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FRACTURA DE RADIO

DEL FASCISMO,
O CAPITALISMO HIPÓCRITA


 

     Congreso del glorioso 50 aniversario del Partido Comunista Chino. 50 años de prosperidad y felicidad para el pueblo.

 Igual no era así exactamente, pero seguro que alguno de los escasos eslóganes autorizados para corear obligatoriamente por parte de las personas autorizadas a asistir a las conmemoraciones era algo parecido a eso.

 Y, con el único fin de procurar la felicidad y la prosperidad de su pueblo, el Partido Comunista Chino celebra y exalta esa original combinación que aúna lo peor del capitalismo y lo peor del comunismo autoritario, es decir, algo muy parecido al fascismo.

 Todos esclavos por partida doble: del Estado y del Capital. O sea, como aquí, pero a lo bestia. Persecución implacable para aquellos que se vayan de la lengua o manifiestan una mínima discrepancia, incluidos aquellos que no coreen exactamente los únicos eslóganes autorizados en los fastos. Asesinatos de estado a mansalva: la tasa más alta del mundo de condenados a muerte. Todo ello combinado con eso que llaman liberalización económica, es decir, puertas abiertas para el dinero y las empresas capitalistas y cerradas a cal y canto para la gente. Obras faraónicas y cataclismos ecológicos. China, el país del futuro.

 Durante las celebraciones del Partido Comunista Chino, timonel de la liberación de la clase trabajadora, sus brazos armados, Ejército y Policía, se han dedicado a detener y expulsar a todo pobre, inmigrante y ciudadano sospechoso de no profesar una total adhesión a las consignas del partido, o, simplemente, ciudadano cuya presencia no contribuye a la gloriosa e impoluta imagen del Partido y del Estado de los trabajadores.

 Mientras tanto, a miles de kilómetros, en Granada, el alcalde decide retirar de las calles a indigentes, vagabundos y personas que, por su aspecto, puedan crear, según él, inquietud en la ciudadanía, de la que, por supuesto, quedan automáticamente excluidos.

 El partido llamado comunista de China y el alcalde llamado socialista de Granada parecen haberse puesto de acuerdo. Pero además, no están solos. Pueden enorgullecerse de coincidir totalmente con los postulados fascistas y racistas, tan promocionados en los últimos tiempos. Tan promocionados, entre otros, por alcaldes que se dicen socialistas y partidos que se dicen comunistas. Hay gente que sobra. Y si no se les puede eliminar, por lo menos hay que esconderlos de la vida pública, hay que quitarlos de enmedio, hay que meterlos debajo de la alfombra.

 Son los nadie de siempre. Los mismos que mueren en Brasil, en Timor, en Guatemala, en Colombia, en Sierra Leona. Los que arriesgan su vida, y muchas veces la pierden, por alcanzar el paraíso que les muestra la televisión y la publicidad. Pero en ese falso paraíso, ellos y ellas son ilegales.

 Ellas y ellos están de más. No estaban de más sus tierras, y por eso se quedaron con ellas las petroleras, las mineras, las cafeteras, las bananeras. Pero ellos no se sabía que pintaban ahí. Así que fueron expulsados a los suburbios de la capital, donde, quizá podían dedicarse a rebuscar en la basura. También allí sobraban, así que decidieron ir a donde la gente tiene dinero y trabajo: a Europa, a América del Norte... Y aquellos y aquellas que reunieron el dinero que les exigía el mafioso y no acabaron en el fondo del mar, llegaron al Paraíso, donde, con suerte, podrían dedicarse a realizar las labores más humillantes y trabajosas por sueldos de miseria, siempre con la amenaza y el chantaje de la expulsión o de la agresión.

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 Se queja Don Francisco Prados en la sección de cartas al director del Diario 16 del excesivo bombo que se les ha dado a los rumanos en los últimos tiempos. Por cierto, que puede estar contento Don Francisco, que ya la cosa ha decaído: parece ser que la noticia no vende, no es rentable. Bueno, pues empieza su carta el señor Prados diciendo “Ya vale de rumanos”, para, más adelante, asombrosamente, afirmar que su postura “no tiene nada que ver con posturas racistas ni xenófobas contra estas personas”, para, finalmente, redondear la contradicción pidiendo que “antes de subsanar la situación de estas personas arreglen la de los nacionales”.

 Semejante cúmulo de despropósitos vienen a cuento de un rumor que ha indignado grandemente al Sr. Prados y que hablaba acerca de la posibilidad de proporcionar pisos del Ivima a esta gente. Si simplemente el hecho de que se rumoree la posibilidad de esto hace que este ejemplar ciudadano se rasgue las vestiduras, se tire de los pelos y despotrique a diestro y siniestro, ¿qué pasará si, al final, cosa que dudo, se les da una vivienda digna a esta gente?

 El razonable, desinteresado y solidario argumento al que alude este individuo para justificar su cabreo es que “yo, como cualquier otro joven de la actualidad, si me quiero comprar un piso me piden el oro y el moro y lo más probable es que, a la hora de solicitar un crédito hipotecario, el banco me lo deniegue por no poder avalar con nada. Sin embargo, a esta gente sin nada con que responder se les conceden pisos de modo fácil y sufragado por las administraciones, en definitiva por todos los ciudadanos a través de nuestros impuestos.”

 Es decir, que ya no existe el derecho a una vivienda digna. Si a mi me lo ponen chungo, ¿cómo se la van a dar a esos pobres inmigrantes? ¿Qué es eso de que la gente pueda vivir en una casa? Ahora bien, los palacios de los ricachones y las mansiones de los empresarios chupasangres, bien vigiladas y repletas de lujosos cuartos de baño y de circuitos cerrados de televisión, eso no me indigna: eso es normal, y no que le den casa a la gente que esté tirada en la calle: eso sí que es indignante. Y eso, a pesar de que el ricachón en cuestión se haya forrado, por poner un ejemplo, comprando y modernizando una empresa privatizada en Rumanía, donde sobraban 2000 trabajadores, muchos de los cuales han tenido que emigrar a otros países.

 Otro detalle por el que parece especialmente dolido este ejemplar ciudadano es la posibilidad, aun remota, de que el dinero de las administraciones y de los impuestos pudieran servir en algún caso para algo útil, para que la gente tenga casa, por ejemplo. No le molestan los dos billones de pesetas anuales en gasto militar. No le molestan los millonarios gastos de autopropaganda de instituciones y politiquillos. No le molesta el despilfarro, sino la utilidad: eso sí que es razonable. Estamos contigo, Francisco.

 Y además, lo que más le duele a este hombre es la posibilidad de que ocurra esto, por que ocurrir, lo que se dice ocurrir, nada de eso ha ocurrido todavía y es probable que no ocurra nunca. Parece que esta gente ya está cómodamente instalada en sus flamantes hogares otorgados por el Ivima, pero, mientras Francisco Prados echa espumarajos por la boca, los rumanos siguen tirados en la calle. Imagino que jamás se le pasará al Sr. Prados por su única y maltrecha neurona indignarse por eso.

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 Pero, amigo Prados, no te apenes ni te soliviantes: no estás sólo. El Partido Comunista Chino, el alcalde socialista de Granada, el alcalde de Madrid y muchos otros fascistas de toda Europa y del mundo entero, son de tu misma calaña y de tu misma opinión: hay gente que sobra. Sobran todos aquellos a los que le falta todo: qué solución más fácil, cómo cuadran las cuentas. Después de despojarles de todo, la mejor manera de hacer justicia que se os ocurre es eliminarles: qué bien se complementan el capitalismo y el fascismo.

 Qué bien se complementan en golpear siempre a los mismos. En golpear cobardemente a los más indefensos. El Sr. Prados se queja de los que nada tienen, y no de los usurpadores, no vaya a ser que no le publiquen la carta en el periódico, donde, podéis estar seguros, jamás publicaran algo que se parezca a lo que venimos aquí hablando: nosotros no nos debemos complementar mucho. Y, mientras, el alcalde de Granada, después de algunos crímenes habidos en la ciudad, criminaliza y hace desaparecer a los más pobres e indefensos y no precisamente porque tengan que ver todos ellos con tales crímenes, al igual que el abusón del cole la tomaba con el más esmirriado de la clase. Buena política socialista, señor alcalde fascista de Málaga. Mientras, su homólogo, el alcalde fascista de Madrid, se ufana de buen rollo solidario tras mandar al culo de Madrid, entre polígonos industriales, autopistas y vertederos, al colectivo de rumanos, poniendo además una valla para que separar a los que sí y a los que no, a los censables y regularizables por un lado y, por el otro, a los que bien pueden pudrirse en el puto asfalto. A su vez, el Partido Comunista-Capitalista Chino pretende apartar de su vista aquello que le molesta, todo aquello que no consista en bien adiestrados robots coreando las consignas autorizadas.

 Y en general, todos quieren quitarse de enmedio la evidencia de su fracaso. Este sistema tremendamente injusto, que genera desigualdades cada vez mayores, que destruye la tierra y expulsa de ella a sus gentes, esta fábrica de miseria, de guerras y de desesperación no puede verse ni dejarse ver con su horrible y sangrienta cara. Y es ese capitalismo hipócrita, incapaz de reconocer su propia ruina, lo que propiamente se denomina fascismo: hay que hacer desaparecer las pruebas, o sea, hay que evitar que la gente repare en la miseria y el dolor, ni siquiera en el suyo propio. Y si no se consigue, hay que hacer creer que ellos y ellas son los culpables, los que están de más, los sobrantes, los prescindibles, los eliminables. Ellos y ellas: los nadie, los que nos desvelan con su sola presencia la terrible injusticia y falsedad del Aparato de Dominación que nos ha tocado sufrir y combatir.
 


Este texto se emitió por primera vez el 4 de octubre de 1999.

 

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