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FRACTURA DE RADIO

EL SISTEMA


 

   Cualquier persona sensata a la que se le preguntara cuál debería ser el fundamento de un sistema económico y social que resultara deseable, nos respondería seguramente que aquel que más beneficiara a la población; aquel que atendiera sus necesidades y que les permitiera vivir libremente. Y nos diría eso: a la población, a la gente, al pueblo, pero no a una parte sólo, a unos pocos nada más. Un sistema que atiende y sirve a una porción de la gente, excluyendo al resto, es un sistema fracasado. Fracasado, si acaso su pretensión es lograr el beneficio para todo el mundo, porque si solo le interesa beneficiar a una parte de la gente, a una clase, a un estamento, a los habitantes de un territorio o de una supuesta etnia, cultura o lengua, podemos hablar directamente de sistema de dominación, sistema imperial o hegemónico, de los cuales no faltan ejemplos en la historia.

 Ocurre también que algunos sistemas ocultan y disimulan su fracaso: que no sirven al conjunto de la gente, sino que excluyen a una buena parte de ella. El ejemplo más claro no puede estar más cerca: este sistema capitalista de economía globalizada impuesta en todo el mundo, pero que relega a la miseria y a la muerte a la mayor parte de la humanidad. Si la honestidad estuviera en la raíz de dicho sistema, no habría problema en reconocer dicho fracaso, la inutilidad de seguir persistiendo en el error y prolongar el sufrimiento de millones de seres. Pero no ocurre así. El sistema procura engañar a sus súbditos por medio de un uso constante de la propaganda.

 Ahora bien, la propaganda no puede tampoco mostrarse abierta y cruda como tal: ha de aparecer disimulada para ser creíble. Y aparece, principalmente, a través de los llamados medios de comunicación, que imponen una determinada visión del mundo, lo que últimamente se viene llamado pensamiento único. La propaganda se presenta como información. Cualquier información no conveniente, inadecuada para el mantenimiento del sistema se omite o se desvirtúa. Si aparece por otros canales, se la descalifica, tratándola precisamente como propaganda alarmista, tendenciosa, e incluso peligrosa, subversiva o terrorista.

 Pero el pensamiento único, aquel que impregna el lenguaje de los medios y de los presentados como expertos, tampoco puede presentarse cruda y abiertamente como tal, como único. Ha de tener una apariencia de pluralidad, para ser asimilable y administrable. De esta manera, el discurso de los responsables políticos, de los expertos económicos, difiere y varía en cuestiones de pormenor, al igual que la línea editorial y las orientaciones de los medios de comunicación. Es lo que en inglés se llama mainstream, o sea, literalmente, la corriente principal. Su apariencia plural sirve para relegar y excluir cualquier planteamiento que no comulgue con los postulados que se aceptan dentro de dicha corriente. De esta manera se consigue que esas voces disidentes lleguen mucho más trabajosamente a los oídos de la gente, bombardeados por los voceros del poder desde la corriente principal. Una vez más, el ejemplo lo tenemos aquí mismo. Esto que os estamos contando no puede tener cabida en un medio de comunicación poderoso y dedicado, por tanto, a reproducir los postulados, los mensajes propagandísticos que apuntalan este sistema. Un medio de comunicación al servicio del dinero o de la administración del estado es incapaz de ofrecer nada distinto, nada que atente contra su misión fundamental, es decir: la manipulación y la transmisión de mensajes conformes y conformistas. Esto quiere decir que deja de tener sentido seguir llamándolos medios de comunicación y resulta más adecuado, como propone Agustín García Calvo, llamarlos medios de formación de masas. Es decir, medios que sirven para formar el pensamiento servil de los súbditos y a través de los cuales se impide la comunicación de cualquier razonamiento o planteamiento que no se ajuste al guión diseñado. O por decirlo de otra manera: medios a través de los cuáles no se puede decir nada.

 Dichos razonamientos, planteamientos, críticas, dudas, pensamientos, como estos que nos traemos entre manos ahora, quedan relegados a los verdaderos medios de comunicación: aquellos que trabajosamente y con mucho esfuerzo y precariedad se consiguen levantar entre la gente, como esta radio libre que estáis escuchando. Que no nacen por la conveniencia del poder ni por las expectativas de lucro del capital privado. Medios que quedan al borde de la legalidad, perseguidos y hostigados por quienes que sólo pretenden que se oiga el monótono altavoz del poder en todas partes. Que carecen de medios suficientes para escucharse en condiciones óptimas: los micrófonos no son muy buenos, la pletina se joroba, los poquitos watios que tenemos nos lo tapa una emisora comercial que se nos planta al lado del dial para decir lo mismo que las demás, no hay dinero para comprar otro reproductor de discos compactos, la cinta suena mal, se engancha... bueno, ya os imagináis. De hecho, ya lo notáis al escuchar emisoras como ésta.

 Sin embargo, ahí está ese hueco abierto: un hueco mínimo por el que apenas se oyen un poquito las voces de la gente. Mientras todo el dial se llena de los anuncios de la última película de Disney, aquí una vocecilla denuncia las condiciones inhumanas en que son explotados en Haití los trabajadores de esa fábrica de sueños; para ellos, fábrica de pesadillas. Mientras todas las emisoras babosean con la última bodaza, aquí alguien trata de preguntarse por el sentido de todo esto. El dial es una calle llena de grandes anuncios publicitarios e institucionales: ¡compra!, ¡cree!, ¡admira!... nosotros somos una pintada que van a borrar o a tapar mañana.

Pero esa pintada pequeñita tiene mucho más fuerza de lo que cabría pensar. La fuerza de poder levantar la sospecha de que no es este el único mundo posible. Que hay otras posibilidades, otros caminos. Que no estamos condenados a la marginación de la mayor parte de la gente, a la destrucción de nuestras tierras, de nuestras aguas y nuestros aires. Que no estamos a la completa merced del engaño, la propaganda y el entretenimiento sedante. Y que hay mundos posibles mejores que este. Mejores y posibles.

 Pongamos por caso, un mundo donde realmente el centro de las preocupaciones fuera que nadie quedara condenado a la miseria y el desprecio, de donde se desterrara el abuso y la violencia. ¡Qué utopía!, ¿verdad? Esta claro: el pensamiento único pretende que eso es una utopía irrealizable, no vaya a ser que nos de por realizarla.

 Y sin embargo, no creo que haya otra aspiración más común: un mundo donde todas las voces puedan ser escuchadas, donde todos y todas contáramos y fuéramos importantes, donde las relaciones sociales, en lugar de estar marcadas por la desconfianza y la competencia, es decir, la hostilidad y la violencia, estuvieran hechas a base de apoyo mutuo y solidaridad; donde fuera impensable que nadie tuviera que dormir en las calles de la gran ciudad, a no ser que le apeteciera en una noche de buen tiempo; donde nadie tuviera que someterse a las órdenes ni caprichos de ningún estúpido mandamás. Por mucho que nos intenten convencer de lo contrario, empleando para ello sin escatimar los poderosos medios de los que disponen, esas aspiraciones estarán siempre en el corazón común de todos nosotros.

 Pero las ideas son duras. Una cosa es lo que todos, en el fondo, queremos y sentimos, y otra las ideas con la que nos educan y nos convencen de que eso es imposible, que eso es tener pajaritos en la cabeza. Y claro, a los pajaritos hay que tirotearlos y abatirlos.

 Y nosotros nos lo creemos. Tragamos y nos lo creemos. Nos resignamos y lo aceptamos. Aceptamos como algo normal lo que ocurre. Procuramos que no nos importe. Que no nos importe ni nuestra vida ni la de los demás. Tratamos de quitarnos el problema de encima, del pensamiento. Nos enseñan a ser duros, desconfiados, insensibles, insensatos. Si te andas preocupando de esas cosas no llegarás a nada en la vida, nos dice la Familia y la Escuela. Dentro de este coche se está muy bien, porque tú lo vales, no te preocupes de nada más, nos dice la Publicidad. Todo va bien, nos dice el Poder y su Propaganda.

 Todo va bien, pero todo va mal, como decía el paisano aquel al leer el periódico. Y es que en el fondo sabemos que se trata de una farsa colosal, de un engaño colectivo de tremendas dimensiones. A veces nos asalta la sospecha, pero procuramos taparla, ahogarla: disparamos contra los pajaritos. Pero es inútil, reconozcámoslo. Sabemos en el fondo que es mentira, que nos están escamoteando y nos estamos escamoteando lo fundamental, lo que de verdad importa. Mucho más que las memeces y los alaridos con los que tratan de entretenernos y aturdirnos en todo momento, horrorizados ante la posibilidad de que podamos ponernos a pensar y a sentir de verdad.

 Así que ya basta de hipocresía. La gente es lo que importa. Nuestras vidas, y no la vida del Dinero ni la del Poder a quienes nos sometemos a diario, a quienes sacrificamos lo más preciado de nuestro sentimiento y de nuestro entendimiento. La vida del Dinero y el Poder, que es la muerte de la gente y de la tierra.

 Y estamos ya cansados de tanta mentira. No vamos a convertir nuestras vidas en una parte de esa gran falsedad. No vamos a colaborar para que siga girando el mundo del revés. No queremos trepar en vuestra empresa. No queremos comprarnos vuestra colonia. No nos creemos lo que dice ese político con su expresión estudiada de seriedad y convencimiento. No vamos a seguir callando como si nada pasara cuando el policía guatemalteco golpee al niño de las calles de Tegucigalpa con una porra de fabricación española, cuando el ejército turco sobrevuele la aldea kurda recién arrasada con su avión fabricado en España. No vamos a consentir ninguna humillación, ni nuestra ni de nadie, con tal de conservar la mierda de puesto de trabajo precario al que nos arrojan.  No vamos a admitir que sigan llenando el estrecho de Gibraltar de cadáveres. No vamos a aguantar a ningún presunto experto pedante diciendo que sobramos nosecuántos. No vamos a dejarnos entretener con vuestra televisión estúpida, ni con vuestras músicas prefabricadas, ni con vuestras lucecitas navideñas, ni con las falsas disputas de vuestro circo político. Y no nos vamos a callar, aunque nos tapen la boca.

 Y sí vamos a vernos, a conocernos, a hablarnos, a querernos. Vamos a vivir juntos, a construir juntos. Vamos a gritar y a cantar a los cuatro vientos. Vamos a reconquistar nuestras vidas, nuestra dignidad, nuestra libertad. Eso es lo que más temen los de Arriba: la palabra verdadera, el beso verdadero, la canción verdadera, la verdadera solidaridad y el respeto de verdad.  Aquello que más temen, prohíben y persiguen: lo más revolucionario.

 Así que esas son nuestras ocultas intenciones subversivas y terroristas. No lo negamos: hay que acabar con el capital, con el estado y con toda clase de Poder. ¡Hay que ver, que malos malísimos somos! Somos tan aviesos y torcidos que pretendemos que sea sólo la voz de la gente la que cuente. Somos tan demoniacos que queremos que todo sea de todos, que nadie sea apartado ni despreciado, que no haya potentados y hambrientos, acaparadores y despojados. Somos tan criminales que deseamos un mundo en el que se pueda vivir en paz, sin fronteras ni ejércitos, sin explotación ni sometimiento: no hay paz sin libertad y dignidad para todos. Y somos tan despreciables, peligrosos y desestabilizadores que pensamos que todo eso no sólo es posible, sino necesario, y que vamos a luchar por ello.
 
 
Este texto se emitió por primera vez en noviembre de 1998.

 

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