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FRACTURA DE RADIO

SOLIDARIDAD DE MERCADO


 

Así es la solidaridad en el mundo del capitalismo avanzado y globalizado. Solo es posible la solidaridad rentable, publicitable. La otra, la de verdad, no interesa. No interesa la solidaridad con las víctimas del capitalismo. Esa no se puede vender. Como todo lo que es de verdad.

Las empresas venden su imagen solidaria a través de la publicidad, con todo su poder financiero y con todos los medios de comunicación a sus pies. Esa es la única forma de "solidaridad" que el ciudadano percibe, la que cacarean hasta la saciedad periodistas y publicitarios. La verdadera solidaridad se ve despojada hasta de su nombre y acaba siendo sospechosa.

La solidaridad comercial es la digna sucesora de la caridad cristiana. Las empresas se dan cuenta que limpiar las conciencias es rentable. Del mismo modo, la vieja Iglesia justificaba su poder en que se trataba de una institución que busca y promueve la justicia. Una justicia que en ningún caso podría servir para socavar un orden social radicalmente injusto. Dentro de ese concepto de justicia, de esa justicia injusta, no cabía la posibilidad de cuestionar las jerarquías ni el sometimiento de la gente, ni tampoco la sacrosanta institución, su poder sobre las vidas de las gentes y sus abusos.

Del mismo modo, los ejecutivos de hoy en día utilizan el márketing solidario como forma de justificar este orden social injusto: el capitalismo neoliberal también puede hacer cosas buenas, se dicen. El capitalismo se vuelve solidario. El capitalismo, necesariamente basado en la insolidaridad, en la competencia, en la ley del lucro y la rapiña, en el máximo beneficio al mínimo coste... coste pata el que se beneficia: lo que le cueste a los otros, o el destrozo que se haga, poca importancia tiene, a no ser, claro, que se pueda rentabilizar en términos de márketing. Ya se sabe que el empresario, cuando destroza una montaña, cuando explota a niños en Pakistán o cuando despide a sus trabajadores, siempre va a tratar de ocultarlo o negarlo; ahora bien, si coloca en el pasillo de su sede central una papelera de recogida selectiva, le vamos a tener hasta en la sopa alardeando de ecologista, respetuoso con el medio ambiente. Y si dedica tres miajillas de sus ganancias para dárselas a alguna oenegé conformista que se preste, pues ya habéis visto lo que ellos mismos dicen en sus propias revistas: hay que publicitarlo al máximo, hay que sacarle partido y rentabilidad. Si no me beneficio yo más que el muerto de hambre objeto de nuestra campaña, entonces, ¿de qué me vale? Sean honestos, señores empresarios, cuando monten sus tinglados publisolidarios: no muestren imágenes de niñitos muertos de hambre, ni armoniosos ecosistemas llenos de pajarillos con código de barras. Muéstrennos al que de verdad se va a beneficiar de todo esto, por ejemplo, al babeante consejo de administración de su empresa en pleno, echando cuentas de cómo suben las ventas gracias a la concienciación de los consumidores.

Ese precisamente es el aspecto más nefasto de esta falsa solidaridad de mercado: el de la gente de a pie. Al igual que antaño se complacía en su buena acción del día, en echarle dos reales al pobre al salir de misa, y así se pensaba que todo estaba arreglado, que él ya había cumplido, hoy, el antiguo fiel, ya convertido en cliente, se contenta con fumarse un fortuna 0'7 en nicotina o beberse una pepsi solidarilight. Es lo mejor que se puede hacer. Los publicitarios carroñeros se encargan de babearle encima, de hacerle creer que es el tío más solidario del planeta, y su empresa, la más enrollada, por supuesto. Compre, compre: arregle el mundo.

Una vez convencidos de que la falsa solidaridad es la única que hay, se aleja el peligro de que despierte la solidaridad de verdad, la que no es interesada, autocomplaciente, engañosa, adormecedora ni paternalista. La verdadera solidaridad que nace generosamente del corazón de las gentes y que, por eso mismo, no echa cuentas interesadas. El apoyo mutuo del que hablaban los viejos anarquistas. 

Esa solidaridad de verdad es un peligro, ya que antepone lo que es justo a lo que está impuesto. Es la solidaridad que no se vende, aquella en la que no se invierte. Es la que nos intentan matar, cambiándonosla por sustitutos falsos.



Y al igual que las empresas en general invierten en solidaridad mentirosa, también lo hacen, como no podía ser menos, ese tipo especial de empresas que son los medios llamados de comunicación. Y, también, el propio estado y las instituciones llamadas públicas, echan mano del lavado de imagen seudosolidario. Y no es de extrañar que los organismos públicos actúen como las empresas privadas, una vez que el concepto de servicio público queda definitivamente olvidado y estos organismos abrazan totalmente en la dinámica empresarial y se imbuyen de criterio de rentabilidad. Las cosas ya no tienen que ser útiles, como muchos de los servicios sociales. Ahora tienen que ser rentables. Y los más desamparados no son muy rentables, que digamos, a no ser como carnaza para campañas de márketing solidario que sirvan para mejorar nuestra imagen de enrollaos.

Uno de los casos más vergonzosos y a mayor escala fue el del huracán Mitch en Centroamérica. Era la excusa perfecta. El huracán no era, en principio, un hecho político ni económico. La solidaridad interesada puede, por tanto, desplegarse sin complejos. Esa solidaridad que no interesa desplegar cuando las causas están tan directamente relacionadas con la injusticia económica o la represión política, que no se pueda disimular ni camuflar esa relación. Ser solidario allí dañaría la buena imagen del sistema. En cambio, el huracán Mitch no parecía tener de ideología.

Sin embargo se ensañó con las casas de los más pobres. Con los barrios y las poblaciones más precarias y míseras. El huracán Mitch no fue contra las casas de los ricos ni contra el palacio presidencial. El huracán Mitch sabía lo que se hacía. 

Porque el verdadero huracán es el de la miseria, el del hambre, el de la precariedad de las casuchas de los pobres, a merced de cualquier inclemencia, el de la persecución despiadada a todo aquel que osará denunciar de donde venía el verdadero huracán, el de las masacres y las atrocidades inconcebibles que los pueblos de Centroamérica han tenido que sufrir durante décadas. Pero no quedaría muy bien eso de hacer el Telemaratón caritativo de Telecinco a favor de las víctimas del capitalismo y la represión política en Centroamérica, o, por poner otro ejemplo, a favor de las víctimas de las ventas de armas españolas en Turquía, Chile, Indonesia o en la misma América Central.

Y siguiendo a pies juntillas los principios del márketing solidario para empresas privadas, el gobierno español se volcó en darle el mayor bombo y publicidad posible a las interesadas migajas limosneadas a los países afectados. No faltaban alusiones peloteras al gran espíritu solidario del pueblo español. Hemos demostrado que somos supersolidarios y los ministros y telepredicadores nos lo confirman. Podemos irnos a dormir tranquilos sin mover un dedo. Bueno, sí: podemos mover, satisfechos, el dedo que apaga la tele desde el mando a distancia.

Tampoco importaba mucho que la corrupción de gobiernos como el hondureño o el nicaragüense hiciera que muchas de las ayudas se quedaran en algún bolsillo pudiente, antes de llegar a los damnificados. O que esa ayuda se distribuyera de forma selectiva, regateándosela y birlándosela a los municipios sandinistas en Nicaragua, por ejemplo. Puro interés político y electoral del ejemplar gobierno nicaragüense. También en la distribución de las limosnas había que aplicar el principio del ruin interés y de la rentabilidad que fundamenta este sistema aberrante.

Y es que la solidaridad vende. Quiero decir, la falsa solidaridad que se deja vender. Ahí están también los famosos bombardeos solidarios de la OTAN en Serbia y Kosova. Os queremos tanto que estamos dispuestos a hacer cualquier cosa por vosotros, incluso a bombardearos y a masacraros. Sois lo más importante para nosotros, pero cuando os matamos sois simples daños colaterales, despreciables y comprensibles errores de cálculo que nosotros mismos nos perdonamos. Además, los daños que ocasionemos siempre serán colaterales a nuestra inmensa bondad, que es frontal. Y para dejar eso bien claro, tenemos todos los medios a nuestro servicio. No es necesario escuchar otras voces que os puedan confundir acerca de nuestras verdaderas intenciones, así que no os preocupéis, que no las vais a escuchar. Nuestra solidaridad, para ser efectiva, tiene que ser absolutista y autoritaria e indiscutible.

Donde impera el dinero, todo está en venta. Donde impera el dinero, la solidaridad se vende como simulacro. Como simulacro y falsificación de esa auténtica solidaridad, que no hace sino arremeter contra el imperio del dinero y de la mentira.


 
Este texto se emitió por primera vez el 19 de enero del 2000

 

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