La casa abandonada en Chapinero se mantiene en completo
y absoluto silencio, en su interior no hay la menor señal de
vida, el menor movimiento, el menor sonido, ni una luz. Eso es realmente
lo extraño.
Cruzando la puerta y las trampas tanto místicas
como físicas instauradas para evitar visitantes indeseados
está el primero de ellos. Su piel de ébano se funde
por completo con la oscuridad que lo rodea, sus ojos han perdido el
brillo hace mucho y por ello no hay problema con mantenerlos eternamente
abiertos escudriñando la noche. No es que espere problemas,
pero cien años de combates le han enseñado que es mejor
estar preparado siempre.
Las memorias de sus días mortales no lo nublan,
solo son instantes congelados en el tiempo, lejanos, intangibles.
Esboza una sonrisa preparando su espíritu para la venganza
que al fin se acerca. Más al interior y tras una nueva serie
de barreras mágicas extremadamente poderosas representadas
por un galimatías de símbolos y pictogramas se hallan
los tres miembros restantes del grupo. Una de ellos viste una delicada
túnica traslúcida en seda que permite ver claramente
un cuerpo atlético en el que cada músculo parece estar
listo a actuar. Sus ojos verdes refulgen con la luz sobrenatural proveniente
de la vasija de obsidiana que sostiene en las manos mientras entona
el antiguo canto de consagración para proteger a los guerreros
de los poderes de los usurpadores, de aquellos arrogantes que creyeron
poder doblegar a los Hijos de Haquim.
Los dos miembros restantes permanecen estoicos ante
los dos pobres diablos que han caído en su poder y que han
de ser sacrificados para que su vitae complete el conjuro. Los dos
neonatos gritan de dolor a medida que el delgado estilete penetra
en su carne abriendo surcos finos por los que se les va la vida en
delgados hilos de color rojo intenso.
Algo se mueve en el aire, algo sutil, prácticamente
imperceptible aun a los más finos sentidos, choca contra
la barrera mágica; es como si algún tipo de fuerza
o entidad intentara unirse con los corderos de sacrificio. Hana,
la rafiq encargada de dirigir la parte espiritual de
esta falaqui percibe los intentos de los usurpadores
por romper sus barreras y siente las grietas que empiezan a
crecer a su alrededor. Con un gesto de la mirada le dice a sus
compañeros que es hora de emprender la huida.
Mientras las cuatro figuras sombrías
se pierden en la noche, la casona abandonada arde en el momento
en que dos camionetas negras llegan por todos sus costados.
Desde una de ellas un hombre de mediana edad con un enorme anillo
de oro en la mano izquierda contempla con seriedad y preocupación
las llamas que danzan frente a él y escrutina con el
poder de su sangre en vano. No hay huellas, no hay rastros,
solo los residuos de los cuerpos de los dos neonatos mezclados
con las cenizas del lugar. Su asistente desciende y protegido
por un grupo de ghouls recoge los restos de los únicos
testigos y los lleva para ser interrogados así hallan
abandonado este mundo.
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