Site hosted by Angelfire.com: Build your free website today!

Tres Poemas

Cristian tenía una peluca de color castaño, me dijo que era de su abuela pero no le creí. Me llama la atención lo difícil que es confundir una peluca con pelo real y lo ridículo que esto genera en el idiota que la usa.

La peluca estaba ahí, entre Cristian y yo, y me acordé de una novia que tuve cuando era chico, sus padres tenían un negocio donde vendían pelucas, y mi novia Yanina me ponía pelucas y se divertía con eso mientras yo me babeaba con lo que años después serían dos formidables tetas (mientras, eran solo dos puntitos).

Yanina era judía, mi primer novia judía, y con siete años discutíamos cómo íbamos a casarnos siendo yo católico, ella me ponía las pelucas y quería casarse conmigo.

Mi segunda novia judía sólo me exigía un hijo, el casamiento no importaba. Pero tenía canas. Yo le pedía que se tiñera, que es como una peluca pero invisible, entonces se teñía de rojo (y eso era espantoso), y luego pensaba yo en ponerle una peluca.

Las pelucas están bien para Peña o cualquier otro gay, pero no para la gente común. Sí para mi, que soy un artista, o para un ladrón; pero no para alguien que quiere disimular su peladita, de esa forma, saca a relucir su inmensa estupidez. Es por eso que no sólo estoy en contra de dios, sino también de las pelucas.

Los dos son una triste ilusión en las cabezas de algunas personas.

 


 

 

Y estalló esa inmensa sombra en mi pared; inerte, descubrí la profundidad del silencio. La angustia salpicada de maldad y de los recuerdos inolvidables, bárbaros, asesinos. Pensé en levantarme y salir corriendo, pero la exactitud de los hechos en el tiempo no perdona. Allí debía estar yo en ese momento dispuesto a morir.

Traté de pensar en Gloria, en su insoportable paz. Sentí frío y movimientos en mi cuerpo; movimientos que acomodaban mis órganos y mis sensaciones mientras los reflejos de la hoja filosa aniquilaba mi razón.

Cuando quise levantarme, arrepentido, ya sentía el recorrido tibio de mi sangre, nunca me levanté.

Mi corazón ya no late.

 


 

Seguramente el pulso no exageraba al de todos los días. El golpe sordo en los oídos al cerrar la puerta de su automóvil lo envolvía en seguridad. Por alguna razón era alimento para su ego.

Repitió el camino diario y a pesar de apretar fuerte los dientes se silenciaba impune. Entre sus sueños desordenados había uno que lo aterrorizaba. Era el de una nenita que en silencio observaba la sangre que corría por un canal angosto.

 

“Nunca se imaginó perdiendo éste gordo hijo de puta” pensó cristina y corrió el colectivo. Era ella también una desaparecida. Creció al costado de la ignorancia de sus padres, en “El Galpón” un pueblito de Metan, en Salta. Se aprendió bien la soledad y se fue a la mierda cuando cumplió dieciséis.

 

En silencio la bañaba muy maternalmente Gladis, en silencio la vieja lésbica se comía un postrecito todas las noches. Lo peligroso de la humillación no es la agresión inmediata, sino como devasta lo más sensible de la humanidad individual. En ese silencio aguardan generaciones de odio que cuando explote alcanzará a todos.

 

La cena era insoportable. Entre alaridos inconscientes de Gladis e hipocresía al aire acerca de las meras sapiencias de Cristina.

Luego, acompañar al señor Carlos a pasear al perrito. Eso significaba chuparle la pija al gordo. Y en silencio, en el garage, iba y venía una frágil cabecita ayudada por la pesada mano.

 

Somos tan “chiquititos” que somos valientes o rabiosos dependiendo sólo de una actitud, una impresión, pero ojo, es un instante.

 

Y fue en esa noche misma, que dos cuerpos manchados de bermellón comenzaron a descomponerse.

MUTE