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Herencia Cristiana

CONFRONTACION CON LA BIBLIA

 

TERCER ROUND:  LEVÍTICO

 

    “Di a los israelitas (dijo Dios a Moisés) lo siguiente:  Cuando una mujer quede embarazada y dé a luz un varón, será impura durante siete días, como cuando tiene su período natural (12, 2).  ...Pero si da a luz una niña, será impura durante dos semanas, como en el caso de su período natural...” (12, 5).

   Por otra parte, según sea niño o niña lo que engendre, la madre “continuará purificándose de su sangre treinta y tres días más” (12, 4) o “sesenta y seis días más” (12, 5), respectivamente. 

   Las enseñanzas no pueden ser más parabólicas:

1.      El parto es impuro.  (¡Parturientas del mundo, uníos!).

2.      El parto de una niña es el doble de impuro respecto del de un niño.  (¡Mujeres del mundo, uníos!).

3.      Toda madre debe purificarse después de su labor de parto (por 33 días más), y por más tiempo (66 días más) si engendraron una niña.  (¡Madres del mundo, uníos!).

4.      El período menstrual de la mujer la hace a ella tan impura como lo hace un parto.  (¡Sumisos del mundo, sublevaos!).  ¡Tan impura como un leproso! (13, 3).

 

      A mayor abundamiento, toda madre debe ofrecer animales en holocausto “...como sacrificio por el pecado... y el sacerdote los ofrecerá ante el Señor para pedir el perdón de ella...” (12, 6/7).  Ya están avisadas, la maternidad es un pecado y se debe pedir perdón por ello.  Claro, tampoco hay que asustarse:  el pecado se paga con “...dos tórtolas o dos pichones de paloma” (uno para matarlo y otro para el recaudador de dádivas).  Así consta en Levítico 12, 8.

 

   Cosas veredes...  Resulta que “Si un hombre y una mujer tienen relaciones sexuales, ...quedarán impuros hasta el anochecer” (15, 18).  Así es que lo mejor es tener hijos por generación espontánea.

 

   En lo tocante a la menstruación hay sentencias que son un dechado de cristiandad:  “Cualquiera que la toque (a la mujer que tiene su período menstrual), será considerado impuro hasta el anochecer”, igualmente impuro será considerado todo aquel “...que toque el lugar donde ella se haya acostado... (o) ...sentado...”.  No menos impuro resulta el hombre que “...se acuesta con ella”.  Todo esto, y más, se dice en Levítico 15, 19/33.  Y se reitera eso de que es “pecado” y se requiere entonces la purificación.  Ergo, si yo me hiciese cristiano, mandaría a mi esposa, durante su período, a dormir allá en el patio, junto al perro, si es que quiero respetar las Sagradas Escrituras.

 

   Yo había supuesto que los juegos de azar eran, desde el punto de vista católico, malditos.  Pues ahora resulta que Dios le había pedido a Moisés, en Levítico 16, 8/10, que Aarón debía tomar dos chivos y “...luego echará suertes sobre los dos chivos:  una suerte será por el Señor, y la otra por Azazel.  El chivo sobre el que recaiga la suerte por el Señor, lo ofrecerá Aarón como sacrificio por el pecado; pero el chivo sobre el que recaiga la suerte de Azazel, lo presentará vivo ante el Señor... y después lo echará al desierto, donde está Azazel”.  Volvamos a los sarcasmos:  este tipo de justicia debería aplicarse a los creyentes, con un naipe, a la carta mayor que llaman:  el cielo para la jota y el infierno al que saque un dos.

   Después de estas, hay una cándida historia:  la prohibición de comer sangre en Levítico 17 (¡y tanto que se vende la morcilla!).  Pero de seguido está la de las relaciones sexuales, con la que le jalan las orejas –y bien jaladas, aunque sea de manera extemporánea–  a Adán, a Niacor, a las hijas de Lot, a Abraham y a un montón más de bíblicos incestuosos.  Y ya empezaba a identificarme con la nueva moralidad que pregona Levítico a la altura de su capítulo 19, cuando se dejan venir con esa discriminación en perjuicio de la mujer violada o divorciada:  los sacerdotes no deben casarse con ellas, solo con vírgenes (y después critican a esos muchachillos que se jactan de acostarse únicamente con vírgenes) de su propio clan “...para no rebajar a sus descendientes entre su gente...” (21, 7/15).

   En todo caso, pocos se escapan de esa odiosa discriminación: nadie con defectos físicos (ciego, cojo, con nariz u orejas deformes, con piernas o brazos quebrados, jorobado, enano, con nubes en los ojos, con erupciones en la piel o con los testículos dañados) “podrá presentar la ofrenda de pan de su Dios”, ni “las ofrendas que se queman”, ni “entrar tras el velo ni acercarse al altar” (21, 17/23).  ¿De dónde sacarán en la actualidad a los que sí pueden hacerlo?  Debe ser de los concursos de belleza de hebreos apolíneos, pues lo que es aquí, en Latinoamérica, no hay uno solo de nosotros que no tenga un “defecto” de esos.

 

   Puros e impuros, esa es la drástica división que la Biblia hace entre los humanos (asumiendo que todos los humanos son israelitas).  Y ya sabemos las limitaciones que tienen los impuros, que a su vez son privilegios de los puros.  Impuros son, pues, los que tienen contacto con mujeres en menstruación, los que tienen derrames de semen, los que tocan a estos, las mujeres que dan a luz, las mujeres durante su menstruación, los que se acuestan con la mujer del prójimo, los que comen sangre, los que tocan las cosas u objetos donde se haya sentado una mujer durante su período, los que andan con chismes, los que guardan rencor, los que cruzan su ganado con animales de diferente especie, los que siembran su campo con semillas entremezcladas, los que visten telas de materiales mezclados, los homosexuales, los que tienen relaciones heterosexuales, los que tienen erupciones o manchas en la piel, los leprosos, los que tocan a un cadáver, los que tocan a un reptil,...  A ver, hermano, he aquí la pregunta de los cincuenta mil denarios:  ¿es usted puro?

 

   “Si alguno de los israelitas o de los extranjeros que vivan entre ellos presenta al Señor un animal en holocausto, ya sea en cumplimiento de una promesa o como ofrenda voluntaria, deberá presentar un macho sin defecto para que le sea aceptado.  Podrá ser un toro, un cordero o un chivo, pero no un animal con defecto, porque no le será aceptado” (22, 18/20).  Lo anterior no me sorprende, tampoco mi esposa se los acepta así al carnicero, pero a ella le es indiferente si es vaca o toro.  Pero, en verdad, son los carniceros los que saben.

 

  Empero, no resultaron tan malos los dioses de aquellos cristianos:  “Cuando nazca un ternero, un cordero o un cabrito, deberá quedarse al lado de su madre durante siete días, pero a partir del octavo día podrá ser aceptado para quemarlo como ofrenda al Señor.  No mates en un mismo día a una vaca u oveja y a su cría” (22, 27/28).   ¡Buenos principios cristianos: no quemar animales en los primeros siete días de nacidos para entusiasmar con algo a la madre!  Y aunque sean animales, no mates el mismo día a la madre y a su cría.

 

   Y hablando del pan sin levadura (que por todo lado lo exigen en la Biblia), ¿a qué sabe, amadísimos creyentes? (23, 6).

   Sigamos con el Levítico 23, 22:  “Cuando llegue el tiempo de cosechar, no recojas hasta el último grano de tu campo ni rebusques las espigas que se hayan quedado.  Déjalas para los pobres y los extranjeros”.  Pues claro, ¿por qué creen ustedes que los judíos solo se dedican al comercio y hace siglos dejaron la agricultura?

 

   En el 24, 17 Dios sentenció:  “El que le quite la vida a otra persona, será condenado a muerte”; pero nueve renglones antes había dicho:   “...que lo maten (al hijo de un egipcio y de la israelita Selomit) a pedradas...” (24, 14).   ¿Y quién le tiró pedradas a Dios por ello?

 

   “...la única propiedad de los levitas entre los israelitas es la casa que tienen en su ciudad...” (25, 32).  ¡Se está cayendo un “salacuartazo”!

 

   “Pero ninguno de ustedes, los israelitas, debe dominar ni tratar con crueldad a sus hermanos de raza” (25, 46).  Por supuesto, para que dominen y traten con crueldad a quienes plazca, están las otras razas, entre ellos esos mismos que hoy siguen siendo sus siervos sumisos por estos tercermundistas lares.

 

   “...a un varón de veinte a sesenta años le fijarás una contribución de cincuenta monedas de plata,... en el caso de una mujer, la contribución será de treinta monedas (27, 3/4).  Así se fija el pago de las promesas “conforme al valor correspondiente de una persona...” (27, 2).  Aunque esto del machismo canse, debo otra vez decirlo: las mujeres valen un 40% menos que los hombres.  Y la diferencia es de un 50% si su edad es de cinco a veinte años.

 

  

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