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aSolito de vuelta a casa. Frío. Siento un sonido que intenta ser mi nombre, era un tipejo arrasado por nuestra indiferencia, hacía un año que lo conocía, venía el tipito reduro y con una cerveza (yo sólo tenía mucha cerveza pero ya en la cabeza) invité a la cerveza a venir a mi casa. Vino con el apéndice.

A la hora íbamos por la segunda.

En la tercera que buscábamos ya eran las cuatro de la mañana y éste que golpeaba frenético las puertas de los quioscos cerrados. Decidí irme y lo dejé en su entusiasmo. A metros de llagar a mi casa el tipejo destroza el envase en mi cabeza. Después con una gran piedra le dio a un vidrio de mi ventana.

Siempre pensé que era obligación del culto culturizar, ahora todos los ignorantes me chupan un huevo.

Esa fue la noche del día que decidí ser escritor, el 26-8-03.

Tengo ganas de vomitar.

 

                                       .................................... 

 

Sonó el timbre.

-por favor abrí Mute, soy bastos.

-pará.

-me fui de casa hace una semana, mi madre llegó al borde de la locura y no aguanto más.

 

Bastos, o Augusto como se llamaba en realidad, era un tipo que me caía bien. Fuimos juntos a la escuela primaria y un año al industrial (luego empecé yo a repetir y repetir y repetir…). Todos sabíamos de su madre y nos reíamos mucho de sus sueters tejidos a mano (algo que en secreto envidiaba), de su peinado con raya al costado (algo que nunca envidié), sus yeans de azul sepulcro y su colonia de portero. Todos lo cargaban menos yo (mi padre era portero). Todos eran ricos; muchos judíos, algunos católicos y uno que otro evangelista (un verdadero rebelde en los ochenta), pero todos eran ricos menos yo. Eran ricos idiotas, yo era pobre pero inteligente. Con el tiempo comprendí que me tenían lastima, por ser pobre, como yo les tenía lastima porque eran idiotas. Y ahí comenzó todo.

Desde chico fui simpático, pero al ser pobre, tenía más éxito con las mucamas y cocineras de mis amigos (judíos, católicos y algunos evangelistas), y por supuesto con el más idiota de todos, Bastos.

 

Y qué hacés acá?- pregunté.

-se me acabo la guita y no tenía a dónde ir (a buen puerto llegaste…), en cualquier lado me iban a delatar.

-quedáte el tiempo que quieras, sólo no me jodas la existencia, aquí nadie reza ni hay horarios para nada, tampoco nadie dice lo que hacer excepto yo. Ok?

-si.

  Al cabo de un mes Bastos bebía más que yo e incluso disfrutaba de su sobrenombre, pero comprendí cuán humillante fue su vida bajo esa judía insoportable. Me contó tantas situaciones horrendas que por fin me puse de su lado.

Un puto día que estoy sobrio me vengo a cruzar a esta puta-vieja-judía-leonor.

-Marito, cómo estás?. No sabés, el ingrato de mi hijo se escapó hace como dos meces y no pude ubicarlo. En éste momento estoy yendo a la comisaría a hacer la denuncia.

-tu hijo está en mi casa.

-cómo pudiste? Porqué no me llamaste?

-porque Bastos tiene veintiocho años. Él está bien, ésta es la dirección. Pero dejame hablarle antes, llamá como en una semana.

  Nos besamos con algún azquete y nos despedimos. Seguí con mi sobria caminata, pensando en lo bien que había hecho al tranquilizar a aquella vieja, sólo quedaba hablar con Bastos.

Subía por las escaleras y escuché esa siniestra voz roncosa. Ésta judía de mierda dándole de sopapos a mi amigo que lloraba como un nene. No dejé que me vieran y me quedé en el descanso.

-¡dejá de pegarme!- gritaba en llanto Bastos.                                                                                                                               

-¡te venís conmigo!- gritaba la puta-vieja-judía leonor.

-¡no, no!

Esa negación llorosa me irritó. Subí rápidamente y antes que la puta-vieja-judía-leonor pueda darse vuelta la tomé por la espalda y la tiré por la escalera. Creo que murió antes del descanso. Bastos y yo nos sentamos a ver la muerte y disfrutar de un caro wisky que había comprado. Discutimos miles de historias posibles para explicar el hecho. Cuando encontramos una creíble nos fuimos a un bar a tomar otros wiskys.

MUTE