Hasta el día de mi muerte recordaré con orgullo cuando el 29 de agosto, 1867, tuve el valor de enfrentarme con la batalla en contra del espectro de una hydra viejísima y colérica que por tiempo inmemorial ha estado inyectando veneno en mí y en los hombres de mi naturaleza. Muchos se suicidaron porque toda la felicidad en sus vidas estaba destruida. De hecho, estoy orgulloso que tuve el valor de darle el primer golpe a la hydra del desprecio público.
Lo que me dio la fuerza de subir al podio en la Asociación de Juristas Alemanes era que me di cuenta que en ese mismo instante la mirada lejana de hombres como yo estaba fijada en mí. ¿Por su confianza en mí, debía yo darles una muestra de cobardía? Lo que me dio fuerza también eran mis pensamientos recientes y todavía ardientes de un suicidio causado por el sistema dirigente, en Bremen en 1866. Y también una carta que recibí al dirigirme a nuestra sesión, informándome que un colega había comentado de mí, "Numa tiene miedo de ponerse en acción."
A pesar de todo esto, unos momentos de debilidad siguieron atacácandome, y una voz perversa susurró en mi oido: "Todavía hay tiempo para callarte, Numa. Solamente necesitas renunciar las palabras que has preparado. ¡Entonces tus palpitaciones de corazón cesarán!"
Pero luego me pareció como si otra voz empezara a susurrarme. Era la advertencia de no callarme, la voz que había advertido a mi predecesor Heinrich Hössli en Glarus [Suiza] treinta años antes, y que en ese momento resonaba fuerte en mi mente con todo poder: "¡Hable o quédese juzgado!"
Quisiera yo merecer el respeto de Hössli. Yo no quería tampoco llegar a las manos de mi sepultero sin haber atestiguado abiertamente a mis derechos oprimidos e inegables y sin haber roto un pasaje estrecho a la libertad, aún si fuera con menos renombre que él de un hombre mejor conocido del pasado.
Con estos pensamientos y con el corazón batiendo fuerte en el pecho, subí al podio el 29 de agosto, 1867, en la Gran Sala del Teatro Odeón delante de más de 500 juristas de Alemania, entre los cuales contaban miembros del parlamento alemán y un príncipe bavariano. Subí al podio con la ayuda de Dios.
…había una sorpresa y un desprecio aparentes; unos gritos aislados para termimar la sesión…
…había un clamor tempestuoso, "¡Cierren la sesión, cierren la sesión!"…
…Pero ahora unos clamores tan fuertes como los anteriores que venían del lado opuesto de la sala, "No, no, que siga, que siga…"
…Había un alboroto caótico y una interrupción violenta. Una conmoción no acostumbrada en la reunión de ese lado que antes había pedido un término de la sesión… El presidente dice, "Le pido al locutor que siga leyendo su propuesta en latín." Pero recojo mis notas y abandono el podio…
-- Karl Heinrich Ulrichs, 1867