AIRE DE MAR - PABLO DANIEL
Cuanto
hace que no escribo...
Pensar que, sentada a este mismo mesón, hice todos los deberes de mi vida.
Acabo de abrir este cuaderno. Posé la vista en sus renglones y así estuve un
rato. De antemano se que tengo que arrancar la hoja que escriba, si es que voy a
hablar de Damián. De lo que pasó hoy.
Van a ser la tres de la mañana. Es una de esas noches en que los ojos se
cierran pero la cabeza sigue trabajando. Héctor
se durmió enseguida, el aire de mar lo plancha. Reniega cada vez que venimos a
casa de los viejos. Dice que no se banca mucho Mar del Plata, que hay mucho
viento para esta época. Y tiene razón. Hay mucho viento. Pobre negro... Suerte
que no tuvo que manejar. El tuvo la idea de pasar a buscar a Vivi y a Damián.
Después de estar sentado al volante de un remis doce o tres horas el pobre no
tenía ganas ni de ir hasta Lanús.
Suerte que Damián estaba fresquito, el tiene otra actividad, otros horarios. Así
fue que se ofreció a manejar hasta acá. Puso uno de sus casettes de música
tranquila. Música Celta, creo que dijo. Veníamos todos durmiendo. Bueno, todos no. Mi prima Vivi le
venía cebando mate, hablándole. Cuando abrí los ojos, estábamos en la
rotonda de Constitución. Recuerdo que Damián nos gastó, dijo algo de que lo
usábamos de chofer.
Los viejos siempre igual. En su paraíso. Cuidando del jardincito como actividad
principal. Papá todavía piensa que con esa camarita va a poder fotografiar el
colibrí que lo visita todas las tardes. Pobre...
Así fue como les caímos los cinco, de sopetón. Una fiesta. La Tati les
revolucionó la casa con su voz chillona y su cariño. Necesita una dosis de
abuelos de vez en cuando.
Damián.
No sé porqué me voy por las ramas.
Mas grande, mas boluda. No lo puedo creer. El año que viene voy a cumplir mis
treinta y nueve, y me ando comportando así...
No me refiero específicamente a los arranques. Yo fui siempre impulsiva. Me
refiero a que los ratones me sigan bailando en el cerebro cuando tendría que
tener todo digerido, superado.
¿Porqué siento estas cosquillas en la panza?
¿Porqué Damián? Es apenas siete
años más grande que Nahuel. Incluso, Nahuel es mas alto.
A la tarde, cuando me puse a arreglarme frente al espejo,
sabía que en algún momento me iba a mirar.
No sé porqué los hombres, a esta altura, siguen creyendo que manejan la
situación, que ellos ponen las reglas. Damián se habrá creído muy vivo
quebrantando aquel mandamiento. “No desearás a la mujer de tu prójimo”.
“Te sacarás el gusto”, agregó el muy turro hace tiempo, en un
asado. Y me miró. ¿Cómo puede? Héctor lo adora. Más
que a su primo de sangre.
Yo fui hacia el. Sabía que estaba
solo, sentado al mesón sobre el que apoyé mi infancia. Ama la casa, el lugar,
el aire de mar. Se percibe. Se siente distendido en este lugar. Duerme mucho.
Se
había puesto a hacer unos crucigramas, con un vaso de cerveza que prácticamente
no había tocado.
Me paré a rediseñar mi imagen. Héctor me había prometido llevarme hasta el
centro, a caminar un poco por la rambla. Miré por el espejo en diagonal y me encontré con los ojos pícaros
de el, que me estudiaban – creo que hasta me disfrutaban – detrás de una
sonrisa de nene travieso.
-¿Puedo? – y me contestó con una sonrisa, negando con la cabeza y sin
levantar la vista.
- Tengo ganas de seguir durmiendo... –
me dijo estirándose.
- Acostate en la piecita chica. No hay nadie.
Se levantó y se fue caminando hasta el dormitorio donde yo dormí alguna vez
con mis hermanas. El lugar está igual. Las paredes sin revocar, las tres
camitas, la ventana sin cortinas. Pasó
un rato antes de que Héctor me avisara que nos íbamos. Se había colgado a
hablar con mi viejo quien sabe de que. Viviana tomaba mate con mamá y chusmeaban como suelen hacer
cada vez que se ven.
Salí al patio. Imploré con la
mirada al negro que me sacara de ahí.
- No se que hicimos con las llaves del auto. Las debe tener Damián. El estacionó
anoche. – me dijo Héctor,
sabiendo que así ganaba un rato más, y volvió a enfrascarse en la charla.
Siempre que está a disgusto con algo lo manifiesta así. Entorpeciendo la
marcha de las cosas.
Busqué sobre el mesón, la heladera, el televisor. Revolví todo. Nunca había
disfrutado tanto de no encontrar un objeto. Tenía la excusa perfecta para hacer
lo que deseaba.
Con paso sigiloso pero seguro, abrí la puerta de la piecita. Me costó
acostumbrarme a la penumbra. Volví a cerrar la puerta detrás de mí. Despacio,
lento.
Damián casi dormía, se le sentía la respiración pesada, sin llegar al
ronquido.
- Eh... ¿vos tenés la llaves del auto?
- ¿Mmm?
- Las llaves del auto.
- Mmm. Eh... Si, puede ser. – Y el maldito se atrevió a sonreírme. Dormido y
todo. No se olvidaba.
Solía andar todo un verano con pantalón corto, un jean desflecado. Así se había
tirado a descansar, tal cual estaba en el comedor.
Se metió las dos manos en los bolsillos. Se sintió un ruido, un manojito que tintineaba.
- Acá. – Y me las ofreció sin
moverse, todavía acostado.
Me acerqué a recibirlas.
- Menos mal que te despertaste. Si no, las iba a tener que buscar yo.
No me contestó. Se limitó a sonreír otra vez. Pero ahora alzó las cejas,
como aprobando la idea.
- Bueno, seguí descansando.
Y me incliné a darle un beso. Beso que se fue a posar justo sobre sus labios.
En menos de un segundo, nuestras lenguas se habían entrelazado por primera y única
vez. Nos encontrábamos en el medio de una locura por demás inexplicable que
podía destruir a una familia entera.
Siempre excita lo prohibido. Pero esto ya era demasiado.
Cuando mi boca se separó de la de el, solo me miró. No intentó retenerme. Bajó
los párpados levemente como festejando el sabor de mis labios.
- Para que duermas bien. - Tuve la
caradurez de decirle.
Y me fui, con el mismo sigilo con que había invadido su siesta.
Héctor me llevó hasta Chapadmalal. Ahí si. Mucho viento.
Volvimos al atardecer. Mi vieja preparó pastas.
Solo yo percibí lo raro que estuvo Damián durante la cena. Presiento que no se
volverá a hablar del tema. Que no volverá a suceder.
Quizás fue la quietud de la tarde. El peligro. La somnolencia del viaje.
El aire de mar.
Tres y cuarenta. Supongo que todos duermen.
Todo ha vuelto a la normalidad.
Y la puta que lo parió.