El Pueblo ElEjido.
Nota: en este escrito se han pretendido evitar reglas ortográficas que
falseen el lenguaje popular
Los sucesos de El Ejido nos revelan que lo que se esconde detrás de la ideología racista no es otra cosa que el dinero y el poder. Los mismos elementos que fundamentan este orden injusto en el que nos hacen vivir. El racismo y el fascismo son tan solo manifestaciones de la ideología dominante. Manifestaciones estremadas y esageradas, eso sí.
Manifestaciones que se revelan cuando alguien dice que los moros vienen aquí y ya quieren hacerse los amos, como se oía decir a un agricultor ejidense el otro día por la tele. La esplicación que sigue es que enseguida están reclamando una casa con agua corriente y algunas cosa básicas más. Y si te descuidas, te reclamarán un salario digno, unas condiciones de trabajo dignas. Te reclamarán incluso que les trates con respeto. Qué osadía.
Los muertos de hambre de ayer ahora se sienten los amos. Los pobres agricultores andaluces que han conseguido hacerse un capitalillo gracias a los invernaderos, ahora miran con desprecio a los muertos de hambre de hoy. Esactamente igual a como los señoritos del cortijo les trataban a ellos antes. Llega la hora de la revancha, pero no con los señoritos, que va. Los señoritos son ellos ahora. Y como tales actúan, dando por bueno el trato con que antes les despachaban los ricachones a sus padres, la manera en que la Autoridad y la Guardia Civil clavaban sus colmillos en las colectividades de campesinos y jornaleros andaluces cuando el hambre levantaba revueltas y el anarquismo prendía como un reguero liberador.
Es que vienen muchos, cada vez más, andan diciendo por ahí. Esactamente lo mismo que decían algunos en Alemania o en Cataluña cuando oleadas de campesinos andaluces emigraban para buscarse un sustento hace no demasiados años. "No es lo mismo", replican otros. Es verdad, no es lo mismo. No es lo mismo ser el amo que ser el esclavo. Se ven las mismas cosas de manera muy diferente, ¿verdad?
"Los inmigrantes nos quitan los puestos de trabajo y hacen bajar los sueldos", dicen algunas mentes privilegiadas. Los inmigrantes abandonan su tierra, cosa que nadie hace por gusto desde luego. Y la abandonan porque el orden económico internacional hace imposible que en esas tierras se pueda vivir dignamente. Esas tierras, de donde huyen los emigrantes están destinadas a producir a buen precio lo que la máquina del despilfarro capitalista demanda en los países llamados ricos. La gente allí sobra, molesta. Igual que aquí. A los dueños, siempre les ha parecido un inconveniente la gente, con sus hambres, sus carencias, y la siempre presente amenaza de rebelión. Y las tierras allí, claro, no producen para satisfacer las necesidades de la gente, porque antes que eso está la esportación, el consumo de Occidente, las estupideces que la publicidad nos mete por los ojos y que maldita la falta que nos hacían. Eso es lo importante (o, traduciendo, lo que genera mayores beneficios al lucro privado)
Para satisfacer ese consumo inútil se esclaviza a las gentes del planeta y se arruinan sus tierras. Inmensos monocultivos de café, algodón, cacao, te, gigantescas esplotaciones mineras en las tierras que podían servir para dar de comer a la gente, para que aquí podamos comprar barato; selvas arrasadas para que pasten las vacas de hamburguesería. Millones de personas sin saber a donde ir, sin ver salida a tan enorme y absurda injusticia, sin un lugar en el mundo donde poder vivir con un mínimo de dignidad. Miles de millones de personas en todo el mundo bombardeadas por la publicidad de las grandes empresas que les ofrece la imagen del reino de la abundancia, del mundo feliz, del paraíso capitalista.
El paraíso ruin que les cierra sus puertas. Que les cuenta y les recuenta minuciosamente con sus cupos y sus leyes de estranjería. "Nos hacen falta tantos kilos de mano de obra miserable", que pasen. Los demás, que se pudran. El paraíso de la mezquindad, en cuyos muros tropiezan tantas vidas que se hunden en el océano. Tantas vidas por las que nadie se pinta las manos de blanco.
El problema (para el ministro Mayor Oreja, creo que era) es que vienen demasiados inmigrantes. A los poderosos, a los defensores del Poder siempre les resulta molesta la gente. Por eso, cuando se lían a echar a la gente a la calle en alguna empresa que quiere aumentar sus márgenes de rapiña, dicen que sobramos nosecuantos miles de trabajadores. Sobra demasiada gente no rentable. Los recursos de la tierra entera y el esfuerzo de todos los trabajadores sólo debe servir para engordar los astronómicos beneficios de los bancos y de las grandes corporaciones. No pueden malgastarse en alimentar y procurar una vida digna a tanta chusma, ¡qué ocurrencia!. Entonces no podríamos hablar ya de beneficios, nos los habríamos gastado: no podríamos hablar del ésito de la economía. ¿A quién se le puede ocurrir invertir los beneficios en algo útil para la gente? Qué locura. Hay que emplearlos en crear más beneficios, en seguir hinchando el globo, en seguir machacando tierras y gentes a mayor gloria de las enormes, inútiles e intangibles cifras de las altas finanzas.
El problema, señor Oreja, señores capitalistas, señores racistas, es eso que ustedes tanto alaban y suelen llamar libre mercado, un mercado en el que la gente ocupa el lugar de las mercancías. Mercado de trabajo, se suele decir, ¿no? Mercancías, además, que deben competir entre ellas en sumisión y bajo coste para poder ser adquiridas, es decir, empleadas. Los bajos sueldos no se los ponen por gusto los trabajadores inmigrantes ni los empleados de las ETTs, las Empresas de Tráfico de Trabajadores. La pobreza no es una elección libremente asumida, ¿qué se habían ustedes creído? Los sueldos de miseria los impone la rapiña y la voracidad de los empresarios ansiosos de aumentar beneficios y que siempre pagarán menos si se les deja la oportunidad de hacerlo. Y, en realidad, ni siquiera ellos son los últimos responsables. Es la propia máquina, el propio sistema capitalista el que impone la competencia, la guerra de todos contra todos como fundamento del orden, o, más bien, del caos económico. Un empresario que pague dignamente a sus trabajadores tiene todas las de perder. Para ser un buen empresario, usted debe procurar que su empresa sea competitiva, o sea, convertirse en un esplotador chupasangres sin escrúpulos, o mejor, sin los inconvenientes de la conciencia y del sentimiento: se ahorrará usté muchos problemas y podrá trepar y servir tranquilo al Señor.
Pero no sólo las empresas luchan en eterna competencia. Los trabajadores también lo tenemos que hacer para conseguir nuestro sustento. Dado que no esiste el derecho a una vida digna, hay que venderse. Venderse cuanto más barato y más humillantemente, mejor: de ese modo tendremos más posibilidades de que algún amo nos amarre con su correa y nos eche unas migajas a cambio de obedecerle ciegamente.
Los inmigrantes que huyen de sus tierras aceptan cualquier cosa, cualquier miseria que el esplotador de turno les ofrezca. El esplotador descubre que pagando una mierda, los beneficios se disparan, su empresa sube como la espuma. O sea que es bueno. O sea, bien pagada les está esa mierda, que eso es lo que se merecen. En esta sociedad, los desalmados son los triunfadores.
Mientras, el trabajador de aquí ve que su esplotador le presiona para bajar sus sueldos, para degradar las condiciones laborales, para ir renunciando a los derechos que tanto tiempo ha costado conseguir. Y los mismos impulsores de esas medidas de flesibilidad y modernización, como las llaman, acusan a la desleal competencia de los países donde se pagan sueldos bajísimos y que, claro, producen más barato. "Perdemos competitividad", dicen.
Es igual lo que digan, son las mismas empresas las que pagan siempre lo menos que pueden. Y por eso tantas empresas trasladan sus factorías allá donde se les permita pagar de forma más miserable. Si en Filipinas se empiezan a organizar los trabajadores y a reclamar condiciones y sueldos más dignos, se trasladan a Tailandia, por ejemplo, y asunto arreglado: las ventajas de la globalización.
El trabajador de aquí, en el fondo se da cuenta de la jugada y de la amenaza, pero le han enseñado a ser sumiso y temeroso. No se atreve a levantar la voz y el puño contra el amo y contra el Sistema. Por eso se traga su rabia y la espulsa contra los que tiene al lado, contra aquellos más indefensos. Contra estos moros que cobran tan poco y hacen que nos bajen nuestros sueldos: "vienen a quitarnos el trabajo". Contra los pakistaníes esos que trabajan 12 horas por un sueldo ridículo: "si es que al final nos van a despedir a todos y van a trasladar al fábrica allí". Pero también contra los trabajadores de contratos precarios, por muy blanquitos que sean, aquellos que están haciendo la misma labor que ellos, pero por muchísimo menos y con unas condiciones deplorables. "Por culpa de ellos nos van a echar a todos", se a llegado a decir en alguna de estas empresas boyantes que sabe adaptarse a los nuevos tiempos de esplotación salvaje y ver así multiplicarse sus beneficios, como Telefónica. Por eso hablábamos antes del Dinero, del sistema económico como una de las causas principales del racismo, que no deja de ser sino una forma de clasismo, de desprecio de los que se sienten más privilegiados hacia aquellos que no tienen nada.
Y de ahí a decir que los moros y los negros vienen aquí a quitárnoslo todo solo va un paso. Ni que decir tiene que los poderosos se frotan las manos, ya que las iras no van contra ellos, como deberían, sino que nos las acabamos comiendo y repartiendo entre nosotros acá abajo. El racismo es fruto de la cobardía, de la mezquindad y de la sumisión. Y es fruto de la ignorancia, de la incapacidad de razonar y actuar libremente que nos impone la ideología dominante, el pensamiento único en el que se espresan todos los medios de comunicación poderosos.
Y ni que decir tiene tampoco que lo mismo que dicen los racistas y fascistas de aquí con respecto a moros, negros y sudamericanos, lo dicen en Austria o en Alemania hablando de españoles, italianos, griegos o bosnios. No hay más que recordar el chou que monto el Haider este hace algún tiempo con un yogur producido en España, aludiendo a la supuesta basura de mala calidad de los países mediterráneos que iban a tener que comer por ingresar en la Unión Europea. Ya veis, necios fascistas, que por mucho que queráis ser amos y superiores, siempre vais a acabar siendo siervos e inferiores. Al que acepta la jerarquía, no lo queda más remedio que someterse a ella. Sólo los que no pretenden mandar podrán librarse de obedecer, y los que no pretendan someter a nadie podrán ser libres. Como cantaba Camarón: "no quiero mandar a naide, ni que me manden a mí". La libertad no se consigue tomando el poder, sino luchando contra él.
Hay que aclarar que ni todos los trabajadores actúan así, ni todos los agricultores y habitantes del Poniente almeriense son racistas. Pero es un fenómeno lo bastante estendido y peligroso como para analizar a pensar por qué ocurre. Las esplicaciones que nos dan no nos valen. Con ellas siempre quieren salvaguardar la raíz del problema. El racismo no ocurre porque sí, por la estupidez esa que decía el ministro de que hay muchos inmigrantes. El racismo es un fruto de este régimen político y económico injusto e insolidario, que propugna la guerra de todos contra todos y la rapiña como másimo valor social. Luchar contra el racismo es luchar contra el poder y contra el capitalismo. ¿O es que alguien se imagina un lugar donde pueda haber racismo sin dinero ni poder de por medio, sin esplotación y pobreza?
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