Bogotá by Night: Reinado de Máscaras

Ficción: Noche de caza

Gollinbursti

"Hay una mano que abre las puertas de la noche,
otra que deshace eslabones; algo nace,
algo muere. Todo es un viaje
y sólo nos es necesaria una canción,
porque la vida es un viaje huyendo.
"

Alvaro Marín, Sed Antigua (fragmento).

BbN BbN

 

Son las 11:30 p.m. cuando John Mario desciende del colectivo y empieza el ascenso hacia su casa a pie, hubiera llegado antes pero aprovechó que es día de pago para jugarse un chico de billar con los demás rusos de la obra, y aunque el "tribilín" le había ganado en la última a tres bandas venía feliz y algo eufórico a causa de los guaros que se había tomado.

Ante él como un enjambre confuso de luciérnagas se exhibía en todo su esplendor Ciudad Bolívar, o al menos una parte de ella; su Ciudad Bolívar, la misma que años atrás acogió a sus viejos cuando huían de la violencia que ha estado asolando casi desde siempre a este país. En uno de esos nichos iluminados lo esperaba su vieja con algo de comer sobre la estufa a gasolina. Mientras subía por la calle sin pavimentar hacía planes para invitar a la Marcela a rumbiar a un buen sitio en la Caracas.

A medida que se acercaba a su barrio las luces eran menos y una sensación extraña empezó a apoderarse de él, no sabía como definirlo pero era una especie de angustia, un afanoso deseo de llegar cuanto antes a un lugar seguro, era como la sensación que tuvo el día que los tiras mataron a su hermano en una de esas típicas incursiones de limpieza social de hace unos años. Instintivamente mandó su mano al bolsillo de la chaqueta y empuñó con firmeza la navaja que allí cargaba a la vez que apresuraba el paso procurando parecer tranquilo.

Tras unos minutos la sensación se volvió más intensa y un presagio de peligro inminente lo obligó a detenerse y girar ciento ochenta grados buscando en las sombras un no sé qué desconocido y esquivo. No vio a nadie, por la polvorienta calle hacia abajo solo se divisaba el sur en toda su magnificencia y brillos nocturnos. Una sonrisita nerviosa se dibujó en sus labios al tiempo que reanudaba su ascenso hacia el hogar, al fin y al cabo ya iba allegar y se permitió un suspiro pequeño.

Cuando giró para continuar el viaje, chocó de frente contra alguien, sorprendido dio tumbos hacia atrás hasta caer sentado con la navaja en la mano apuntando hacia el extraño. John Mario no era un busca pleitos ni un delincuente, pero como muchos en su sector sabía como defenderse en caso de necesidad. Un fuerte: "¿Qué busca güevón?" resonó en el silencio de la noche; al que no hubo respuesta más allá de una sonrisa sarcástica y algo malévola en el rostro del desconocido.

"¿Qué quiere gonorrea, busca problemas?" fue su siguiente pregunta a las que su "interlocutor" contestó con un encogimiento de hombros. Ya de pie y repuesto del susto inicial John se preparó para enfrentar al mancito que estaba frente a él. De repente el hombre desapareció de su vista y volvió a aparecer casi de inmediato a su espalda, con un rápido movimiento John giró lanzándole un ataque con el chuzo en su mano; pero el extraño ya no estaba allí, ahora se volvía a encontrar en su posición inicial y de nuevo a su espalda.

El miedo creció dentro del joven ¿cómo podía moverse tan rápido?, ¿sería efecto del alcohol?, no, la perra ya se le había pasado del susto. ¿Qué hacer?, sabía que gritar sería inútil ya que la gente de su barrio se había acostumbrado a no meterse en asuntos como este. Decidió correr en busca de alguien de su parche para que lo ayudara o al menos le diera refugio, además era mejor alejar a esa pinta de su casa y su vieja.

Corrió como nunca lo había hecho y al cabo de un par de minutos sintió de nuevo que chocaba contra algo, al recobrarse del impacto vio delante de sí de nuevo al bastardo. Los testículos formaron un nudo en su garganta, la boca se le secó por completo y casi sin poder moverse se sintió izado en el aire y salió volando hacia unos matorrales cercanos. Justo antes de caer al piso la mano de eso, por que no podía ser humano alguien así, los sujetó por las solapas de la chaqueta y detuvo su caída.

Cagado del susto John vio como los colmillos del ser crecían saliéndosele de la boca que aún esbozaba la misma maldita sonrisa. Con un movimiento instintivo clavó en el brazo de la criatura la navaja que por miedo o por suerte seguía fuertemente empuñada por su mano, al hijueputa ni siquiera pareció dolerle, y lo último que John Mario sintió fue como su garganta era desgarrada sin piedad.

A la mañana siguiente unos niños lo encontraron tirado y la policía atribuyó el hecho a una guerra entre pandillas a pesar de los reclamos entre lágrimas de una madre quien desconsolada estrujaba entre sus manos callosas de trabajar el escapulario que hasta ayer había protegido a su hijo, y los de un vecindario que aseguraban que él era un buen muchacho.

Escrito original para BbN, derechos reservados.

Contactar al autor en gollinbursti@softhome.net

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