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FRACTURA DE RADIO

EL CULO QUE TE ACUSA


 

Hay un anuncio por ahí, en las pobres callecillas de nuestra ciudad, en el cual aparece como motivo central un enorme culo. Con lo de "enorme", no me refiero a que sea un culo-gordo, sino que la reproducción del tal culo es a una escala descomunal. Vamos, que ocupa casi toda la valla publicitaria. Habrá quien se escandalice ante la presencia de tales anatomías reproducidas por toda la ciudad. Habrá quien diga que es un ataque a la moralidad y las buenas costumbres, que es un escándalo, que cualquier niño lo ve, etc. Los defensores de la vieja moral echarán sus diatribas y, por lo tanto, se supone que los demás deberíamos decir: ¡qué bien, cuánta libertad de expresión, ya no hay prohibiciones ni tabúes! Pues no.

Pues no, porque precisamente, lo que nos jode de dicho culo, no es su mera presencia. Es cierto que es bastante fastidiosa la usurpación de espacios públicos por parte de la publicidad, por parte del Dinero (el único con derecho a expresarse a través de todos los canales y en todas partes, para decir, por cierto, siempre lo mismo). Pero, además, lo que nos da realmente por culo es precisamente la asquerosa moralidad, la imposición de normas para culpabilizar y someter a las mujeres que destila semejante anuncio.

Acompañando a dicho culo, la sentencia publicitaria: "si tienes celulitis es porque quieres". Y, a continuación, el producto que hay que comprar, a modo de penitencia, para que la culpa fuera redimida. Del producto en cuestión no me acuerdo, aunque tampoco importa demasiado. Lo que sí es importante e indignante es la manera en que están insultando a las mujeres y a cualquiera con este anuncio y tantos otros. Vienen a decir algo como "fíjate bien en este culo, porque es el culo que te acusa. Por eso te lo ponemos así de grande y por toda la ciudad. Este es el culo que deberías tener. Sólo comprando nuestra mierda, lo conseguirás. Quedas advertida. El que avisa no es traidor. Si no obedeces, lo que te pueda pasar es tan sólo culpa tuya. Ante este culo aleccionador y culpabilizante que te persigue por toda la ciudad para humillarte y acomplejarte, deberás rendir tributo, deberás pagar. Si no, que te caigan encima todos los males. Y será porque tú quieres."

Claro está que fomentar culpabilidades, falsas necesidades, complejos y demás repugnantes argucias comerciales, son un buen modo de vender remedios, falsas soluciones y, en definitiva, de lo que se trata, como siempre, de conseguir beneficios, dinero. De chantajear, vamos. De conseguir beneficios, a base de mandarnos maleficios. El comercio capitalista, el libre mercado tiene que utilizar estas fechorías y estas técnicas. Su única moral es utilizar aquello que le sea rentable. Y no es moral liviana, sino bien pesada. De ahí el sentimiento de culpa, de carencia, de necesidad, que nos intentan inculcar, especialmente a las mujeres, para endosarnos después sus asquerosos e inútiles productos, esos mismos que nos hacen fabricar y comprar y que sólo sirven para engordar sus balances económicos, mientras se desperdician los recursos de la tierra y la vida de la gente ocupada en su manufactura y adquisición. Igual que la antigua religión, que primero nos imponía el sentimiento de pecado, de culpa y después nos vendía la salvación, la absolución, a cambio, claro, del arrepentimiento, de la sumisión.

El capitalismo trabaja con los materiales que se encuentra. Tiende a utilizar y consolidar los prejuicios, los complejos, las estructuras de las que puede sacar beneficios. Por eso en casi todos los anuncios en que salen niños veréis que casi todos son rubitos y con los ojos azules. Porque se aprovecha el arquetipo racista dominante para vender el producto en cuestión. Si vendiera más sacar a a chavalillos moros, los sacarían sin problemas: el negocio es el negocio. No hay problemas de conciencia: sólo las cifras cantan y cuentan. Por eso también se aprovecha y se fomenta la materia prima que les brinda una sociedad machista, la tradición de sometimiento y prostitución de las mujeres. Por eso se aprovecha y se consolida la idea de que tienen que presentar un aspecto determinado para ser aceptables, tolerables. Y se fomentar el rechazo social a aquellas que no acaten dicha norma estética y moral. Se cultivan cuidadosamente los complejos que lleven a la búsqueda de la salvación y del producto milagroso y redentor. No importa el sufrimiento que generen, las desesperaciones, los suicidios, las anorexias, especialmente entre las chavalillas jóvenes, las más vulnerables ante este bombardeo repulsivo. Sólo las cifras cantan. Sólo la rentabilidad cuenta. Y el sufrimiento, desde luego, les sale a cuenta.

Así que el problema, como tantas veces vemos, hunde sus raíces en este aberrante modelo económico, en el que somos meros objetos e instrumentos al servicio de los inútiles y absurdos balances de resultados de las grandes empresas y los estados. Este modelo económico que ni por asomo se plantea servir mínimamente para cubrir las necesidades verdaderas de la gente, para hacer que podamos vivir mejor, sino todo lo contrario: para hacernos infelices, ansiosos, acomplejados y por lo tanto dependientes, indefensos y sumisos.

 
Este texto se emitió por primera vez en la primavera del 2000 (sí, "del")

 

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