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FRACTURA DE RADIO

EL FÚTBOL ES LO QUE IMPORTA


 

El fútbol es lo que de verdad importa. No te vayas a pensar que hay cosas más importantes: el fútbol es lo más importante. ¿Es qué no has visto los telediarios? Medio telediario: fútbol, puro y duro. Los telediarios son espacios informativos, ¿no?, y seleccionan la realidad conformen a lo que se supone que es más interesante o relevante. O sea que la mitad de las cosas interesantes que pasan en el mundo y acerca de las cuales merece la pena informar tienen que ver con un balón y dos porterías. El resto de las cosas importantes consiste en la exhibición de cadáveres y el seguimiento exhaustivo de las andanzas de los insulsos funcionarios u hombres de empresa que ocupan los puestos de supuesta máxima responsabilidad.

Pero el fútbol es la mitad de lo que pasa. Incluso para algunos es casi lo único que pasa. Hay gente para la cual no tiene interés ninguna conversación que no esté centrada en el cerro de millones que costó el fichaje del jugador Tal, en las polémicas declaraciones del entrenador Cual, o en la falta injusta al borde del área que le valió conseguir el empate al equipo Pascual. De hecho, sus alegrías y tristezas máximas, sus pulsiones emocionales más fuertes están asociadas al citado espectáculo suministrado fundamentalmente a través del televisor. Este tipo de gente sabe que el fútbol es lo realmente importante. Que todo lo demás es filfa y minucia. Y no es que lo crean o que lo piensen: están convencidos, lo saben.

Lo saben porque los medios de formación de masas continuamente les dan la razón. El fútbol está por todas partes y a todas horas. Parece ser que interesa que seamos así, futboleros empedernidos, y que nos desentendamos de lo demás.

¿Quién ha dicho que los futboleros sean pasivos o insolidarios? Está claro que no van a hacer una huelga en su puesto de trabajo, y mucho menos van a mover un dedo por que el pueblo saharaui pueda regresar a su tierra. Pero sí van a movilizarse por cosas de esas que importan de verdad: para protestar cuando a su equipo lo desciendan vilmente a segunda, o para celebrarlo por todo lo alto si gana algún campeonato, alguna copichuela.

Por ejemplo, todavía nos martillea en los tímpanos la explosión de supuesta alegría (¿alegría era eso?) cuando la Sociedad Anónima llamada Real Madrid consiguió, al parecer, un valioso galardón europeo. Fundamentalmente los coches, pero también la gente en las calles y en las fuentes celebraban de modo estruendoso el triunfo de la citada empresa futbolística por calles, plazas y fuentes. Al parecer, dichos individuos tienen mucho apego y estima por el citado y lucrativo emporio balompédico y creen sentir como algo propio los éxitos de esa corporación, a la vez que alaban las virtudes de unos seres más bien antipáticos, inexpresivos y anodinos que ganan millonadas astronómicas. Pero no importa, nos ponemos del lado de los triunfadores, y nos hacemos a la idea de que también nosotros hemos ganado algo, aunque el jefe nos machaque constantemente y en vez de ganar millonadas, cada vez nos recorten más las condiciones laborales.

Pues sí: uno diría, al verles, que ha pasado algo de verdad. La gente toma las calles, la gente salta y celebra. Algo importante debe haber ocurrido: se acabó la explotación laboral, las grandes compañías dejan de masacrar y esquilmar a los pueblos indígenas, los gobernantes del mundo abdican y la gente empieza a organizarse libremente… Pues no, no es nada de eso. Resulta que el Real Madrid ha ganado. Ah, bueno: eso sí que es importante. Algo crucial y trascendental para el mundo.

Y si no te lo crees, la tele te lo repetirá hasta la saciedad. La radio y los periódicos también. Montones de horas de emisión y de papeles impresos. El Real Madrid ha ganado, oé, oé, oé. La hostia. Nada será igual que antes, ¿verdad? A saltar de euforia, a bañarnos en la Cibeles, a romper papeleras, incluso a tirarles piedras a los maderos, porque hemos ganado y tenemos vía libre. Hasta el Ayuntamiento nos corta las calles varios días para que podamos campar a nuestras anchas. Exactamente lo mismo que ocurre con cualquier otra manifestación no autorizada, ¿verdad?. E incluso se permite que esos de la nómina multimillonaria se suban a las estatuas. Y, bueno, aunque el alcalde dijo que sólo se subieran dos, al final se subieron todos los jugadores, pero claro, a ellos precisamente no les vas a meter en la cárcel, querido Manzano, como bien dijiste. Siempre ha habido clases y no es lo mismo un astro del balón que ciualquiera de nosotros, pelagatos y ciudadanos de segunda.

Pero, está claro que ninguna Institución como el Ayuntamiento va a poner pegas a semejantes muestras de sumisión al orden imperante. Si gana el equipo en cuestión, automáticamente se da por sentado que van a tomar las calles y a cortar la Castellana, la Gran Vía y lo que sea. Para cualquier otra manifestación callejera, hay que pedir un montón de permisos, someterse a las valoraciones prejuiciosas del delegado del gobierno de turno y, si finalmente se concede tal autorización, eso no nos libra de que las caprichosas explosiones de violencia policial contra los que ahí se puedan congregar. Y si la manifestación no está autorizada, ya directamente la Fuerza Pública irá a agredir a los asistentes, sin mediar otro tipo de consideraciones previas. Porque claro, una cosa es que salgan a dar botes los hinchas y otra muy distinta es que la gente se exprese, proteste, luche y que no admita que decidan por ella. Eso sí que no se puede consentir.

El fútbol, tan promocionado desde el Poder y los Medios de Comunicación cumple perfectamente su función: distraer a las masas, mantenerlas entretenidas, para que no hagan ni piensen en otras cosas. Eso sería un peligro. Para el Poder, que la gente piense y haga cosas es siempre una amenaza. Y si además, permitimos que se den un desahogo callejero para que sigan tragando mecha en todo lo demás, pues tanto mejor: ya no tendrán ganas de salir a la calle por chorradas como la supervivencia del planeta, el aplastamiento de los derechos de los trabajadores, la miseria de la mayor parte de la humanidad, la propia dignidad y nimiedades así.

Y después de la hueca celebración, la resaca y a casa. Y luego al curro. Todo sigue igual. Sin embargo, el Real Madrid ha ganado, joder. Y eso es lo que importa, ¿o no?.

Dicen que el fútbol levanta pasiones. Más bien diríamos que sirve para sustituir y sofocar otras pasiones más verdaderas, porque, desde luego, no creo que se pueda decir que las pasiones futboleras sea naturales e innatas. Si lo son aquellas de las que se nutre, como el instinto gregario, la pertenencia al grupo y demás. Al igual que las pasiones de tipo patriotero, que vienen a pervertir un sentimiento natural de amor y apego a la tierra que nada tiene que ver con fronteras, estados y ejércitos.

Y es que el ser seguidor de un equipo de fútbol viene a ser algo parecido a considerarse súbdito de alguna patria. Aquí también se defienden los colores y las banderas, se disputan batallas (partidos) y cada victoria contribuye al engrandecimiento del ente idealizado en cuestión (el club o la patria, tanto da).

El grado de adhesión o servilismo hacia tales entes abstractos(patrias, equipos de fútbol, religiones) también varia: desde aquellos que sienten ciertas ligaduras afectivas, hasta esos otros que pueden llegar a matar por ellos. Se pueden alcanzar similares niveles de intransigencia e insensatez cuando uno se ofrece a los colores de una bandera nacional o de un club de fútbol.

Por eso los grupos más serviles y obcecados en esto de seguir los colores de su club hasta donde sea han acabando mostrando esa aproximación e identificación con planteamientos de corte fascista, racista y ultranacionalista. Es el nivel más grave dentro de la escala de sometimiento a ese tipo de entelequias. Ya no sólo hay un sentimiento de pertenencia, esa necesidad de arropamiento que el ser humano, asustadizo como es, necesita para encarar la cruda realidad. Aquí hay una necesidad de autoafirmación enfermiza. Estos hinchas de corte fascista necesitan autoafirmarse constantemente en sus ideas por medio de la práctica de la intransigencia y la agresión hacia los que son distintos, hacia los otros, los malos. Y necesitan esa reválida constante en sus ideas, porque estas, de por sí, no son muy consistentes que digamos. Atacar a los otros, a los malos justifica que ellos son, por tanto, los buenos. Quizá todo se les vendría abajo si se pararan un poco a pensar en lo absurdo que es montar semejantes poyos por un vulgar equipillo de fútbol o por una patria o religión ilusoria, o por la supuesta bondad intrínseca de una determinada tonalidad cutánea.

Pero el fascismo no es sino el grado exacerbado de algo que está en la esencia misma del Poder y del sometimiento del pueblo, como es el autoritarismo, eso sí: elevado a su máxima expresión. El fascismo no es nada esencialmente distinto, por lo tanto, a lo que se supone que es la normalidad habitual. Se trata de diferencias cuantitativas, de grados, es decir, de la existencia de una autoridad más o menos violenta y coercitiva. No se plantea la posibilidad de cuestionarse dicha autoridad, lo que sí sería una diferencia cualitativa y sustancial. Por eso, el germen del fascismo esta incubando en cada acto cotidiano de Poder y sometimiento a la autoridad. Aparte de que la supuesta normalidad democrática se desprende de sus máscaras y disfraces de aparente tolerancia cuando lo necesita y es capaz de emplear la violencia más brutal donde convenga, especialmente si la impunidad está garantizada y la gente no se va a enterar. Y si la cosa trasciende, orquestando una buena campaña propagandística a través de los medios de comunicación de cara a lavar su imagen ante eso que laman opinión pública, generalmente mediante la criminalización de las víctimas.

Y, mientras ,el fascismo sigue buscando nuevas canteras de esbirros. El patriotismo, por lo general, y el fanatismo religioso andan bastante de capa caída, pero ahí tienen el filón del fútbol, que actúa como fábrica de adeptos sumisos e incondicionales. Algo que sin duda conviene al mantenimiento del orden injusto establecido a nivel mundial. Cuantos menos jóvenes se planteen la terrible y atroz situación de la mayor parte de los habitantes de nuestro planeta, y la ideología social y económica responsable de tan terrible situación, mejor. Desde luego es mucho más rentable que una parte de esa población deje de ser un problema para el sistema y encima haga gratis el trabajo sucio de acoso y violencia contra los sectores potencialmente más contestatarios.

Y los clubes de fútbol, muchas veces ligados a repugnantes intereses y tejemanejes empresariales y mafiosos, alientan y apoyan el sostenimiento de dichos grupos. Y lo curioso y penoso es que los esbirros de tales grupos nazi-futboleros se tienen a sí mismos como rebeldes y contestatarios. Algo que, por cierto, es también conveniente para los poderes a los que sirven. Mientras le sigan prestando sus servicios sin ser conscientes de ello, con más eficiencia y con menos comeduras de tarro lo harán.


 
Este texto se emitió por primera vez en la primavera del 2000

 

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