Bogotá by Night: Reinado de Máscaras

Ficción: Sexo, mentiras y video

Gollinbursti

"Porque todas las naciones han bebido del vino de su fornicación; y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites."

Apocalípsis 18:3.

Sexo Sexo

 

No hay luna, las calles tienen ese olor a angustia y melancolía que le son tan familiares; camina lentamente evitando los pocos transeúntes que aún pueblan la noche, las manos van en los bolsillos para fingir un frío que no siente más que en su alma. A casi media cuadra, unos 50 metros, se ve una mujer con una minifalda roja y una camisa amarilla parada en la puerta de un viejo edificio; cuando lo ve su mirada brilla: tal vez sea un cliente, ojalá porque la noche ha sido pésima.

Él se acerca, intercambia dos o tres palabras y con un gesto de la mano se acerca una camioneta, lo recoge y ella se sube con una colega. Por el camino las dos mujeres molestan con uno que otro comentario picante al conductor y a él, pero su mente se halla muy lejos del sexo, otra noche en lo mismo, ya no recuerda cuánto tiempo lleva haciéndolo pero si está seguro que será la última.

Cuando deja de divagar se encuentra con que una de las mujeres masturba al conductor a medida que se acercan a la casa. Aunque debería reprenderlo no lo hace, al fin y al cabo es bueno que uno de los dos disfrute lo que hacen y parece que el muchacho lo está haciendo. La otra mujer se le "insinúa" acariciándose a sí misma ante la mirada indiferente de él, por fin arriban a la casona donde vive desde hace tanto. El conductor con un casi tono de súplica le pide esperar frente al garaje hasta que se "venga" y él con una sonrisa sencilla se lo concede. La respiración agitada del joven llena el silencio de la noche y lo devuelve sin querer a como era él hace mucho cuando empezó esta rutina nocturna.

Mientras el chofer toma aire y se recupera descienden las dos mujeres, luego empiezan a seguirlo; ascienden por las escaleras y llegan al inmenso estudio donde su amo lo espera. Es un hombrecillo delgado, forrado en una bata de seda negra, con su vocecita saluda a las "invitadas" y las convida a ponerse los atuendos para la ocasión: dos uniformes de colegio que las hacen ver ridículas pero al fin y al cabo esto no es lo peor que le ha tocado presenciar.

Luego, mientras el viejo y sus "colegialas" se dirigen al cuarto él empieza la rutina de ponerse sus ropas de trabajo. En la habitación, mientras el anciano filma las dos mujeres representan una escena lésbica que se ve interrumpida con la llegada de él. Su capucha de cuero brilla con la luz que la lámpara Tiffany esparce por la habitación, su pecho va desnudo y por ropa interior lleva unos pantaloncillos en cuero con taches al frente; en su mano una fusta se mueve lentamente ante la mirada desconcertada de las dos putas.

Acostumbradas a ser recursivas, las dos mujeres fingen tranquilidad y empiezan a actuar pidiendo ser castigadas por lo mal que se han portado, ante lo cual empieza la parte del show que al viejo más le gusta: un espectáculo sadomasoquista en el que por momentos la frustración del verdugo al ser utilizado noche tras noche lo lleva al punto de casi matarlas, instante en el cual un solo ¡alto! por parte de su amo lo hace detenerse y bajar el ritmo de su violencia. Al finalizar las mujeres apenas se pueden mover y sobre su cuerpo cargarán por mucho tiempo las señales de la experiencia de esta noche. Luego el anciano se acerca y en una oscura parodia se "amamanta" mordiendo los pezones de cada una de ellas drenándoles la sangre muy pero muy lentamente mientras él, jadeante y exhausto observa con no poco disgusto la escena desde un sillón.

Al terminar, un timbre al lado de la cama llama al conductor quien vestirá a las débiles -pero aún vivas- mujeres, les dejará una buena suma de dinero entre la ropa y las abandonará cerca de donde las recogieron. Entretanto él acompaña a su amo para recibir su premio, un rojo riachuelo que brota de la delgada muñeca del viejo va a desembarcar a su ansiosa boca, haciéndolo perderse en el éxtasis de sentir la inmortalidad acariciando su lengua y su garganta.

Luego se recriminará su adicción, y aunque no lo disfrutó, al menos el trabajo de hoy fue con mujeres. No obstante mientras se ducha siente como cientos de cuerpos sudorosos siguen impregnando su piel con sus aromas a medida que se masturba en silencio intentando asir entre sus dedos la época en la que el sexo le parecía divertido. En sus ojos cerrados ve la figura de una mujer muerta hace una vida y una sola lágrima se pierde entre el agua que lo recorre en un inútil y banal intento por sentirse limpio.

Escrito original para BbN, derechos reservados.

Contactar al autor en gollinbursti@softhome.net

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