Bogotá by Night: Reinado de Máscaras

Ficción: Colaboración: Vampiros en barata

Enrique Uribe

"Blood was its Avatar and its seal--the redness and the horror of blood."

EDGAR ALLAN POE, The Masque of the Red Death.

Historias de vampiros en Bogotá by Night Historias de vampiros en Bogotá by Night

 

Yo me pregunté: ¿Qué tal si el fantasma fuera vampiro y Canterville, Bogotá?

En algún lugar del mundo cuyo nombre no vale la pena mencionar aún y que, igualmente, de ser mencionado no sería nada lejos de donde usted vive, sonó un teléfono a eso de las 4:32 a.m. Nadie contestó y al parecer fue como si esa llamada no la hubiera hecho nadie. De hecho, nadie dijo a Amanda Dávila nada al respecto. La razón era más sencilla de lo que alguien hubiere imaginado: nadie la había hecho.

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Abrió los ojos con parsimonia, como quien no quiere realmente abrirlos. Se había despertado y nada le permitiría recuperar su sueño. Al menos no muy pronto. Miró a su alrededor y no vio absolutamente nada; el cuarto estaba completamente inmerso en las tinieblas. Por ningún lugar se filtraba la más mínima estela de luz. Esto le agradó y sonrió. Pasó su mano por su rostro, emitió una especie de bostezo insonoro e intento quitarse las lagañas de los ojos, descubriendo que no eran lagañas; eran telarañas. Sacó su ligero cuerpo de aquel cajón en el que se encontraba y antes de tocar el suelo escuchó un sonido corto pero asimilable: de ropa rasgándose. Tras intentar encontrar el roto en sus prendas sin ningún éxito, se dispuso a caminar por el lugar. Lo hizo con cautela pues no recordaba qué había en dicha habitación. A decir verdad ni siquiera recordaba como había llegado a ella y en su caso no era a causa de lagunas posteriores al abuso de ciertas bebidas embriagantes. Caminó con cuidado y logró percibir que adolecía de zapatos. Lo supo después de sentir que un elemento metálico le cortó el pie derecho en el lado externo. Al pasar sus dedos por la herida, no sintió siquiera una singular gota de sangre. Esto lo preocupó. Precisamente, comenzaba a sentir el hambre. Empezó a tantear los muros que lo rodeaban con la esperanza de encontrar una puerta.

Finalmente se convenció de que no había puerta. No tenía la más mínima idea de donde estaba y le desagradaba de sobremanera que no hubiera forma sensata de salir. Quiso volar, pero estaba muy débil para hacerlo. Le hacía sentir aún peor el no tener la más mínima iluminación en su actual guarida. La ironía de ese hecho le sacó una pequeña sonrisa. Entonces se puso en la tarea de encontrar la tapa de su féretro, que supuso se hallaba cerca de este. En efecto la encontró, descubriendo que estaba partida. Quizá cuando hubo despertado, por acto reflejo, empujó la pesada tapa de mármol, con tan mala suerte que esta, al tocar el piso, se transformó en tres segmentos distintos. Se puso a recordar por qué su ataúd no era de madera. Un momento más tarde, recordó como algunos de sus conocidos fueron destruidos cuando sus casas, asimismo de madera, habían empezado a arder dado el descuido de algún criado. Esa le parecía una forma triste de terminar su segunda tanda de días y por eso se empeñó en que su ataúd de reposo fuera de mármol. Sin embargo nunca antes había tenido un problema para retirar la tapa; en esta ocasión se había quedado sin ella. De cualquier modo no era tan grave, luego podría conseguir otra, el problema era salir de ahí. Sabía muy bien que utilizando su fuerza descomunal podría abrirse paso por entre el muro, pero la idea de encontrarse con la luz solar y sin ningún lugar donde esconderse de sus crueles rayos no le permitía sentirse completamente seguro con esta solución. Pensó que quizá sería más fácil usar algún elemento para abrir un pequeño orificio en la pared, que dado el caso diera al exterior, no sería lo suficientemente grande para tostarle en un segundo, y le daría un poco de luz a su lúgubre existencia. Esta segunda ironía lo hizo emitir una leve carcajada.

Tanteó el piso por un buen periodo de tiempo, hasta que finalmente encontró algo que, al principio, soltó tan pronto lo hubo terminado de aferrar: una estaca con punta metálica. Estaba junto a su féretro y tal vez era la causante de su largo sueño. Qué tan largo había sido no lo sabía. Sin embargo la otrora arma que lo llevó a un descanso forzoso, era ahora su única herramienta para salir de ese lugar. Comenzó a hundir esta especie de cincel entre las pequeñas grietas que podía percibir en el muro y pequeños pedazos de ladrillo comenzaron a saltar. Este oficio tomaba tiempo, pero él ya no tenía afán. Sabía que pronto el hambre lo atacaría y él se convertiría en una bestia inconsciente. Por ahora sólo aprovechaba el hecho de tener dominio absoluto de su existencia. Algo que nunca tuvo, ni siquiera en vida.

El último golpe había hundido la estaca a través del muro. Había terminado un hueco que no era más amplio que el ancho de la estaca. Tanteó con los dedos el borde al darse cuenta que ninguna luz cruzaba el orificio. No estaba seguro si esperar a que amaneciere, pues bien pudiese ser de noche, o continuar con su labor y salir de ese lugar como le fuese posible. Temiendo un ataque de hambre, usó una parte de su fuerza descomunal para tumbar la pared, lo que logró en muy poco tiempo. Quedó casi exhausto y su hambre se hizo aún más angustiante. Ahora estaba en otra habitación que también estaba negra como un calabozo a medianoche. Pero para su alegría notó como, en una pared cercana, había un haz de luz de luna, plateado y dulce, que lograba colarse por una pequeña distancia entre la pared y el suelo. Esto debía ser una puerta.

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Amanda es una de aquellas chicas que todos han visto, que muchos juran conocer y que realmente pocos entienden, o al menos eso cree ella. Es una mujer con la mente muy centrada en su meta: un futuro con comodidades. Para ello estudia bastante y dedica gran parte de su tiempo a llevar una imagen social igual de exitosa. No es una mujer muy hermosa, pero se encarga siempre de resaltar ese "yo no sé qué" que a todos agrada, en cierto modo. Muchos de los que la conocen, en particular aquellos a quien ella a ignorado la mayor parte de su vida, dicen que es una chica plástica. Sus exnovios, que ascienden a números primos de dos cifras, dicen que es una mujer obsesionada con su éxito profesional, pero apasionada y alegre como pocas. De cualquier modo esos tipos también son unos idiotas para los ojos de Amanda. Es cierto, ella también ha pensado en sexo, le ha sentido bajo su piel llamándola a gritos, pero no es el único, ni mucho menos el más prolongado, de los placeres que quiere tener en vida. Ha pensado un par de veces en levantarse la cola, pero le tiene pánico a las cicatrices, que ella considera heridas en el alma. Su actitud siempre ha resultado incomprensible para sus amigos. Aún para Francisco Camacho, ese muchacho alegre e intelectual que siempre ha estado enamorado de ella, aunque nunca se lo ha declarado a viva voz. Eso es para ella a la vez un alivio, porque es un amigo inigualable, pero no llena los más mínimos aspectos que busca en una pareja. Le gustaría poner el cerebro de Francisco en algunos de sus exnovios, pero sabe muy bien que es precisamente debido a que ese cerebro no está en esas personas lo que le ha permitido tener el lugar que tiene entre sus amistades. De todos modos ella lo quiere. Escucha, una vez al mes y muy probablemente por teléfono, los fracasos sentimentales de este y le dice que no se debe dejar guiar tanto por el corazón; que un hombre con la forma de pensar de él no tiene por qué arrastrarse como un gusano frente a las mujeres. La llamada se repite y sólo cambian algunos elementos. Ella no comprende por qué Francisco no aprende de sus errores. A ella nunca le ha costado trabajo. Quizá porque ella nunca ha perseguido a nadie. Son siempre los hombres quienes la han buscado. Igual, eso no es tan buen consuelo, pues los tipos que han estado detrás de ella nunca son lo que ella quiere. Al menos Francisco siempre va detrás de lo que quiere, no obstante nunca lo alcance. Esa era una ironía que ella trataba de olvidar cada vez que la vislumbraba.

Esa tarde había terminado de leer dos o tres capítulos enteros de un denso libro de psicología. A ella no le gustaba discutir, ni siquiera consigo misma, lo que leía en esta clase de libros. No es que lo considerara como verdad absoluta e inequívoca, pero sabía que si se ponía a discutir internamente con lo que leía, en su memoria quedaría grabado el rezago de la confrontación con su teoría propia y no los conceptos que buscaba plasmar quien quiera hubiese escrito semejante mamotreto. Evitando esa inútil perdida de tiempo, además, mantenía fresco en su memoria lo que debería responder en los exámenes académicos. Claro que sabía que entonces ella no estaba aportando nada, pero este no era el momento de aportar. Si lo hacía en este momento probablemente la considerarían pretenciosa o ignorante del tema, como usualmente lo consideran los academicistas de quien plantea algo distinto a lo que ya está escrito, y eso repercutiría en una mala calificación. Para ella esa mala calificación no era meritoria de hacer un intenso trabajo analítico sobre lo leído. Prefería, y no es tan discutible, una buena calificación que sólo representase que ella cumplió con su labor. Era problema del escritor que tan sensato era aquello que había escrito. En esencia esa era la idea del escritor, ¿no? Convencer a todo el mundo de lo correcto y aplicable de su teoría. Eso piensa ella.

Salió de compras, que era su deporte preferido. Nunca se había preguntado por qué. Quizá porque la música no le interesaba tanto como para comprarla, o porque tenía muy poca paciencia para un libro de literatura universal o no consideraba útil un libro de ciencia-ficción o terror; al fin y al cabo lo que estos dicen no pasa nunca. Había salido con una buena cantidad de dinero con forma de rectángulo plástico, que en esencia era dinero inexistente que en un futuro pagaría su padre. Él, que era un hombre trabajador, siempre le hubo pedido mesura, y esta, en cierto modo lo hubo complacido, a tal punto, que él ya no decía nada y ella se desmedía. Caminaba por en medio de los enormes pasillos, iluminados por luces de varios colores y llenos de vitrinas que tratan de llevar a los ojos todo lo que quieren que tú cambies por lo que ellos pondrán en sus bolsillos. Ella se degusta en entrar y ensayar, en discreta analogía con el empirismo de ciertos científicos. A mayor número de ojos que voltean a verle con expresión de agrado, distinta de raíz a la expresión de deseo sexual, mejor el producto que está a punto de comprar. La ironía de que quien la miraba quería desvestirla le producía una risita coqueta. Y así gasta el resto de su día. De ese modo, esa otra porción de cerebro, que aún contiene dos o tres capítulos del libro de psicología, sigue intacta. Hasta mañana al menos.

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Por cuestiones de derechos de autor si deseas leer el final de esta historia (y realmente vale la pena) tenéis que hacerlo solicitándole al autor la segunda parte: Vampiros en barata.

Escrito original para BbN, derechos reservados.

Contactar al autor en cucarachoketo@hotmail.com

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