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.Hace 20 Años

Los Funerales de Haya

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Dos décadas después, y en un difícil momento para el aprismo, la memoria de los funerales del fundador del PAP aún conmueve a tirios y troyanos.

Más allá de fronteras partidarias o generacionales, la muerte de Haya de la Torre, ocurrida en Agosto de 1979, provocó una conmoción nacional y continental nunca antes vista y nunca después repetida. Hizo, además, que el Perú presenciara lo que, con toda seguridad, fue el funeral más grande de nuestra vida republicana. Gracias al testimonio de viejos y nuevos militantes del APRA, esos momentos históricos reviven y afloran algunas revelaciones, entonces escondidas en medio del dolor.

Armando Villanueva, dolido pero con fuerza, salió a la puerta de Villa Mercedes e informó a los periodistas: " Ha muerto Haya de la Torre! !Viva Haya de la Torre!"

Escribe:

RAMIRO ESCOBAR LA CRUZ

CUENTAN que el día anterior, en algún momento, Haya de la Torre apretó tres veces la mano de Jorge Idiaquez, su secretario personal, pero no pudo decir nada, pues el hondo estado de coma en el que estaba le había quitado por completo la magia de la palabra. Para entonces, en Villa Mercedes -su hogar-, y acaso en todo el país, sólo se esperaba el último desenlace.

El jueves 2 de Agosto de 1979 por la noche, los médicos Santiago Carranza y Luis Pinillos Ganoza, así como algunos dirigentes del APRA, miraban con desesperanza el aparato que medía los signos vitales del "Compañero Jefe". Finalmente, a las 10 y 47, Haya lanzó su último hálito de lucha. Armando Villanueva, dolido pero con fuerza, salió a la puerta de la casa e informó a los periodistas: " Ha muerto Haya de la Torre! !Viva Haya de la Torre!"

En pocos minutos, la dirigencia mayor del viejo partido se congregó en Villa Mercedes, unida por la fraternidad más dolorosa de su medio siglo de existencia. Alan García, entonces joven secretario de organización, se abrazó con Carlos Roca en medio de lágrimas mutuas.

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Al día siguiente, muy temprano, Haya, como si aún muerto condujera a su gente, salió de Villa Mercedes rumbo al local de la Av. Alfonso Ugarte. Desde Vitarte hasta el centro de Lima la gente se apostó a la vera del camino. Fernando arias, hombre cercano al líder, conmovido, le comentó a su esposa, la ex ministra de Salud Ilda Urizar: "Tengo ganas de contarle al Jefe que el Jefe ha muerto".

Ya en la sede partidaria, un gentío impresionante esperaba la última llegada del primer gran líder político de este siglo. Cientos de arreglos florales inundaban las calles aledañas y llegaban delegaciones de colegios, de clubes deportivos, de instituciones públicas y privadas, de familias y personas que crecieron con el antiimperialismo en el alma.

Al frisar la mañana, Luis Bedoya Reyes llegó a Alfonso Ugarte envuelto en una seriedad impenetrable. Saludó a los líderes del APRA y se paró, sereno, algunos minutos frente al féretro de Haya. Horas después llegaron Jorge del Prado, Héctor Cornejo Chávez y Fernando Belaúnde, cada uno, por separado, aunque milagrosamente unidos por la triste circunstancia.

El arquitecto, a quien Haya y sus parlamentarios le habían hecho la vida imposible durante su primer gobierno, también oró ante el ataúd, pero además tuvo otro gesto. Al día siguiente, cuando el cortejo pasaba por el Parque Universitario camino al Congreso, se unió calladamente a él, casi como un militante más.

El sábado 4 el Congreso le rindió un homenaje apoteósico, por ser presidente de la Asamblea Constituyente y además un peruano ilustre. En la Plaza Bolívar, Andrés Towsend pronunció un discurso que hizo llorar hasta a los árboles:

"Aquí estamos, empobrecidos y angustiados -dijo-, porque, de hoy en adelante, nos faltará tu sabiduría política, tu arrollador impulso, tu inspiradora presencia. Te vas con tu grandeza y nos quedamos sin ella. Nuestra soledad es más grande que la tuya..."

Por la noche, miles de personas hicieron guardia ante los restos de Haya, a quien algunos creían inmortal. En la mañana del domingo 5, el cardenal Landázuri presidió un emotivo impulso en la catedral. El eterno perseguido, el proscrito, recibía, en el momento supremo, el respeto hasta de Dios Padre.

Lima ya estaba conmovida por los tres días de funeral, hasta que Haya salió, por la carretera que va a Ancón, hacia Trujillo. El interminable cortejo, encabezado por la banda de la CHAP (Chicos Apristas Peruanos), que iba en un ómnibus, se detenía y paseaba a pie el ataúd en varios pueblos, al son de las marchas apristas.

El acuerdo era detenerse sólo en los pueblos que se encontraban en la misma Panamericana. Pero al llegar a Paramonga la caravana se encontró con un escollo en el espacio tiempo-histórico. Un trailer lleno de caña puesto en medio del camino obligó al cortejo a detenerse.

Acto seguido, las bases apristas de este pueblo se llevaron casi en vilo el féretro para presentarle su saludo. No podían permitir que el Jefe no se detuviera en este emporio papelero de tantas luchas sindicales.

Otro momento memorable ocurrió cerca de Huarmey, donde una cruz recuerda a Manuel Arévalo, un líder obrero asesinado en Febrero de 1937. Se dio una vuelta al lugar, se escucharon vivas. No era para menos. Arévalo fue el único aprista realmente existente de quien Haya dijo alguna vez que podía ser su sucesor.

Al llegar a Chimbote, ya de noche, un bosque de antorchas prendidas esperaba al "Compañero Jefe". Recorrió casi toda la ciudad en hombros, para luego pernoctar en el local partidario. Al día siguiente, muy temprano, los médicos volvieron a embalsamarlo, pues el cadáver ya llevaba 4 días peregrinando.

Hacia el mediodía de ese lunes 6, Haya por fin estaba en el tramo final hacia Trujillo. Desde Virú, kilómetros antes de la capital norteña, el féretro bajó inevitablemente de la carroza para hacer, sobre los hombros de incontables partidarios, el resto del recorrido. Por la tarde entró a Moche, lugar donde el líder pasó parte de su infancia. Hubo un responso solemnísimo. "Estoy yendo de Moche a Trujillo", habría sido una de las últimas frases del fundador del APRA. En Salaverry hubo otro intento de honras fúnebres forzadas, pero fue fraternalmente reprimido.

Al atardecer del mismo lunes, la Ciudad de la Primavera lucía una invernal tristeza. Una multitud sin precedentes espera a Haya en la Plaza de Armas -la más grande del Perú- copándola de bote a bote. Habían pasado casi 100 horas desde su muerte y mucha gente parecía no creerlo todavía.

Los primeros en saludarlo fueron los masones, encabezados por Luis Heysen, un veterano dirigente aprista. Premunidos de sus atuendos extraños, pronunciaron una oración también extraña. Durante la noche, miles de personas más, pasaron a saludar a Haya, no a despedirlo.

Las bases apristas de Paramonga se llevaron casi en vilo el féretro para `presentarle su saludo. No podían permitir que el "Jefe" no se detuviera en este emporio de luchas sindicales.

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El martes 7 por la mañana, tras una misa de cuerpo presente, Haya fue finalmente a su última morada. La multitud ya era incontrolable, a pesar de los policías y los disciplinarios apristas. En medio del tumulto, circularon unas bolsitas con tierra de la que se sacó para cavar la tumba.

Hacia la una de la tarde, en el foso de casi tres metros cavados en previsión de atentados, el ataúd de Víctor Raúl Haya de la Torre fue descendiendo en medio de llantos y gritos de batalla. "Aquí descansa la luz", se leía en el fondo de la tumba, junto a las palabras APRA.

Cuando se echó el último montoncito de tierra se enterró al hombre pero no al mito. Hoy, 2 de agosto de 1999, en el Aula Magna se escucha una grabación de "la voz del Jefe"... y la gente sigue gritando, como si la muerte no existiera," !Víctor Raúl! !Víctor Raúl! !Víctor Raúl!"

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Nota: De La revista "CARETAS", del 05.08.1999, No.1579 (Editado por: LINO CERNA MANRIQUE, en Homenaje al Hombre Símbolo: VICTOR RAUL).