LAS GUERRAS GEMELAS
El más horrendo atentado terrorista de la historia. El suceso más grave desde la Segunda Guerra Mundial... Los medios de comunicación, los portavoces de los gobiernos y, en general, todos aquellos a quienes el orden vigente concede el derecho de hablar en público, o, más bien, de hablarle al público (que, silenciosamente, escucha) no han ahorrado calificativos para calificar los trágicos sucesos ocurridos en la Costa Este norteamericana el pasado 11 de setiembre. El consenso general, lo bien visto, así lo exigía. Y, así, la lengua, tantas veces mordida, tiene ahora permiso para desatarse.
Porque, de hecho, condenar, o tan siquiera mencionar matanzas de incluso mayor envergadura es de mal gusto y no suele venir a cuento. Como siempre, no es la gente la que cuenta, ni viva, ni muerta. Cuentan otras cosas. Hay consideraciones más importantes.
Cuenta, en este caso, el espectáculo. Las imágenes repetidas hasta la saciedad. Tras los bustos de los locutores, los aviones que seguían estrellándose contra las torres, rítmicamente, sin descanso, hasta el infinito. Y, miles, millones de veces, las torres que se derrumbaban una y otra vez. Los terroristas del 11 de setiembre han ofrecido espectáculo en estado puro. Y las cadenas han mordido en el anzuelo, multiplicando el efecto de la funesta acción. Sin duda, justo lo que esperaban los responsables de la matanza.
Porque ésta ha sido una matanza diseñada para la televisión. Un golpe espectacular que iba a ser filmado desde muchos ángulos. Una noticia, como ellos suelen decir, de impacto. Un despliegue de efectos impresionante. Los testigos del suceso recordaban enseguida escenas de las más sobrecogedoras películas de catástrofes. La realidad imitando a la ficción, poniendo en escena los temores más morbosos de la población, reflejados por la Industria del Entretenimiento en sus superproducciones. Las grandes catástrofes, que siempre ocurren en la ficción o en lugares remotos, que nunca llegan a ser inquietantes y sirven normalmente para distraer al ciudadano-espectador, aburrido por naturaleza y, por tanto, demante desesperado de entretenimiento, cuanto más impactante, mejor.
Y eso es lo que pasa cuanto todo queda reducido a espectáculo por obra de los medios de comunicación al servicio del Poder y del Dinero, acostumbrados a mercadear con las noticias, más que a contar y desentrañar lo que de verdad pasa, a seleccionar esas noticias más impactantes y espectaculares para cautivar en mayor medida a la audiencia y, por lo tanto, a los anunciantes y, en definitiva, sacar de ellas la mayor rentabilidad y el máximo lucro, que es lo que en el fondo y de verdad importa en esta sociedad de libre mercado. Cuando todo esto ocurre, aquellos que quieren hacerse ver, oír, hacerse notar tienen que ofrecer lo que los medios dicen que el público demanda: espectáculo.
Y de la misma manera que el asesino en serie vacía su cargador indiscriminadamente sobre los viandantes en las clásicas matanzas made in USA y, de ese modo, siente que él, que no pintaba nada en el mundo, por fin ha hecho algo grande de lo que todos hablarán y tendrán noticia y que pondrá justo colofón a su anodina vida de Don Nadie, así los asesinos de los aviones, precipitándose hacia las torres, lo que realmente buscaban era impactar al mundo, es decir, a la audiencia. Hacer algo grande. Y lo han hecho donde lo han hecho porque el espectáculo se nutre necesariamente de símbolos.
Y por ese carácter simbólico de los lugares donde han ocurrido los atentados, el tratamiento televisivo ha tenido ribetes distintos a los que habitualmente se nos muestran en tragedias de este tipo: no ha habido imágenes de los muertos y apenas de los heridos. Las cámaras de televisión, por costumbre carroñeras, se han mantenido esta vez lejos de los cadáveres. Porque, en este caso, la tragedia ha ocurrido dentro: en la Civilización, en el Mundo Libre, según la terminología recién rescatada respectivamente de las Cruzadas o de la Guerra Fría. Ha ocurrido donde no pasan esas cosas. No se puede desalentar ni desmoralizar al público cuando lo que hace falta es inculcar buenas dosis de patriotismo vengativo, cuando lo que se necesita es adhesión incondicional.
Pero el espectáculo continúa. Ahora la cámara enfoca alternativamente imágenes de los buenos y de los malos. El Presidente de Estados Unidos habla de patriotismo y de venganza en un lenguaje estudiadamente accesible y simplificador para que las masas de súbditos lo entiendan bien clarito. Hay que ir a por los malos. Nosotros somos los buenos y tenemos derecho a Todo. Y habla tanto el Presidente de Estados Unidos que hasta ha tenido que aprovechar para duplicarse el sueldo.
Y habla de Ataque contra la Civilización, la Libertad y el Modo de Vida Americano. Sí, de verdad que ha dicho eso: The American Way of Life. Y habla de estas cosas como si fueran lo mismo. El Modo de Vida Americano (que, en realidad, se refiere a un solo país de América del Norte) parece ser el equivalente de la Civilización y la encarnación de la Libertad. Un modo de vida que, de adoptarse por parte de todos los habitantes del Planeta, por los bárbaros incivilizados (o en vías de desarrollo, como también los llaman) produciría un inmediato desastre por la esquilmación y el colapso de los recursos naturales. Un modo de vida que, en realidad, jamás podrán adoptar los que tienen que trabajar como esclavos o ver su tierra destruida para que los habitantes de la Civilización puedan disponer de gasolina y zapatillas deportivas baratas. Curiosa Libertad es la que necesita de la Esclavitud para sostenerse. Curiosa y falsa Libertad.
Y así llaman a la venganza en nombre de esos Ideales Sagrados. Y enseguida nos enseñan quienes son los malos. Los niños palestinos que salen a la calle a celebrarlo. ¿Cómo se les ocurre salir a celebrar que, por una vez, los masacrados, los bombardeados no sean ellos? Pero, es que, además, hay severos indicios de que estas imágenes han sido manipuladas. En un principio se divulgó que eran imágenes del año 1991, de cuando la Guerra del Golfo. Posteriormente la CNN desmintió esta circunstancia, pero en el programa "Reporter" de la televisión estatal alemana informó de cómo los cámaras y reporteros de la CNN animaron con regalos y banderas a que los niños que estaban en la calle dieran saltos y muestras de alegría ante las cámaras. El espectáculo continúa. Show must go on.
Pero la mayor encarnación del Mal, el Terrorista Global, el Supervillano, el Doctor No de esta película es el ya de todos conocido Osama Bin Laden. Y de la misma manera en que, al parecer, los pilotos suicidas estudiaron en las más prestigiosas escuelas de aviadores de Norteamérica, el Superterrorista tuvo a los mejores maestros y mentores en la materia, los de la CIA y alguna de sus sucursales, como los servicios secretos paquistaníes. Y se graduó cuando aquello de la invasión soviética de Afganistán, y cuando de los cuatro rincones del mundo musulmán acudieron unos cuantos al llamado de la Yihad, de la Guerra Santa, impulsada y financiada por Pakistán y los Estados Unidos, que veían, de este modo, cómo se franqueaba el camino para que fluyera el petróleo y el gas del Asia Central hacia los puertos del Índico.
A aquellos integristas fanáticos se les llamaba oficialmente en Estados Unidos, "luchadores de la libertad", al igual que a los sanguinarios e implacables libertadores de la contra nicaragüense. Incluso Rambo llegó a luchar en el celuloide codo a codo con estos abnegados y místicos guerreros afganos. Parecían ser los aliados ideales, ya que no cuestionaban el orden económico ni las jerarquías establecidas. Mejor que los pueblos del mundo se vuelvan integristas, religiosos y fanáticos, antes que revolucionarios, solidarios y despiertos. Sin embargo, en un momento dado, el ángel cayó y se convirtió en demonio. Los buenos se convirtieron en malos porque se apartaron y renegaron del Señor que tanto les había ayudado y enseñado.
Se barajan diversas explicaciones acerca de este distanciamiento: que si un corte en el suministro de la financiación norteamericana, que si la instalación de tropas estadounidenses en la Tierra Santa de Arabia Saudí durante la Guerra del Golfo, que si el sostén incondicional de Estados Unidos a Israel en su guerra contra el pueblo palestino, que si tal, que si cual... En todo caso el hijo pródigo se convirtió en el mayor enemigo del Padre. Y no era la primera vez que ocurría. También el ex-presidente de Panamá, el general Noriega, que se convirtió en 1991 en el Enemigo Público Número Uno, había sido anteriormente el hombre de confianza impuesto por la CIA en el país. En su lucha contra el Mal de aquel entonces, Estados Unidos se vio obligada a castigar duramente a la población del populoso barrio de El Chorrillo, donde murieron centenares de habitantes.
O el mismo Sadam Hussein, que pasó de ser un firme aliado antes de la invasión de Kuwait, también en 1991, a ser considerado el Hitler de Oriente Medio. Y todo ello sin haber dejado de ser un tirano asesino antes y después del fatídico año capicúa, antes, cuando era bueno y ahora, que es malo. Y ya sabemos que a resultas de los bombardeos y del bloqueo de Irak en los últimos 10 años han muerto centenares de miles de personas. Pero una cosa es el terrorismo y otra muy distinta es que miles y miles de personas, en Bagdad, Belgrado o Kabul, por citar los ejemplos más recientes, sufran el pánico, el terror ante la amenaza de una terrible, inmensa e implacable potencia.
Terrorismo es, según el diccionario de la Real Academia, "dominación por el terror", o "sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror". Ahora bien, el diccionario sólo merece crédito si los responsables de esa sucesión de actos de violencia o quienes impongan dicha dominación por el terror son los malos. ¿Cómo iban a ser terroristas los buenos? Bastantes esfuerzos gastan los señores Bush, Blair, Berlusconi o Aznar en explicarnos cómo son las cosas y punto, para que andemos preocupándonos por lo que realmente pasa o por el sentido y el significado de las cosas y las palabras.
Bastantes esfuerzos gastan en que no nos demos cuenta de lo evidente. Que no caigamos en que tanta violencia y tanta muerte que son capaces de desplegar los poderosos, los gobernantes y los que aspiran a serlo, les hace semejantes, idénticos entre sí en lo fundamental, en lo más íntimo. Y que sus justificaciones, sus métodos son los mismos, pero vistos desde el otro lado: Guerras Gemelas. Pero la verdadera guerra no es la que ellos, los poderosos, sostienen para repartirse el pastel. La auténtica guerra es la que libran contra nosotros, contra la gente de cualquier lugar, los que siempre habremos de estar sometidos, quienquiera que sea el tirano. La verdadera y eterna guerra del Poder contra el pueblo. Porque este supuesto conflicto de civilizaciones no es más que otra argucia, otra invención para que no reparemos en esa guerra auténtica entre el Poder, queriendo dominar a los de abajo y éstos, queriendo siempre liberarse y derribarlo.
Y ellos, en sus Guerras Gemelas, nos repiten siempre lo mismo: "el que no esté conmigo, está contra mí", "no caben ambigüedades, ni se puede ser neutral", "eres de los nuestros o estás con los terroristas, -o con los infieles, según el caso-". Siempre quieren que nos inclinemos ante alguno de ellos, para no dejarnos la opción de pensar en lo mucho que tienen en común. En el nombre de Dios, de la Patria, o de sus sucedáneos (la Civilización, los Valores Fundamentales...), matan y asesinan unos y otros. Todos tienen que defender el Bien y aplastar el Mal. Todos tienen su Guerra Santa, su Sagrada Misión, su Justicia Infinita que repartir. Pero siempre somos nosotros los que las sufrimos.
Y así, los mismos métodos se reproducen en uno y otro bando. Y alimentan las justificaciones del bando contrario. El Malo se va haciendo Peor, a los ojos del Bueno. El desprecio por la vida de las gentes atrapadas en el medio crece. Son daños colaterales, víctimas inevitables. El odio avanza. Los súbditos, temerosos, se apiñan en torno a sus líderes. Y se generaliza el recelo y el desprecio hacia el Otro, hacia el distinto. Los disidentes, los que no tragan de buenas a primeras con la Verdad Revelada pasan a ser sospechosos y, después, son directamente considerados traidores y culpables y perseguidos en nombre, por ejemplo, de la Libertad.
Y mientras, son los poderosos, los que dominan a las masas, los únicos beneficiados. El fanatismo religioso y patriótico de un bando genera, por reacción, exactamente lo mismo en el otro bando. La confrontación pasa a tener valores absolutos: el Bien contra el Mal. Todo lo demás es, por lo tanto, secundario.
Y así ocurre que se produzcan paradojas de recortar las libertades, de aumentar, la vigilancia, el control y la violencia contra los disidentes, precisamente para luchar por esa presunta Libertad que proclaman, como está ocurriendo en este acelerado proceso de fascistización y exacerbación policial de los estados occidentales. Es por nuestro Bien. Y es que no hay mal que por Bien no venga.
En esta lucha contra el Mal, cualquier acción está justificada para Ellos. Bombardear Bagdad o estrellar un avión contra las Torres Gemelas. En esta lucha contra el Mal, todos los males serán para bien. "El culpable es siempre el terrorista", señalaba nuestro circunspecto y obediente Primer Mandatario. Por eso, nosotros, los buenos, siempre estaremos justificados. "El bueno siempre es inocente", podría seguir diciendo nuestro Presidente. Aunque nos saltemos nuestra propia legalidad, o incluso el respeto a la vida y la dignidad humana: la lucha contra el Mal siempre está legitimada.
Por eso, bien empleados están los muertos de los continuos bombardeos que aterrorizan a la población iraquí desde hace diez años. Bien empleados están los muertos convertidos en daños colaterales tras los bombardeos humanitarios y solidarios en la ex-Yugoslavia hace un par de años. No hay Mal que por Bien no venga: "dinos cuanto nos quieres, mientras te mueres". Bien empleados estarán también los muertos que habrán de venir, en Kabul o en cualquiera que sea el lugar elegido para redimir la sangre con más sangre. Bien empleados las decenas de miles de muertos de hambre todos los días. Siempre la sangre de los de abajo, de los nadie: nuestra sangre.
Y, desde la óptica contraria, o, mejor dicho, desde esa misma óptica pero vista desde el ángulo contrario, bien empleados están los muertos inocentes de Nueva York en aras de esa misma batalla del Bien contra el Mal, contra el Gran Satán.
El Poder siempre necesita enemigos para justificar su dominación sobre la gente. Dice que lo que pretende es librarnos de la anarquía, del caos, como si fueran la misma cosa. Pero lo que hace es usarnos como carne de cañón en la lucha de sus diferentes facciones. Siempre seremos carne de cañón, mano de obra barata, sangre fácil, mientras vivamos en un mundo en el que lo más importante sea el lucro a corto plazo, acumular dinero y poder a costa de vidas y tierras, es decir, lo que habitualmente se conoce como Libre Mercado o Capitalismo. O lo que es lo mismo, este Caos mundial, que poco tiene que ver, por cierto, con la anarquía, con la ausencia de dominación, cuando precisamente es una caos producido a base de rapiña, de codicia y luchas por el Poder. Esas mismas luchas que son las que mantienen vivo al propio Poder.
Y cuanto más absoluto sea el Poder, más absoluto y diabólico será el Enemigo al que enfrentarse, el Enemigo que necesita para poder justificarse. Con la acción del 11 de setiembre, el Enemigo Número Uno de los Estados Unidos ya tiene la categoría suficiente como para poder sustituir con todos los honores al antiguo Imperio de Mal, a la desaparecida Unión Soviética y seguir dando justificación así el sometimiento y saqueo del Planeta entero. Perdón, quería decir, a la defensa de la Democracia y la Civilización.
Y, por tanto, si siguiéramos el procedimiento que usaban los juristas latinos a la hora de buscar a los responsables últimos de la matanza del 11 de setiembre, lanzando la pregunta de qui prodest?, "¿a quién beneficia?", sin duda los propios Estados Unidos estarían entre los primeros sospechosos. No me refiero, por supuesto, al pueblo de aquellas tierras, sino a los estamentos de poder, a los servicios secretos, a los grupos de presión militares y empresariales, al Aparato de Estado, en definitiva, que ve reforzado su papel, revestido ahora de poderes casi absolutos e incuestionables dentro y fuera de sus fronteras. Y en el caso de que el diseño del atentado no haya salido de la CIA o de los estamentos de poder norteamericanos y, efectivamente, sea obra de fanáticos religiosos, no cambiaría mucho su verdadera naturaleza y sus consecuencias reales. No podía ser menos, porque, como hemos visto, se trata en el fondo de desplegar la misma lógica. Una lógica que no repara en costes ni en sufrimiento a la hora de imponer lo que realmente importa: el Poder, la Idea Suprema, la Muerte.
Estados Unidos se enfrenta ahora a su propio monstruo, se mira en un grotesco espejo, pero no es capaz de reconocer, bajo las barbas, la cara de su hermano gemelo. Su desprecio por la vida humana, por la tierra, por los pueblos, y su arrogante fundamentalismo ultraneoliberal le han estallado ahoRa en las manos, en el corazón de su Tierra Santa. La muerte y el horror, que siempre ocurrían fuera del más poderoso país del Planeta, del mejor lugar del mundo, han golpeado con furia en sus propias carnes. Los odios sembrados se volvieron tempestades de fuego y destrucción. La tempestad ahora amenaza con volverse huracán.
Y por eso mismo, no nos queda más remedio que no obedecer a esa lógica violenta y obcecada y, frente a esta guerra, hacer valer la razón que no se somete, la razón insumisa, la razón despierta que nos dice que otro mundo sigue siendo posible. Que por mucho que lo pretendan, no estamos condenados a ser como Ellos y a matar por sus Ideas. Saldremos de sus trincheras para declarar la Guerra. Guerra al Poder y guerra a la Guerra, para que viva la solidaridad y la hermandad de los pueblos libres.
Este texto se emitió por primera vez
el 24 de setiembre del
2001
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