Últimamente se habla mucho en Cuba de la "Batalla de ideas". Convencido de que una dictadura solo se mantiene mientras controla al pueblo, la estrategia, ideada por el propio Fidel Castro, pretende ser la línea de acción que sigan todas las instituciones estatales en su lucha por dominar la opinión pública y la conducta de las personas.
Ante el malestar por el empeoramiento de la situación económica, el aislamiento internacional del régimen o el peligro por la libre circulación de noticias, se enarbola una batalla por incrementar el flujo de información política revisada que llega a las masas. Desde las mesas redondas informativas, las tribunas abiertas, el auge por la formación de trabajadores sociales, la creación de nuevas carreras, medias o universitarias, y hasta los televisores chinos distribuidos en los barrios marginales de La Habana, tienen el único objetivo de llevar ideas a cada habitante y ganar la batalla.
Las mesas redondas aparecieron cuando el caso Elián. Cuando el padre del niño pidió ayuda al gobierno, Fidel Castro notó las posibilidades de ganar el caso. Por una parte el padre, militante del Partido Comunista, era un hombre poco inteligente, de pésima oratoria, manipulable y del bando del régimen. Por otra parte, las leyes de los Estados Unidos, un estado de derecho, deberían apoyar la patria potestad. Por último, el pueblo ha sufrido la separación familiar producto del exilio y añora la reunificación y el perdón de las familias. Para la mayoría en Cuba, el gobierno cubano, con Fidel a la cabeza, y la comunidad cubano americana, con la Fundación al frente, eran dos bandas de mafiosos interesados más en ganar una batalla política, que en el propio bienestar del niño. Aparecieron así las mesas redondas, que suficientes personas vieron en sus inicios, ante la expectación creada por el caso Elián. Otros encenderían el televisor en espera de la programación habitual, mientras el mensaje político se metía en la casa en su primer gran batalla. Junto a las noticias, verdades y lo que la gente quería saber, se transmitieron las ideas políticas, mentiras y lo que se quería que se supiera.
Las tribunas abiertas se sumaron a la estrategia. La gente, aburrida de los largos discursos del Comandante, recibió un acto diferente. En vez de un solo orador hablando cuatro horas, el micrófono se turnaba entre distintos papagayos, representantes, o disfrazados, de los distintos sectores del pueblo. Y entre col y col, una canción, un ballet, un trovador, una actividad cultural para amenizar la aburrida vida cotidiana. Pero eso sí, sin quitar las movilizaciones obligatorias, el pase de lista y la estricta vigilancia. Para darle más peso a la actividad un par de monigotes de alto rango, se dedicaron a viajar con una banderita en la mano y regalando bolígrafos seguidos de las cámaras. Y algún que otro bocadito o pulóver se repartía para que se viera más uniforme el ganado o para que, por lo menos, algunos no se fueran con las manos vacías en un país donde cada vez es más difícil comer o vestir. Sin importar gastos. Pero el mensaje político, la idea, la misma idea, le penetraba por el oído al pueblo y libraba su batalla.
Cuando a las mesas y las tribunas se añadió un nuevo conjunto de medidas, la estrategia pasó a conocerse en los medios oficiales como "El Plan del Comandante".
Comenzó el programa "Universidad Para Todos", conferencias impartidas por televisión en varios horarios. Los manuales, impresos en papel periódico, se distribuyeron por estanquillos a precios realmente bajos. Para garantizar el éxito de la idea se comenzó por cursos que tuvieran "gancho" como Inglés o Historia del Arte. Posteriormente vendrían los menos interesantes y con más mensaje.
En los últimos años, ante las pocas esperanzas de futuro, muchos jóvenes deambulan en grupos marginales con el consiguiente auge de la delincuencia o actitudes contrarias al gobierno. Se ideó entonces un programa de becas donde se matricularían aquellos sin vinculación laboral para recibir una preparación básica como trabajadores sociales. Se destinaron recursos para construir escuelas o habilitar las existentes. Después de un par de años, muchos de esos jóvenes pasarían directamente a la Universidad matriculando sin pruebas de ingreso. Según el gobierno, la casi totalidad de los estudiantes de la educción superior son blancos e hijos de profesionales. Por lo que en el nuevo plan ingresarían jóvenes preferiblemente de raza negra y marginales. Se idearon nuevas carreras y se ampliaron otras: Estudios Socioculturales, Licenciaturas en Historia, Trabajo Social, Derecho, hasta un total de más de diez. A cada alumno se le entregaría una reproductora de casetes portátil (walkman) y las conferencias grabadas en La Habana. Las clases, por encuentros semanales, mostrarían vídeos que posteriormente serían debatidos bajo la dirección de un profesor. El resto de la semana los estudiantes se vincularían a distintas instituciones para hacer trabajo social. Recibirían un salario fijo y envidiable por los trabajadores de otras ramas, con lo cual, coger una de esas carreras, se convirtió en una tentación. También desde el curso pasado se comenzó a impartir la asignatura de Historia de Cuba en todos los años de todas las carreras universitarias. El método sería el de los vídeos con el posterior debate controlado.
Por otra parte, se están distribuyendo computadoras y vídeos en muchas escuelas y poblados en el campo. Donde no hay electricidad, paneles solares. Van acompañados de cursos que van desde el codiciado Windows, la versión de la Historia, hasta lo que más conveniente sea en un momento dado. También se venden televisores a la población en los barrios marginales. Así se enarbola la idea de la educación e información gratuita y para todos. Claro, transmitiendo el mismo mensaje.
En fin, no importan los gastos que represente la inversión del Plan del Comandante. No importa que la situación económica sea cada vez peor. No importa el precio. El gobierno sabe que mientras controle lo que la gente ve, oye, dice y piensa, tiene el poder garantizado.