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FRACTURA DE RADIO

¿EL OCASO DEL CAPITALISMO?

Los empresarios son unos seres primarios, que funcionan según unas reglas muy simples, reglas que se ven obligados a cumplir de todas todas, para que su negocio sea competitivo y puedan ganar cada vez más pasta. Esas reglas son maximizar beneficios y minimizar costes, como bien dice cualquier manual del buen capitalista. En lo de minimizar costes se incluye, claro está, la gente. El empresario, en consecuencia, intentará robar lo más que pueda al trabajador, entregarle una parte cada vez menor de aquello que produce. Obviamente, el empresario podrá lograr esto con mayor o menor facilidad, dependiendo de una serie de condiciones. La principal de ellas es la oposición y la resistencia que los propios trabajadores opongan al robo de su fuerza de trabajo.

Una economía como la capitalista, regida por esos principios del máximo beneficio por mínimo coste, llevada a su extremo, tiene como consecuencia directa el caos en el que vivimos actualmente. El paro es una más de esas consecuencias, aunque no la única: cuando hay que reducir costes, la gente empieza, según dicen, a sobrar. Y como la economía está orientada al lucro y no a satisfacer las necesidades de la g ente, este sistema les arroja fuera y les niega la posibilidad de sobrevivir dignamente.

La mentalidad capitalista, la mentalidad que el empresario asume con naturalidad es elevada a la categoría de ideología oficial, obligada y única. La economía no será ya un instrumento para conseguir el bienestar de la gente, sino que se convierte en un fin en si misma. Fijaos lo absurdo que es lo que nos están metiendo por medio de su propaganda constantemente, como si fuera lo más natural del mundo. Vienen a decir que el único fin de la economía es que la economía crezca. Y que crezca a toda costa: a costa de la gente arrojada a la miseria para abaratar costes, a costa de las tierras arrasadas para obtener materias primas baratas, a costa de la esclavización en los trabajos de aquellos que encima se consideran afortunados por tenerlos, etc., etc. Es como si yo me compro un globo para pasar un buen ratito inflándolo y jugando con él. Pero de repente, sin que se sepa por qué, el fin ya no es conseguir esa utilidad de pasar el buen rato ese, sino que el globo se infle más y más, que el globo empiece a chuparme el aire y no me pueda despegar de él. Y que yo empiece a ahogarme, pero tenga que seguir inflando el globo. Obviamente, el globo acabará explotándome en la cara y yo, con los pulmones maltrechos: es lo que se llama crecimiento económico.

Así que no conviene desesperarse ni dejarse abrumar por lo que a todas horas cacarean los omnipresentes altavoces del poder. Su poder no es tan absoluto y se tambalea. Estamos en un momento crítico y no vale hacer como el avestruz y meter la cabeza en el televisor para pasar del tema. Eso es lo que el Poder querría, para conseguir que nada cambiara, con la cómplice pasividad de la mayoría. Pero tienen miedo, ¿no lo notáis? Tienen miedo de su peor enemigo, de nosotros, de la gente. Es un miedo que no saben diferenciar de su mala conciencia. Ni ellos mismos, los poderosos, se pueden creer de verdad lo que están haciendo. Sin embargo se ven obligados a hacerlo, a sostener este sistema criminal e intolerable. Son sus súbditos, no son ningunos mandamases. El alto ejecutivo de la empresa maderera que incendia los bosques de Indonesia, lo mismo se va a pescar con su hijito los fines de semana y, claro, le jodería mucho que le quemaran el bosque. Pero tiene que hacerlo: las leyes del mercado son inapelables: hay que conseguir los más abrumadores beneficios al más mínimo coste. La madera quemada es mucho más barata. No importa la gente asfixiada, los pueblos desplazados, los muertos y los países estériles y arrasados: la curva ascendente de beneficios monetarios de la Hijoputing Corporation es lo único que cuenta.

En el fondo saben, esos que se creen mandamases, que ellos también importan una mierda, que esa curva de beneficios se puede volver también contra ellos, cuando no sean necesarios. Si resulta rentable que se vayan a la mierda, se irán a la mierda. Eso lo saben en el fondo, aunque no quieran reconocerlo ni pensar en ello, aunque se crean importantes. Aunque nosotros, los de abajo, también cometamos de vez el cuando el error de considerarles los responsables de este desastre. Como diría Galeano, no vamos a darles esa grandeza: no son más que vulgares lacayos y esclavos serviles.

Cuanto más intentan afirmar su fe en el omnipotente mercado, más se tambalea su tinglado. Es el momento de darles la puntilla, de derrumbar sus mentiras, de organizar nuestro rechazo a este mundo muerto que nos imponen como ideal, y nuestro deseo de vivir libremente. No podemos permitir que su mundo falso e hipócrita termine acabando con toda la riqueza de verdad, esa riqueza que no cuenta ni puede contar en sus cuentas y estadísticas, porque vive en el corazón de la gente y las tierras. Esa riqueza que no es rentable y que les molesta y que, como tal, intentan acabar con ella. Eso que algunos llamarían, para simplificar, la vida. Esa es la guerra. Y ya está declarada.

Los posibles resultados de esa guerra, se puede ya adivinar fácilmente. Si vence el sinsentido, o sea, el capitalismo, la represión, el lado oscuro del ser humano, la destrucción, que avanza imparable, terminará su obra. Si conseguimos rebelarnos, si podemos acabar con tanta falsedad y engaño, si la gente consigue acallar el griterío de la megafonía del poder y hablar por sí misma, honesta y libremente, si podemos ser capaces de hablar y decidir entre todos de lo que es de todos, sin más afán que buscar la razón y la verdad, no el interés ni la mezquindad de los contadores de monedas y de mentiras, entonces quizá logremos hacer de esta tierra lo que debería ser y perfectamente podría ser: un lugar donde merezca la pena vivir.

Esa es la elección. Tu también, político, empresario, madero, piénsatelo: ¿qué prefieres? ¿Por qué vivir como un lacayo y un esbirro, pudiendo luchar por algo mejor, por algo bueno de verdad? ¿Por qué andar engañado, pudiendo pensar? Bueno, vosotros veréis, pero una cosa está clara: si escogéis defender esta mierda, a la mierda os iréis con ella, eso sí, con la sonrisa en la boca y la satisfacción del deber cumplido. Triste y estúpido final para tantos siglos de historia. No pretendáis que vayamos todos al matadero con tan buen talante.


Este texto se emitió por primera vez el 18-10-97

 

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