Bogotá by Night: Reinado de MáscarasFicción: Réquiem Gollinbursti "Have you come here for forgiveness U2, One.
Las notas se escuchan por las calles vacías de transeúntes, todos se han refugiado en sus casas desde temprano previniendo lo que ha de acontecer esta noche como ha ocurrido cada año en esta misma fecha desde hace tanto. Sobre el tejado de la vieja casona se halla sentado él, hace un par de horas que se halla en el mismo sitio pero solo unos cuantos minutos después de haber iniciado su interpretación. Mientras sus manos arrancan con su suavidad al violín nota tras nota de la misma, aunque cada vez más triste melodía. Sus ojos permanecen cerrados y sus mejillas están bañados por un mar de lágrimas que hacen un silencioso eco al dolor que habita en su alma. Hace tanto que ocurre lo mismo anualmente que nadie parece recordar el origen de todo esto. Nadie excepto ella, la anciana que observa desde una silla en la ventana de una casa cercana, cubierta por un chal que perteneció a su abuela y con un pequeño altar a su espalda que cada año en esta fecha está iluminado por pequeñas velas. Mientras, la música continua llenando la noche con su canto, las lágrimas tanto de ella, como de él permean el piso alimentando con su amor el recuerdo de aquel que partió hace tanto a causa de la ira de su hermano y el amor por una mujer. Cuando Bogotá todavía no era más que un poblado incrustado en las montañas, cuando los caballeros se vestían de sombrero y levita y las damas demostraban sus afectos con un gesto del pañuelo, se conocieron. Los hermanos Pinzón tenían 22 y 18 años cuando la vieron por vez primera, se llamaba Verónica y sus enormes ojos miel llenaron el corazón de ambos con un fuego inimaginable, pero ella posó su mirada y sus atenciones en Miguel, el mayor de los dos. El dolor consumía a Eduardo mientras veía como su hermano y Verónica iniciaban el camino de una vida juntos, pero al mismo tiempo se sentía feliz por ambos, los amaba de tal manera que su propia desdicha carecía de importancia ante el brillo en la mirada de los amantes al estar juntos. Fue así hasta el 9 de Abril, mataron a Gaitán y Miguel presa de una ira irracional salió a las calles en busca de justicia, mientras Eduardo cedía a los ruegos de su padre y las lágrimas de su madre y por ello, otra vez, se tragaba lo que sentía para no hacerle daño a otros. Esa noche entre los incendios que barrían la ciudad, los gritos enfurecidos del pueblo y los disparos del ejército Miguel desapareció y nadie supo más de él. El dolor como un animal salvaje se abalanzó sobre Eduardo quien murió un poco al perder a su hermano y se convirtió en el bastión que sostenía a su familia y a Verónica. De noche expresaba su angustia con su violín en el techo de la casa, tal vez fue el dolor pero nunca se escuchó en Bogotá música como esa, tan hermosa y tan desgarradora. Y ese dolor, la pérdida, los unió a él y a Verónica; sus soledades encontraron consuelo en la del otro. Un año más tarde estaban juntos como Verónica y Miguel estuvieron. Llegó el 9 de Abril y como un gesto Verónica acompañó a Eduardo en su serenata nocturna para aquel que partió, era su forma de pedirle permiso para estar juntos, para continuar viviendo con su recuerdo pero no con su sombra. Y así permanecieron juntos durante su despedida musical. Pero la despedida era innecesaria, aunque Miguel no formaba parte ya de los vivos tampoco estaba descansando con los muertos, llevaba un año viajando en medio de la oscuridad, aprendiendo a ser lo que era, manteniendo vivo un amor que había sobrevivido a la muerte. Pero al ver a las dos personas que más quería juntas y a su parecer traicionándolo, esa parte de él que es puro instinto tomó el control, la ira cegó su razón, su corazón se convirtió en un caldero lleno de odio, una bestia clamando venganza y como siempre, sangre. Fuera de sí Miguel subió al tejado, las notas del violín se detuvieron, en el rostro de Eduardo una enorme sonrisa se dibujó mientras sus ojos se llenaban de lágrimas de gozo, Verónica no atinaba palabra, su alma estrujada por la visión de su amor se perdía ante la dicha de volverlo a ver. Pero para Miguel, en medio de si ceguera, la sonrisa de su hermano era una burla y el silencio de ella la confirmación de su traición. Raudo como un halcón, e igual de mortal, Miguel cayó sobre su hermano desgarrando con fiereza su pecho, se bañó en sangre fratricida y gozó arrancándole la vida. Pero luego, cuando el último aliento abandonaba ese cuerpo que yacía entre sus manos ensangrentadas y ensordecido por los gritos de angustia y horror de ella, vio el rostro de Eduardo y se percató de cómo aún mantenía la sonrisa alcanzó a percibir un casi inaudible: bienvenido a casa, hermano. Por eso, cada 9 de Abril, en el tejado de esa casona abandonada en la Candelaria un alma errante, un muerto viviente que aprendió por décadas a tocar un violín manchado de sangre, interpreta una plegaria, una súplica por perdón a la parte de su alma que él mismo asesinó. Mientras Verónica llora observando por su ventana a medida que a su espalda el altar con las fotos de sus dos amores es iluminado por pequeñas velas que se consumen tan lentamente como ella. Escrito original para BbN, derechos reservados. |
Escrito original para BbN, derechos reservados.
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