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FRACTURA DE RADIO

EL INTERÉS GENERAL NOS AHOGA


 

El autoproclamado Ministerio de Medio Ambiente, ante cuyas puertas se yergue, curiosamente, la única efigie que queda en pie del dictador fascista que sometió estas tierras durante 40 años. Frente a él, un grupo de gentes que llevan ya unas cuantas semanas encadenados. Vienen desde los cuatro rincones del territorio administrado por le Estado Español. Es la gente afectada por las presas y los pantanos, que pretenden construir por todas partes

Desde la triste y gris oficina ministerial, unos altos ejecutivos, igualmente tristes y grises, han estado examinando sus proyectos sobre el mapa y han decretado la desaparición de unos cuantos pueblos y valles. Lo hacen, según dicen, por el interés general. Pero es curioso que cuando hablan de eso tan etéreo y flexible como el llamado interés general, casi siempre es para fastidiar y arruinar a un puñado de personas. Vamos, que la gente no cuenta ni pinta nada en eso del interés general. En realidad eso del interés general no es más que una forma retórica de la jerga de los políticos profesionales, para venir a decir poco más o menos que a joderse y punto.

Es como cuando se ataca a una comunidad indígena que ha tenido la ocurrencia de llevar miles de años viviendo sobre una bolsa de petróleo. El interés general dictaminará su ruina y desaparición, con tal de que la explotación y expolio de las riquezas de sus tierras empiecen a generar beneficios para las grandes compañías implicadas y para las propias arcas del estado agresor en cuestión. En ningún caso esos beneficios irán a parar a la propia comunidad destruida. En todo caso, se enganchará a unos cuantos para trabajar de sol a sol y por una miseria. Incluso a algún ministro con muy mala idea se le ocurrirá decir que se han creado nosecuantos puestos de trabajo. En aras del llamado interés general, son capaces de destruir cualquier cosa, cualquier rastro de vida y de tierra libres y sin dueño.

Porque, en la mentalidad dominante, esa que se expresa a través del apabullante despliegue de medios de comunicación y propaganda, tanto estatales como privados, en ese pensamiento único, como se le ha dado en llamar, es inconcebible la idea de que queden tierras y gentes sin explotar, sin exprimir, sin producir beneficios. Sus beneficios, que a nosotros, los de abajo casi siempre se nos convierten en maleficios. El maleficio de la destrucción de las tierras y el aniquilamiento de las comunidades que vivían en equilibrio con su entorno, cuyos miembros tendrán que ponerse a trabajar a las órdenes de los usurpadores o emigrar a los inmensos barrios de chabolas en torno a las grandes ciudades. Muere una tierra y una cultura de sabiduría milenaria. Muere una forma de entender el mundo y de respetarlo. Pero esas circunstancias no encajan en los cálculos de los que mandan. Lo único importante para ellos es la rentabilidad de la explotación y el hecho de poder encontrar mano de obra muy barata entre la población local, lo que sin duda redundará en una disminución de los costes de producción y en una mayor creación de lo que ellos entienden por riqueza. Una supuesta riqueza que nada tiene que ver con la cultura de los pueblos ni con la verdadera riqueza de las tierras que destruyen.

Ante esa necesidad de rapiña, muy en consonancia con el capitalismo globalizado que nos ha tocado sufrir, no hay otras razones a tener en cuenta salvo las monetarias. ¿Qué importancia tiene la gente, sus vidas, sus casas, sus recuerdos? Ninguna: lo único que interesa es ese llamado interés general que, como se ve, no es más que la ansiedad patológica de este sistema inhumano por aumentar y concentrar capital y generar beneficios.

Algún defensor del neoliberalismo nos pondría algún que otro pero a esto que venimos hablando. Dirá, por ejemplo que la creación de riqueza (que es como ellos llaman a la acumulación de dinero), finalmente repercute sobre toda la sociedad. Quizá por eso la diferencia entre pobres y ricos en nuestro país y en todo el globo no haga sino aumentar año a año, a medida que se extienden los tentáculos asfixiantes del capitalismo globalizado. No se ve muy claro eso de que, después de que le roben a uno, le intenten convencer de que ese hurto le va a acabar beneficiando a la larga.

En esto de los grandes embalses, también se ve hacia donde van encaminados los beneficios: hacia los de arriba, hacia los que dictan e imponen el interés general, mientras que los de abajo únicamente reciben a cambio maleficios, maldiciones, violencia y represión. Y es que, además de los propios compromisos y conchabeos del gobierno con las grandes mafias constructoras, un pantano, pongamos por caso, como el de Itoiz, permite regular el abastecimiento de agua a los campos de golf para el turismo de élite en el Mediterráneo, en coordinación con el resto de pantanos de la cuenca del Ebro. También se han detectado movimientos especulativos en la propiedad de los terrenos que irían a quedar en la ribera del amenazante pantano. Los peones del capitalismo ya se huelen el negocio: chiringuitos, instalaciones turísticas, deportes náuticos... vamos, el negocio del siglo para los espabilaos que más reflejos o influencias tengan. Claro, nos dirá el empecinado neoliberalista de antes, pues de ese modo se crearán puestos de trabajo, aumentará la economía en la comarca y, en fin, se creará riqueza, que es de lo que se trata.

¿Qué falsa riqueza será esa, construida a base de la destrucción de la auténtica riqueza de los pueblos y de las tierras? Ah, claro: Dinero, en cuyo nombre esta permitida cualquier tropelía y desmán. Sólo el es el único Señor de nuestros tiempos e, igual que los antiguos dioses, exige ser contentado a base de sacrificios. De este modo, en los templos a Él dedicados, los corredores de bolsa especulan con cifras abstractas, rifándose las tierras y las riquezas que debería ser de la gente, de las comunidades. Pero esas tierras no son nada para ellos: han quedado reducidas a números, que ellos pueden transaccionar, revalorizar y, en fin, hacer ese tipo de cosas tan espantosas como los verbos que las designan. Mientras, la gente trata de sobrevivir, sometida a los vaivenes y caprichos de los sacerdotes del dinero. Una simple transacción en las alturas del universo financiero puede suponer la ruina para millones de personas. Baja el precio del azúcar, por ejemplo. El resultado es un montón de gente pasando hambre en los países productores y que dependen de su producción para abastecer a un Primer Mundo goloso y tragón. En atender a ese niño caprichoso y consentido que no para de consumir se emplean así todos los recursos del planeta. El hecho de que la gente de esos países pueda abastecerse de lo necesario para sobrevivir, es secundario y poco importante. Lo que de verdad importa es la rentabilidad de los que más tienen.

Pero, volviendo al tema pantanoso que nos ocupa, vemos que también argumentan que estos pantanos son necesarios para abastecer de agua a los regadíos y aumentar la producción agrícola. Sin embargo, cuando se les plantea el hecho de que más del 50% del agua canalizada se pierde en el trayecto, o que, con el tiempo, los fondos de los pantanos se llenan de lodos que hacen que disminuya enormemente su capacidad y que antes de hacer ningún pantano más ni echar a nadie de su casa podrían mejorarse esos aspectos de ahorro y eficiencia en el uso del agua, hacen oídos sordos y cambian de tema. No quieren plantearse soluciones razonables y que respeten el derecho de cualquiera a vivir en su tierra. El interés general de los usurpadores no puede estar nunca en consonancia con las necesidades verdaderas y los derechos de la gente. Atender esas necesidades y respetar esos derechos no es rentable.

Tampoco queremos caer en esa jerga engañosa que utilizan los que hacen que mandan y defender cosas como la rentabilidad social o ecológica. Simplemente queremos que dejen vivir en paz a la gente en sus tierras. Primero la gente, como decían los guerrilleros salvadoreños. Primero la gente, y no el Dinero. Y la gente, en la medida de que pueda ser más libre y estar menos atada a la servidumbre de los que mandan, tanto menos rentable será. Así que, si intentamos aclarar un poco las cosas que ellos no cesan de enredar con su jerga interesada, cada vez que nos hablen de rentabilidad, habrá que traducir "esclavitud, explotación, destrucción de vidas y tierras". Y cuando nos mencionen el dichoso "interés general" dictado siempre desde las alturas del poder, sabremos que se están refiriendo, con palabras estudiadamente embaucadoras, a la necesidad de mantener un sistema radicalmente injusto y los privilegios de los que más tienen, a costa de la pobreza, la ruina y la humillación de los de abajo.

Pero para ellos, la gente no puede vivir tranquilamente. Tenemos que ser rentables. Es decir, tienen que sacar tajada de nosotros, pues de lo contrario seremos considerados sobrantes y prescindibles. Como esa gente y esos valles condenados al naufragio por culpa de las grandes presas y pantanos.

 
Este texto se emitió por primera vez el 22 de marzo del 2000

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