ORCOS
Historia de Zer-Tulk, primer lider del clan orco en Gorath (fragmento)
Como una fuerza elemental del caos y de la destrucción atravesamos como rayos las tierras de Mirthana devastando todo lo que nos encontrábamos al paso. No perdonamos una sola vida. Ningún edificio quedó en pie. Las únicas muestras de su existencia eran los campos empapados en sangre en que habían trabajado durante casi cinco mil años y el olor rancio y acre de las enormes hogueras victoriosas que acabaron con esos cuerpos jóvenes. Los soldados del rey eran débiles, que apenas merecían el esfuerzo de nuestra batida. Pero, en el fondo, incluso victorias tan simples como ésta sirven para poner en su sitio a los inferiores…
Siempre ha sido así entre los de mi clase. Los poderosos pueden manipular fácilmente
los instintos salvajes y brutales de las masas. El poder es la verdadera fuerza
que dirige la gran máquina destructiva de la Horda. Aquellos que se creen en
posesión de esta fuerza rodean a sus clanes con estandartes de violencia.
Aunque sin un enemigo común, incluso los líderes de los clanes orcos se
vuelven ciegamente unos contra otros. El hambre de destrucción prevalece entre
los locos que dirigen la Horda; el poder y sólo el poder es lo único que se
respeta sobre todas las cosas.
Yo soy Zer-Tulk el
más grande de todos los brujos e iniciado en el séptimo círculo del Consejo
de la sombra. Nadie conoce como yo la oscura fascinación del poder definitivo.
En lo que se supone mi juventud, estudié las magias orcas con el chamán tribal
de mi clan. Mi talento natural para encauzar las energías negativas y frías de
la infradimensión oscura me situó de forma notable por delante del otro chamán
y sé que incluso Ner’zhul, el más grande de mis maestros, sitió celos de mí
cuando mis habilidades crecieron.
Mis aspiraciones fueron creciendo por encima de las de mis semejantes y
maestros, ya que sabía que su visión estaba limitada por su devoción al
avance de la Horda. A mi no me importaba en absoluto ni la Horda ni sus
insignificantes dirigentes. No me importaba lo más mínimo este mundo que dominábamos
por completo. Tan sólo tenía en mente la oportunidad de comprender los
misterios laberínticos de la Gran oscuridad. Había comenzado a explorar en
secreto las energías mucho más allá de lo que cualquiera de mis “tutores”
podrían comprender jamás. Fue entonces cuando descubrí la existencia de un
inmenso poder, el demonio Kil’jaeden Me admiraba su furia sin corazón.
Presenciar esta energía tan asombrosa era como ser engullido por un todo. En
las fugaces y febriles pesadillas que me provocó, toqué la esencia de lo que
había en el Más allá. Se formó dentro de mí un ansia insondable, el deseo
de manejar la furia de las etéreas tormentas y salir ileso del corazón
yaciente de los soles.
Bajo la tutela de Kil’jaeden, me di cuenta de lo limitado que había sido mi
entendimiento. Se me revelaron historias inimaginables de antiguas razas de
demonios y dimensiones mágicas esenciales. Comprendí que existían mundos
infinitos, dispersos en la oscuridad más allá del cielo, mundos hacia los que
dirigiría la Horda como sólo alguien de mi talento podía hacerlo. Aunque
permanecí con mi gente en el mundo oscuro y rojo de los orcos de Gorath, pronto
aprendí a proyectarme hacia las profundidades de la infradimensión oscura,
volviéndome casi loco por el caos susurrante que contiene. Aunque podía
significar mi muerte, me sentía irresistiblemente atraído a continuar con mi
estado hasta que finalmente desligado de mi existencia corpórea, comprendí los susurros. Fue entonces cuando hablé
por primera vez con los muertos…
Gracias Yue ;)
La devoción a los ancestros ha sido durante mucho tiempo el corazón de la religión orca. Casi toda la Horda creía que nuestros ancestros muertos nos observaban y guiaban desde las profundidades de algún reino perdido del caos. Yo pensaba que esta noción era sólo un producto del ritual y no de la realidad. En el interior de la infradimensión oscura descubrí que los espíritus de los muertos permanecían flotando en vientos astrales entre dos mundos. Entendí que vigilaban en silencio y por siempre a los clanes con la esperanza de encontrar algún medio de escape de ese tormento sin vida. Supe entonces que esos espíritus de la muerte podrían ser una herramienta muy útil para aquél que los sometiese a su voluntad.
Los años pasaron. Mi aprendizaje bajo Kil’jaeden me permitió convertirme en
un de los brujos más poderosos de los últimos tiempos y era respetado como líder
en la Horda, pero como siempre, empezaron a surgir tensiones entre los clanes.
La destrucción de los Draenei (clan rival) no dejó nada con que
alimentar a la gran bestia de la guerra. Después de siglos de violencia y
guerras, habíamos conquistado finalmente todo nuestro mundo. Sin ningún
enemigo más que aplastar y sin tierras que conquistar, los clanes cayeron en un
estado de total anarquía. Disputas sin importancia entre los clanes terminaron
en batallas en campo abierto y a derramamientos de sangre masivos. Aquellos líderes
que intentaban asumir la posición de señores eran asesinados por las legiones
hambrientas de la despiadada Horda. Supe que era el momento de reclamar el manto
de poder que durante tanto tiempo se me había negado.
Pronto reuní a los pocos brujos que habían mostrado una chispa de pasión y
habían intentado acabar con las insignificantes peleas entre clanes. Les enseñé
el significado de la muerte, guiándolos en rituales secretos y enseñándolos a
comunicarse con los espíritus de la infradimensión oscura. Aquellos que fueron
incapaces de canalizar la energía fueron destruidos. Tiempo después se forjó
un pacto entre los miembros de nuestro círculo y aquellos espíritus oscuros
cuya energía habíamos aprendido a invocar. Utilizaría mi posición entre los
brujos para moldear los pensamientos de otros mientras que, cubiertos por un
velo de secreto, ellos serían inmunes a los caprichos de las masas sedientas de
sangre. Y fue así como se creo el Consejo de la sombra.
Pocos meses después, el Consejo de la sombra tenía en sus manos todos los
asuntos políticos de importancia dentro de la Horda. No ocurría nada en la
Horda de lo que no estuviésemos al tanto y muchos acontecimientos tuvieron
lugar por designio nuestro, realizados con tal astucia que ni los líderes de
los clanes se daban cuenta de nuestras manipulaciones. Antes de que pasara medio
año, habíamos asumido casi todo el control de los asuntos internos de la
Horda. Pero más allá de nuestras secretas maquinaciones surgía amenazante la
silenciosa y ominosa sombra del demonio Kil’jaeden.
Con la intención de ampliar nuestros recursos mágicos abrí una escuela de
disciplinas mágicas que se conoció como Nigromancia. Comenzamos a entrenar a jóvenes
brujos en los misterios arcanos de la vida y la muerte. De nuevo y con el
tiempo, bajo la mirada del demonio Kil’jaeden, estos nuevos necrolitas
adquirieron, tras indagar en las artes oscuras, el poder para animar y controlar
los cuerpos de muertos recientes. Cada victoria, cada éxito, me conducía a un
vacío que no podía llenar. Empecé a darme cuenta que el Consejo de la sombra
sólo servía para mis propósitos hasta cierto punto y que si quería
convertirme en el verdadero heraldo de nuestro destino necesitaría un poder aún
mayor. Un poder demoníaco, casi divino, un poder que se encuentra en una zona
de Gorath....hay algo, lo siento. El me habla en sueños...debo encontrarlo.
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