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de mi madre el cuerpo frío; y es aquí donde el llanto mío debe la tierra empapar. Porque la tumba que guarda nuestra reliquia más santa, es la mansión sacrosanta donde debemos llorar.
don precioso para el hombre, bálsamo rico, y sin nombre que la alcance a reseñar; ella sola, si sufrimos sobre el alma fiera pena, lava el dolor que envenena, cura el intenso pesar.
Es la esencia que embalsama del corazón la honda herida, cuando se postra afligida del espíritu la fe; cuando la luz importuna y las sombras preferimos porque en las sombras sentimos algo del ser que se fue.
Cuando sin fe ni esperanza lloramos el bien perdido; cuando es la vida un gemido, un eterno sinsabor; cuando la risa que asoma a nuestro labio marchito, es el lamento infinito, de un infinito dolor.
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