capitalismo en este caso, impone sus miedos a la población para seguir manteniendo el dominio no es sino porque él mismo tiene miedo.
El primer miedo y fundamental del Poder es hacia aquellos que somete, hacia la gente, evidentemente. Hacia su eterno enemigo. El Poder no puede discutirse ni cuestionarse abiertamente, porque teme que la gente deje de creer en él, que pierdan su fe. Y alguno dirá: "aquí se está hablando y se está cuestionando". Bueno, claro, pero en las formas de acallar las voces disidentes el Poder también ha evolucionado y aprendido de sus propios errores.
Antes (y todavía, en muchos sitios), al que no estaba conforme y lo manifestaba, sencillamente se le liquidaba, se le hacía callar o desaparecer. Hoy, aquí, vivimos en una sociedad mucho más civilizada y democrática. Aquí se puede hablar, supuestamente, de todo (aunque también es mucho suponer). Sencillamente, casi nadie lo va a escuchar. El sistema ha generado tal cantidad de ruido, tal sobresaturación de información, datos, cifras, declaraciones, tonterías que es casi imposible que se oiga alguna otra voz que no sean las que salgan por los Altavoces del Poder.
Y éstas vocean y vocean. Lo que sea, cualquier cosa, todo vale con tal de meter ruido, de ahogar las posibles voces de la gente. Y hablan de política y economía para repetirnos una y otra vez cómo nos tenemos que creer que es el mundo. Y si no, entretienen: hablan de fútbol, de bodazas reales, de espachurradas ilustres, de el último hit discográfico de Mássimo di Mognigo, de lo que sea. El caso es hablar. Entretener a la gente, que la tienen ya aburrida. Está claro que si la gente pudiera hablar y decidir de verdad, no se aburriría tanto. Pero quien crea el mal, crea el remedio: quien impone aburrimiento, vende entretenimiento. Todo muy bien montado, ¿no creéis?
Y vocean y vocean. Y tienen miedo a dejar de hablar. A que incluso un segundo de silencio, un segundo de reposo sirva para desvelar la mentira de su tinglao. Piensan que ya, de puro aburrimiento (o entretenimiento, que es lo mismo) a nadie le van a quedar ganas de decir nada que no esté mandao que se diga. Pero aquí, por lo menos, seguimos en esta humilde fractura de radio. Y si se aguza bien el oído, si se aparta a un lado el continuo aullido y berreo de las palabras basura, de las voces huecas y serviles, nos pueden llegar muchas más voces que intenten hablar de verdad, decir algo.
Jamás callaremos.
Otro de los miedos del Poder es el miedo a sí mismo. Bueno, en realidad no es el miedo que siente el propio Poder, que éste ni siente ni padece (sólo somete y destruye), sino el miedo que sienten los poderosos cuando tienen un leve atisbo del movedizo y sangriento tinglado al que han consagrado sus pobres vidillas.
Los poderosos son medrosos y asustadizos. No sólo con sus súbditos, sus enemigos naturales: también con sus competidores, con los que han de estar en continua guerra para conservar el estatus. Viven en un continuo sobresalto y tensión, virtudes que han sabido trasmitir muy bien a la sociedad entera. Y también tienen miedo de esa maquinaria absurda que se les ha escapado completamente de las manos y que rige sus destinos y los nuestros. La propia maquinaria del Poder, que ya funciona sola. Que no necesita que nadie la dirija, sino solamente piezas de recambio, lacayos que la sirvan a cambio de la falsa y efímera gloria de la televisión, la fama y el triunfo electoral. Por eso los poderosos se llevan esos sustos a cualquier sobresaltito que dé algún índice macroeconómico de esos. Y así les entra la cagalera y el pánico. Y se derrumba la bolsa, por ejemplo.
Y de un plumazo varían los valores, las cotizaciones. Y caen los precios de alguna materia prima producida en algún remoto país del que nadie se acuerda. Y allí llegan el hambre y los reporteros de la CNN. Y mueren unos cuantos miles. Un sistema muy racional de organizar la economía y la vida, como bien se ve.
Y luego pasa el susto y todo vuelve a su cauce: todos a seguir conservando la fe en el Dios de la Mentira y la Muerte. Maldito sea eternamente.
No se puede combatir el capitalismo sino frontalmente. No merece la pena andar con contemplaciones ni miramientos. El capitalismo no sólo no nos vale, sino que es funesto, para las tierras y para las gentes. El capitalismo impone una dinámica de destrucción que hay que cortar de raíz.
De hecho, quien sepa leer en la historia sabrá ver cómo han fracasado una tras otras las tentativas de dulcificarel capitalismo. Ahí tenéis la socialdemocracia, nacida como la facción pragmática y realista del movimiento obrero y ahora totalmente en brazos de los postulados neoliberales y sin un ápice de cuestionamiento del sistema. Ahí tenéis a los sindicatos mayoritarios, progresivamente asimilados por el pensamiento oficial.
El capitalismo, como última expresión del Poder y la Dominación llega a asimilar todo pensamiento y planteamiento que no se le oponga frontalmente. Ha aprendido mucho, el Poder, en todos estos siglos de guerra. Otro ejemplo: el actual Gobierno se jacta de haber reducido el paro y de que la economía va bien. Está claro que no va bien, no hay más que echar un ojo por ahí o por aquí, pero aquellos que no ven ni entienden más allá de las estadísticas, se creen que sí, por una serie de índices macroeconómicos en los que tienen mucha fe. Y con lo del paro, incluso los supuestos críticos a este sistema (o sea, la llamada izquierda) se tiene que callar la boca y decir: "efectivamente, ha bajao el paro". Tan integrados están en el sistema que han basado su única protesta en crear puestos de trabajo. ¡Pues vaya gracia, que le manden a uno a currar y a fabricar inutilidades! Y como la fabricación de inutilidades se dispara, pues los muy gilipollas se tienen que callar y dar la razón a las estadísticas ("ha bajao el paro"), a pesar de que los trabajadores se encuentren cada vez en una situación más precaria, con menos derechos y con menos oportunidad de abrir la boca, no sea que te echen (ya se sabe, el despido se abarata para mejorar la productividad, ¿verdad CCOO y UGT? y para crear empleo ¿verdad majos?). En fin, que ahí tenemos otra muestra de cómo el reformismo no hace sino darle justificación e ideas al capitalismo.
Y ahí tenéis lo que pasa ahora: cuando el capitalismo no encuentra una oposición clara y fuerte, vuelve a sus viejos postulados ultramonetaristas, a imponer la ley de la selva, el todos contra todos y la sustitución de la convivencia y la solidaridad por la competencia pura y dura en la que, claro está, unos cuantos juegan con ventaja y cuanto más juegan, más ventaja cogen.
No cabe entendimiento ninguno con el capitalismo. No cabe aceptar en absoluto la miseria, la destrucción y el expolio (¿o acaso cabe transigir y tragar con eso?); y la mejor lucha contra el capitalismo es gritar lo único de verdad que hay en este asunto, o sea, sus mentiras. Un pensamiento de verdad honesto no puede ser asimilado ni aprovechado por el capitalismo. Nosotros no pedimos más trabajo: estamos en contra del trabajo inútil e impuesto, de que alguien te mande hacer durante la mayor parte de las horas del día lo que a ti en la vida se te ocurriría ponerte a hacer. Que en vez de producir basura trabajando para nada, o mejor dicho, trabajando para la destrucción y la pobreza, mejor será que la gente se dedique a hacer sus labores, que entre todos se decida la mejor manera de aprovechar los recursos para que estos no se acaben ni a nadie le falte de ná. Eso no lo puede aprovechar ni asimilar el sistema capitalista: es su pura contradicción.
Este objetivo de la economía (aprovechar los recursos para que estos no se acaben ni a nadie le falte de ná) sólo los puede llevar a cabo la gente, no desde luego las corporaciones capitalistas, atentas tan sólo a sus beneficios, ni los gobiernos, confundidos e integrados cada vez más con éstas y ocupados en mantener la estabilidad de sus miserias. La gente, libremente, sin jefes, ni líderes, sin expertos ni especialistas engañados y engañosos, es la única que puede hacer eso bien, sin atender a otros intereses que no sean los estrictamente racionales y razonables.
¿Cómo se puede pretender que el capitalimo sea un sistema económico racional? El caos que produce es manifiesto, todo lo contrario a una ordenación racional de los recursos y las necesidades. Está claro, que los recursos los despilfarra, los agota, que convierte la riqueza en basura y, por tanto, la vida también la convierte en basura, al obligarnos a trabajar para esa fábrica demencial de inutilidades. Y en cubrir las necesidades de la gente, no sólo es que fracase estrepitosamente, sino que es que ni siquiera se las plantea, ya sabéis: competitividad, beneficios...(te alabamos, óyenos)
Pero vamos a hablar ahora
de la libre competencia famosa, máxima expresión del caos
capitalista. Miles y miles de empresas se dedican a su propio lucro, a
producir lo que sea, lo que dé dinero. A producir dinero y basura.
Todas contra todas: de unidas por la paz, una mierda: todas contra todas,
es la guerra, perdón, el libre mercado. La producción es
caótica:
¿Que hace falta no
sé qué en no sé dónde?
"Y a mí qué
me importa, ¿es que eso va a ser rentable, acaso?"
¿Que hay pocos coches
en la calle, que ya ni caben?
"Pues hala, a producir más,
que eso sí que da pasta. Y de paso, unas cuantas autopistas, unos
cuantos túneles, unas cuantas gasolineras... podíamos pillar
más petróleo en alguna tierra indígena de esas desaprovechada".
Podríamos poner unos
trenecillos para que cualquiera pudiera viajar, o un carrrilillo pa las
bicis...
"Si hombre, para que se
pueda viajar barato y cómodo...¿tú qué quieres,
jodernos el negocio, perdón, joder la economía nacional y
su fulgurante crecimiento que nos acerca a los objetivos de convergencia
que nos hemos trazado entre todos (¿ein?) y
destruir puestos de trabajo?"
En fin, no dicen eso, claro está, pero como si lo dijeran. No importa lo que de verdad haga falta, que ellos nos van a poner a currar para producir lo que les dé pelas. No importa que lo que se produzca no haga puñetera la falta, que se atiborren las calles de coches, de asfalto y los vertederos, de basura, cayéndose ya sobre las ciudades, como en el caso de Corunha, que si a su balance de beneficios le viene bien, ellos se llevarán por delante lo que sea. Así que ya tenemos una definición más clara de eso que dicen de libertad de competencia: no hacer ni producir lo que hace falta sino lo que conviene al engorde del Capital y, por lo tanto, a la miseria de la gente y a la destrucción de las tierras. Y en todo esto, nosotros somos los peones, los mandaos, los que prestamos bien barata nuestra mano de obra para semejante desbarajuste. No creo que una economía regida directamente por la gente pudiera ser más caótica ni destructiva, sino todo lo contrario, libres ya de servir a dioses huecos como esos de la rentabilidad, el crecimiento y su puto padre.
Fractura de Radio
se emite
Este texto se emitió por primera
vez el 1-11-97
en directo los lunes
de 7 a 8 de la tarde
y se repite los miércoles
a las 9 - 9 y algo
en
Radio Resistencia, 101 FM
emisora libertaria de Madrid.