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ENANITOS En una esquina enorme están dos enanitos. En realidad son una enanita y un enanito y ambos son ancianos. Cerca suyo, estoy yo. Los oigo: --Vení, Azucena, vamos a regocijarnos con los sucesos de la semana. Ellos no me ven, pero yo, escondido detrás de un automóvil estacionado, observo todos sus movimientos. Puedo ver que, tras el ofrecimiento que hace el enanito a Azucena, aquél saca de un bolsillo una revista del tamaño de una caja de fósforos mediana: --Qué notable que sos, Analfredo... --oigo que susurra Azucena-- con esta revista... --y el murmullo se torna inaudible. Ahora, cruzan la calle en dirección a la plazoleta que está enfrente y se sientan, con esfuerzo, en un banco. Leen y, a medida que se apasionan con la lectura, se ríen con voces que parecen infantiles. Pero no me engaño: son voces adulto. Los espío, ¿por qué? Me causan simpatía. Me inquietan. Hago un esfuerzo mental y trato de hallar un motivo que justifique mi inquietud. La hallo en mi baja estatura: mido un metro con cuarenta centímetros. Esto significa que soy pequeño. Así lo creo yo. Pero éso no es lo que piensan mis antiguos amigos de la "Cofradía Lunga. Ellos me han dicho "enano" y echaron de su grupo. Yo me defendí y repliqué: "se equivocan, soy pequeño". Pero ellos me señalaron con sus dedos: "enano, irremediablemente enano". Ahora lo sé: ellos me han abandonado a merced de los verdaderos enanos. ¿Por qué me hicieron éso? ¿Acaso no tengo derecho a participar de sus actividades? Me lo niegan con argumentos injustos. Es verdad, ahora soy más bajo que años atrás. Pero de modo alguno soy enano. "No soy un enano", me repito y, de repente, rojo de furia, abandono mi escondrijo y me dirijo a la casa en donde, a estas horas de la noche, suele reunirse la "Cofradía Lunga". Porque esta noche no hay luna, el cielo es una esponja. Golpeo a la puerta con violencia, el timbre está un poco alto. Tardan en abrir, "saben que soy yo, me desprecian, no me van a dejar pasa", pienso. Pero no, la cerradura gira, la puerta se abre" --¿Qué querés, enano? --pregunta un fanfarrón de un metro con noventa. --Yo, yo sé que están reunidos... --¿Y? --¿Puedo... puedo pasar? El grandote lanza una carcajada canalla y pone una mano sobre mi testa: --¿Y qué querés hacer acá, lagartija? --Estar..estar con ustedes. --¿Con nosotros? ¡Con nosotros! --el lungo eleva el labio superior y deja ver sus dientes amarillos-- Subí. La escalera es empinada, asciendo con dificultad, el otro lo hace en cuatro zancadas. Antes de transponer el umbral del salón oigo las risas. Transpiro. Hay hombres y mujeres. Valor. Entro. --¿Este es el "corcho" que pretende ser lungo? --¿Adónde está que no lo veo? --¡Lilliput no es aquí! Risas, risas, risas. No me doy por aludido. A decir verdad, tiemblo un poco. Me pregunto qué hago allí. Quiero irme. Me respondo que estoy para defender mis derechos. Me quedo. Una música fuerte comienza a sonar. Es salsa del Caribe, todos están bailando. Yo, gran bailarín, me lanzo al frenesí de la danza, mi destreza me hará sobresalir. Al comienzo debo esquivar pisotones que me rozan los hombros, pero por fin me acomodo en un hueco y bailo. Nadie parece notar mi presencia. No obstante, insisto. Ahora, alguien ha lanzado un globo al aire. En un instante, todos juegan a no dejarlo caer al piso. Qué risas, tomalo. Qué diversión, pasámelo. Yo salto como una rana, como una langosta, como una pulga de circo, pero nunca alcanzo a tocar el globo que pasa sobre mi cabeza haciéndome burlas. Ya es demasiado. Atravieso la maraña esquivando puntapiés tropicales. Antes de descender la escalera para marcharme les grito a los lungos:: --¡No me rindo! Pero mi voz es tapada por trompetas y tambores. Ya en la calle, sentado sobre un tacho de residuos, miro hacia la ventana desde donde se oye la música. Y risas, risas, risas. ¿Y ahora? Estoy solo, merodeando la plazoleta. Allí sigue la pareja de enanitos, ahora acompañada por otros enanitos, y todos cantan una canción que no comprendo. Pienso, "yo, que hace años fuí un hombre altísimo, que tuve treinta novias, que era mirado con vértigo cada vez que iba caminando por la calle, ahora me encojo sin remedio: es inútil, la "Cofradía Lunga" me echó para siempre. ¿Qué debo hacer? ¿Irme a vivir con los ratones? ¿O aceptar que soy un enano?". Pienso, y ya estoy cerca de ellos. Les hablo: -Buenas noches... disculpen... ¿molesto? --¿Quién es usted? --pregunta Analfredo. Tengo frío. Digo: --Un enano... soy un enano. © 1990, David Wapner
©Gran Chifl—n, 2000