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FRACTURA DE RADIO

BILLETE DE IDA Y VUELTA
AL FALSO PARAÍSO.
   

Dicen los expertos y los tertulianos que los brotes de violencia juvenil, como ellos los llaman, tienen su raíz en la crisis de valores, en la falta de comunicación con los padres, en el consumo de alcohol y de drogas, etcétera. Y se disponen a elaborar o proponer políticas de reinserción, de educación para la tolerancia, a diseñar campañas que propaguen el buen rollito entre la confusa e influenciable población. A enseñarnos lo que hay que hacer y cómo hay que ser. Para eso son ellos los que saben.

Pero desde aquí, humildemente, nos parece que a veces se hacen un poco de lío. Lío cuando se ponen a mezclar cosas totalmente dispares en el mismo saco y, sin embargo, otras quedan inexplicablemente fuera. Puestos a hablar del fenómeno de la violencia, como ellos dicen, suelen olvidarse de que siempre mueren y sufren agresiones muchos más manifestantes a manos de policías que viceversa, por ejemplo, y, sin embargo, los tales policías no suelen ser catalogados entre los llamados violentos, mientras que, curiosamente, muchos de los que sufren sus agresiones son calificados así, como violentos, aunque no hayan movido un dedo. Ya se sabe, el Estado jamás reconoce sus tropelías, el Poder jamás puede ser honesto o sincero: hay que cuidar la imagen, o, dicho de otro modo, mantener el engaño, y, con él, el propio poder que en ese engaño se sustenta.

Tampoco hablan estos supuestos expertos sobre los fenómenos violentos acerca de la violencia que el sistema ejerce sobre los más pobres y desprotegidos, de la que son víctimas mortales 35.000 personas al año sólo en el territorio del estado español. Los muertos de enfermedades curables, de la precariedad laboral... los muertos de la desigualdad, de los que hablamos aquí no hace mucho, víctimas directas del capitalismo y su cotidiano genocidio. Ni hablan de cómo la sangre de los pueblos indígenas hace de combustible en los civilizados motores del mundo avanzado, cuando las gentes son despojadas de sus tierras y de su memoria y arrojadas a las miserias de los suburbios, cuando no directamente eliminadas, con el fin de saquear el petróleo necesario para el despilfarro occidental. Y quien dice petróleo, como en el caso de los U'wa en Colombia a manos de la Occidental Petroleum, o en Bolivia a manos de Repsol, donde ya ha habido víctimas mortales, dice también proyectos hidroeléctricos, como los que intenta perpetrar Endesa en tierras de los mapuches, en eso que llaman Chile; o explotación maderera, como en las selvas de Nueva Guinea, donde los pistoleros de las compañías privadas y la Fuerza Pública del Odio indonesia aplican coordinadamente su crueldad sobre las indefensas poblaciones indígenas, expulsadas de sus tierras, esclavizadas, torturadas, asesinadas. Tampoco hablan de las masacres y los crímenes que sólo son posibles gracias al material para la muerte gentilmente proporcionado por civilizadas empresas de civilizados países avanzados, como el nuestro, a Turquía, Indonesia, Chile, China, Marruecos, etcétera.

Eso no es violencia, según los expertos, los que saben, los que dictan como son las cosas para que nosotros, la gente, imbéciles como creen que somos, vayamos tomando nota. Eso no es violencia; al menos no la mencionan como tal. Simplemente la ignoran, la camuflan, o la justifican. Y esa ignorancia, esa ocultación y manipulación, acaba rindiendo su servicio a este sistema, basado precisamente en el monopolio de la fuerza, en la imposición, en la autoridad.

Cuando hablan de las catástrofes de lo que llaman Tercer Mundo, nos pintan un cuadro caótico de países sumidos en la barbarie cuya única esperanza es la caritativa ayuda de las honorables potencias y, por supuesto, seguir a pies juntillas el camino del desarrollo, o sea, el que tales potencias honorables imponen. Pasan por alto detallitos como el expolio de esas tierras para beneficio de las grandes compañías occidentales, como en el caso de las petroleras, las madereras, las mineras, etcétera. Pequeños detalles sin importancia como la mano de obra esclava trabajando para los potentados y civilizados chupasangres, o el comercio de armas que luego se emplean en las terribles y, según ellos, inexplicables guerras, con que nos amenizan los telediarios. Detalles nimios como la imposición de gobiernos títeres y podridos, totalmente sumisos a los intereses de las empresas extranjeras (a la globalización y liberalización, como ellos los llaman) y a los dictados del Fondo Monetario Internacional, que impone políticas salvajes de desatención a las necesidades públicas para impulsar el lucro sin límites de las compañías privadas.

Claro, desconociendo esos pequeños detalles, uno cualquiera podría pensar que eso del tercer mundo es un caos sin solución y que aquí estamos medianamente bien, y que no tiene nada que ver una cosa con la otra. Y en todo esto hay que dar las gracias a la labor de los medios de manipulación, que se obstinan en no dejar que suene ninguna voz discordante, rebelde y lúcida ni a través de ellos, ni al margen de ellos (a ellos no les visita la policía ni les amenazan con el cierre).

Mientras tanto, los habitantes de las márgenes del mundo tratan de huir. Tratan de huir ante la imposibilidad de sobrevivir en una tierra expoliada para el lucro y negocio de las grandes empresas, para ese despilfarro absurdo de los países occidentales que necesita del impulso y el estímulo constante y artificial de la publicidad y el márketing para avivar el consumo de inutilidades, sangrientas inutilidades que conforman este falso y destructivo bienestar. Y tratan de huir hacia donde se supone que está el paraíso, donde a la gente no le falta para comer, donde pueden incluso darse algún que otro caprichito. Huyen hacia ese paraíso que la televisión y la publicidad despliegan a todas horas ante sus ojos.

Pero antes entrarán ellos en ese falso paraíso que un camello por el ojo de una aguja. Y es que el falso paraíso esta hecho a su costa, necesita de esclavos que mantengan los falsos lujos de los supuestos privilegiados. Y digo supuestos, porque el aburrimiento y la tensión de todos los días, el alto índice de suicidios, la apatía generalizada y la abundancia de caras largas no parece que sean síntomas de la enorme felicidad que deberíamos sentir en los países medianamente avanzados.

Pues eso, el falso paraíso no es para todos, pero es que ni siquiera es paraíso ninguno. Una de las funciones que la televisión y los otros medios secundarios de manipulación cumplen es la de hacernos creer que esto está bastante bien, dentro de lo que cabe y tal y como está el mundo. Para eso nos rebozan de imágenes violentas, de desastres y de situaciones desesperadas en el Tercer Mundo, sin indagar en las causas de tales desgracias. Causas que apuntarían directamente a la injusticia y la violencia en la que se sostiene el sistema internacional. Pero eso, sssssh: eso no se puede decir. Y si alguien en estos poderosos medios de manipulación intentase profundizar un poco en serio en el asunto, sería expulsado y relevado de inmediato. Grandes y potentes son los medios de comunicación al servicio del Estado y del Capital, pero tienen un pequeño defecto: no pueden decir la verdad.

Así que el mundo, tal y como se le pinta y se le vende al ciudadano medio occidental, es un lugar lleno de desastres de los que se libran nuestras maravillosas y avanzadas potencias. Pero en nuestras privilegiadas tierras intentan colarse algunos de los habitantes del caos, que vienen, sin duda con la intención de instaurar el caos entre nosotros y de los que debemos defendernos, o sea, atacarlos. Ya lo hacen nuestros gobiernos, con sus insuficientes leyes de extranjería, con los miles de mercenarios que vigilan las fronteras del bienestar, con las bandadas de policías a la caza y captura del extranjero, con los centros de internamiento donde se les hacina y se les golpea, con las expulsiones, acompañadas muchas veces de fármacos y drogas adormecedoras que sirven para que presidentes democráticos como el nuestro afirmen que "había un problema y lo hemos solucionado", o de almohadones para ahogar los gritos y, en ocasiones, cuando se le va la zarpa al perro guardián de turno, para ahogar también a la persona que gritaba. Pero ellos siguen llegando: huyen del caos y "nos lo traen aquí".

Entonces el ciudadano medio europeo piensa que tiene que defenderse de esa amenaza. Que la amenaza son esas personas desesperadas que huyen de la miseria que se ha instaurado en sus tierras. Que ellos son los culpables y que hay que echarlos. Expulsados de sus tierras y expulsados del supuesto paraíso. Agredidos por los poderosos y agredidos también por los confundidos ciudadanos de a pie.

Esos ciudadanos de a pie a los que se les prohíbe enterarse de lo que de verdad pasa. De que el caos esta aquí. De que nuestra supuesta riqueza es su pobreza y desesperación. De que el imperio global del dinero nos lleva a la ruina y al desastre total. A la desaparición de las tierras, de las culturas, de la auténtica riqueza. De que un sistema basado en el lucro económico como máximo y único valor a tener en cuenta, nunca va a solucionar los verdaderos problemas y necesidades, nunca va a traer nada útil y provechoso a las vidas de las gentes, sino todo lo contrario: desgracias, abusos, injusticias, violencia.

Pero como está prohibida la verdad, surgen los salvadores de Europa que, ante la insulsez y mediocridad de los políticos al uso, dicen a voz en grito lo que ya daban a entender esos políticos y los medios de comunicación. Que hay que expulsar a esos harapientos. Que el problema son ellos. Y como el problema son ellos, se acabó el problema. Ya no es problema que una empresa destruya las tierras y explote a las gentes. El problema son ellos. Ya no es problema que occidente se forre vendiendo bombas, y si llega el caso, lanzándolas también, para que se mueran unos cuantos y los telediarios dispongan de carnaza fresca. El problema siguen siendo ellos. Y no es problema que se les despoje de sus tierras para que aquí se venda barata la gasolina, el café, la madera; ni es problema que sus países estén obligados a destinar la mayor parte y lo mejor de su producción a satisfacer las necesidades y los caprichos de occidente, mientras la población local se muere de hambre y enfermedades y trata de huir desesperadamente. Eso no es problema: el problema son ellos, esos que vienen aquí. Asunto arreglao: mira que fácil.

Lo que parece bastante claro es que a este sistema le interesa bastante más que pensemos así, que seamos mezquinos, ignorantes y racistas, a que descubramos la raíz de por qué ocurren las cosas. Porque en esa misma raíz injusta y violenta se cimienta este Régimen. Descubrirla sería un peligro y eso, desde luego, no conviene. Vale más que estemos por aquí confundidos, engañados, que nos repartamos las hostias entre nosotros, los de abajo, antes de que le pueda caer alguna al Gran Hermano.

Por eso, y aunque hagan que se echan las manos a la cabeza, el tan cacareado avance de la ultraderecha en Europa, no deja de ser una estrategia del propio sistema para perpetuarse y mantenerse a sí mismo. El sistema que siembra el miedo, la desconfianza y la desunión entre la gente, para que nunca pueda juntarse, hablar y rebelarse. Los de arriba siguen siendo los de arriba, y los de abajo siguen siendo los de abajo: no hay problema. Hay que seguir machacando a los más indefensos, de eso se trata. Hay que defender nuestro sangriento, aburrido y prefabricado bienestar.

De esta manera, no es de extrañar que partidos neofascistas alemanes, austriacos, franceses y demás, cuenten con la financiación de opulentos empresarios. A ellos les interesa que la confusión y el odio cundan entre la gente. De esta manera quedan a salvo de las justas iras de esa gente y libres para seguir cometiendo tropelías.

Así que, queridos expertos de las tertulias autocomplacientes, ya ven como no están tan lejos sus poderosos medios de comunicación de la violencia de los fascistas y del desastre social y ecológico del mundo entero. Forman parte ustedes del mismo engranaje. Y luchar contra la violencia y la injusticia no es sólo luchar contra el fascismo, sino también contra su manipulación de ustedes y luchar contra el capitalismo inhumano y asesino (perdón, contra la necesaria liberalización y globalización, inhumana y asesina). Espero que tengan en cuenta estas consideraciones en su próxima tertulia sobre el fenómeno de la violencia. Y que, si es así, no tengan mucho problema en encontrar después otro trabajo en cuanto les despidan.


 
Este texto se emitió por primera vez el 8 de noviembre de 1999

 

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