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FRACTURA DE RADIO

VIOLENCIA


 

   En esta época de palabras altisonantes, de imágenes impactantes, de flashes informativos, de golpes de efecto, de apariencia, de fachada, el Poder se configura cada vez más en su esencia violenta, la que le dio origen para imponerse, y la que le da fuerza para mantenerse. Una esencia violenta disimulada por toda esa retahíla de gestos, imágenes, representaciones, ilusiones. Una esencia violenta demasiado terrible y descarnada para mostrarla cruda y directamente, sin que los súbditos sientan el asco y el horror, el odio al sometimiento y a la esclavitud.

 Las noticias, por ejemplo. No son noticias los golpes cotidianos, diarios, las torturas en el Centro de Detenidos de Moratalaz, por ejemplo. Las tumbas inhumanas en las que se hace vivir a los presos FIES (Ficheros de Internos de Especial Seguimiento), los calificados como más peligrosos tampoco merecen la atención de los que se suponen que informan. Violencias de este tipo sólo son noticiables cuando no es el Estado, sus bandas armadas, o sus aliados privados quienes las perpetran. Por ejemplo, si una organización para-estatal mantiene en un zulo a un funcionario de prisiones durante equis tiempo. Eso si es tortura, abominable, inhumano, inconcebible.

 Y así es, pero no menos que cualquier otra violencia. De hecho, todas participan de la misma naturaleza estatal, tanto las que provienen del Poder establecido, como la del que lucha por imponerse mediante idénticos mecanismos militares, policiales, inquisitoriales, patrióticos, etc.

 Cuando se habla de ‘terrorismo’, siempre se tiende a procurar que no se desvelen las coincidencias entre la violencia para-estatal y la estatal. Se juega al truco de que cuanto más malos son ellos, más buenos nos hacen a nosotros, los demócratas, los mansos. En realidad, se busca una excusa propagandística para asentar este sistema de dominación. Y bandas armadas como ETA no ponen dificultades en brindar la excusa oportuna para la propaganda y la represión del poder. Propaganda y represión siempre de la mano. Apariencia y violencia.

 No en vano, el Partido Popular recomendaba en un documento interno, sacar el máximo provecho político posible de las actuaciones de ‘los violentos’(1). Queridos patriotas vascos, ya sabéis para quién estáis trabajando.

 Pero cuando hablaba de la violencia, cada vez más descarnada, a la vez que más oculta, me refería también a lo inapelable que aparentan ser las decisiones de los poderosos. Cuando cualquier politiquillo nos habla desde sus alturas, no es para ver qué nos parece, sino para vendernos algo que ya está hecho, que ya está decidido. Cuando nos hablan del euro, de Europa, de la próxima línea del tren de alta velocidad, de lo que sea, es para convencernos de ello. ¿qué más les dará convencernos, si ya está todo decidido? Bueno, al fin y al cabo, hay que aparentar, hay que mantener una ilusión de que aquí pintamos algo la gente, hay que seguir llamando a esto ‘democracia’ y hincharse de fatuidad cuando dicen ‘nosotros, los demócratas...’

 Hay que mantener a la gente engañada, porque la gente, para Ellos, es su peor enemigo. La gente despierta, rebelde. Aquella que se pregunte por las cosas, la que pueda cuestionar lo que de verdad pasa. A esos, palo. Eso sí, lo más discretamente posible.

 Claro que también meten la pata. Cuando hace poco, un grupo de gentes rebeldes okupaba un viejo hotel en desuso en plena Gran Vía madrileña, los poderes decidieron darles un buen escarmiento. A pesar de pactar que no habría detenciones ni agresiones, los violentos agredieron a las gentes cuando salían del edificio. Recurso a la violencia, ya que la impunidad está garantizada: la Justicia no suele castigar este tipo de agresiones. Es más, suele encausar más bien a los agredidos por cosas como resistencia a la autoridad. O sea, primero, la violencia. Después, la mentira. Que han empezado ellos, que son unos violentos, que han tirado piedras... ya se sabe, cualquier memez es buena: los medios de comunicación van a reflejar fielmente esa versión, no la de los apaleados, la de los agredidos. ¿Para que se iban a molestar? ¿Para que les retire la publicidad algún anunciante? Eso sí, señores policías antidisturbios, tengan ustedes cuidado de no aporrear al fotógrafo de El País, si no ya ven ustedes la que se monta.

 Bueno, pues se monta: sale en la prensa “Han pegado a nuestro fotógrafo y le han dado patadas”. Respuesta: la mentira. O sea, que ya va, primero la violencia, segundo la mentira y tercero la mentira. El fotógrafo se ha caído, pobre, se ha dado un tortazo según corría. Al día siguiente, el periódico muestra la foto de varios violentos aporreando y dando patadas al fotógrafo que, como puede, se acurruca en el suelo ante tan bárbara agresión. El titular del periódico: “La ‘caída’ de nuestro fotógrafo”. La mentira queda ridiculamente desvelada.

 Pero ojo, era el fotógrafo del periódico el apaleado. ¿Cuántas veces ese mismo periódico ha desvelado mentiras flagrantes de este tipo cuando los apaleados y agredidos por los violentos profesionales, por las bandas armadas del Estado o de las empresas, eran otros? Más bien pocas, por no decir ninguna. Es decir, el fallo fue golpear al fotógrafo del periódico. De no haber sido así, la actuación de los violentos habría quedado impune. Bueno, quiero decir, impune va a quedar de todas maneras, faltaría más, pero ni siquiera habría llegado a la luz pública. Luz, por otro lado, un tanto mortecina: la sección local de algunos periódicos. Y eso por dejar a un lado el patético reflejo en ciertos medios especialmente serviles, como el AB, donde la pobre reportera se empeña en decir que los okupas se dedicaron a tirar cascotes. Y digo pobre, porque la pobre se vio agredida en los sucesos: ¿por los malvados okupas que, según ella, tiraban cascotes y arremetían repetidas veces contra los policías? Pues no. En realidad, a la redactora del ABC la curraron los únicos violentos que había por ahí sueltos: los que cobran por ello. Es patético ver como, a pesar de ello, se ve obligada a falsear la historia para que parezca que los malísimos eran los otros. Eso es libertad de expresión: o cuentas lo que no viste o se te acabó el contrato de reportera, maja. Eso es prensa democrática. La muestra de que no se puede decir más que lo que conviene al Poder.

 El Estado desvía las riquezas que podrían ayudar a sobrevivir a la gente para emplearlas en la vigilancia y la represión de esas mismas gentes. El único gasto que el estado incrementa de forma considerable es el dedicado a la violencia. Ellos, los que te preguntan si estas con los demócratas o con los violentos. El gasto militar pasa ya este año de los 2 billones de pesetas. Mientras, siguen en las cárceles militares unos cuantos presos encerrados precisamente por no colaboración con banda armada: los insumisos cuarteleros.

 Para los fines sociales no hay, no llega. o hay para la gente que vive en la calle, para los que se expulsa de sus casas, porque no han conseguido llegar a pagarlas del todo antes de que les hayan echado del trabajo, gracias a la flexibilidad laboral y al abaratamiento del despido que han conseguido nuestros bienamados sindicatos mayoritarios. No hay, no llega para la gente. Sobra para la represión y para las armas, para los tanques Leopard, para el cazabombardero eurofighter. Al igual que en el metro quitan taquilleras y meten mamporreros jurados, aquí se les quita el medio de subsistencia a los pobres, pero, eso sí, se crean puestos de trabajo: los esbirros que vigilarán a esos pobres cabreados para que no protesten. Aquí todo el mundo tranquilo, que a nadie se le ocurra levantar la voz... bueno, si no es para berrear algún estúpido triunfo futbolístico o para unirse en masa con los mandamases, unidos por la paz y la libertad. O sea, a salir a la calle cuando se les deja, o dicho de otro modo, cuando se les manda.
 


Este texto se emitió por primera vez en junio de 1998.

 

 

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