“LAS COSAS DE SAN MARTÍN”
Soy una monja dominica contemplativa de clausura del Monasterio de San Blas de Lerma.
Sucedió una mañana del mes de noviembre de 1994.
Nuestra huerta es muy grande, en el centro hay un pequeño palomar, es como una casita, un cuadrado donde encuentras una escalera rústica y casera que sube a un primer piso de tablas, del mismo estilo, con una barandilla alrededor.
Era media mañana de la fiesta de San Martín de Porres. Yo salí a la huerta a coger algunas verduras y vi cómo entraban palomas en el palomar, lo cual me llamó mucho la atención y pensé: ¿Habrá pichones? Dicho y hecho; me fui al palomar, subí la escalera y empecé a dar la vuelta para mirar los nidos, al llegar a un tramo, me apoyé sobre la barandilla y se partió el palo por la mitad, yo al ver que me caía me agarré a una escalera de mano que estaba apoyada en la pared, pero se me venía encima, la solté, y entonces perdí el equilibrio y me quedé colgando hacia abajo todo el cuerpo, con un pie enganchado en un agujero de las tablas.
En esos momentos pensé que no tenía salvación, pues nadie en la comunidad sospechaba que estuviera en el palomar, por tanto no podían venir en mi ayuda.
Al verme así, empecé a gritar a Dios, a la Virgen, y de repente me acordé que era el día de la fiesta de San Martín de Porres, comencé a gritarle:¡¡San Martín, amigo mío, por favor “échame la escoba”, ayúdame!!
¿Creéis en los milagros?…Pues escuchad. De repente sentí algo en mi mano, una cosa como inmaterial, ¿la escoba de San Martín?... alguien que sin ningún esfuerzo me incorporó hacia arriba, una fuerza suave e invisible, que aún me dan escalofríos al escribirlo. Sentí una presencia muy viva en la estancia. ¿Qué había pasado? estaba de pie sin saber como, ante mi sorpresa, caí de rodillas, dando gracias a Dios a la Virgen y a San Martín, bajé la escalera como si no me pesara el cuerpo, me sentía envuelta como en una protección divina.
Allí abajo, otra vez me puse de rodilla, solo podía repetir: gracias, gracias. No recuerdo el tiempo que estuve allí en acción de gracias.
Cuando salí del palomar me fui al Sagrario a contárselo al Señor, dador de todo bien, Padre bueno y misericordioso. ¡Dios mío, que emocionada estaba!
Al irse enfriando el pie, no podía andar, pues lo tenía todo morado, al salir de la capilla me encontré a la M. Priora, debía de tener una cara especial, pues al verme me preguntó si me pasaba algo. La dije: Acabo de nacer, San Martín de Porres ha hecho un milagro conmigo, y la conté todo lo que estaba viviendo.
Me auxilió, curándome el pie, que estaba bastante dañado y se puso muy morado.
Cuando llegué al recreo se lo conté a las monjas, casi no me creían, pues tengo buen humor y gasto muchas bromas, con lo cual me costó que dieran crédito a lo que las contaba (aunque lo hacían para probarme) Me tomaban el pelo, diciendo que si se me quitaba lo morado del pie me creerían. Yo se lo pedí al Santo, pues ya que había hecho lo mucho podía hacer lo poco.
Para que no dudemos de la eficacia del Santo, al día siguiente me levanté con el pie normal, como si nada hubiera pasado. Y es que San Martín es muy fino y delicado para hacer las cosas, viene siempre como de puntillas, como que no hace nada, sin ruido, en silencio. Como ya sabemos en todos los milagros que hacía, él sabía que eran cosas de Dios, y nada se atribuía a si mismo, así son los santos, de los cuales tenemos que aprender, a dar siempre gracias a Dios, que nos da gratuitamente todo. Seamos como las tinajas de las Bodas de Caná, estemos vacías para que el Señor las llene del vino bueno de su misericordia.
Bueno, pues a los ocho meses de este suceso, el pie no quería andar, y fui a la consulta del traumatólogo.
Al preguntarme qué me había pasado, yo le conté la historia del “milagro de San Martín”, cómo me había salvado la vida, se emocionó de tal manera que me lo hizo repetir. Este médico nos ha tomado mucho cariño a toda la comunidad, y por supuesto a mi me quiere un montón, me llama “la monja de San Martín”.
Yo me siento muy orgullosa de mi hermano dominico mulato, que es mi gran amigo y compañero, a quien invoco todos los días, le llamo, le hablo, le cuento, y cada día me regala los “pequeños” “grandes” milagros de la vida cotidiana, pues cada acontecer del día a día son los pequeños milagros que van tejiendo la trama de nuestra historia, personal y comunitaria.
No se si habré trasmitido algo de esta vivencia tan fuerte y profunda que yo experimenté aquel día, solo puedo deciros que hubo un cambio en mi vida interior. He vivido y palpado a lo largo de los días como se han solucionado cosas difíciles, por intercesión de San Martín, mi buen amigo, y por ello os invito a que probéis fortuna, pues él nunca falla.
¡Demos gracias a Dios por todo, que da su gracia a los santos y a nosotros nos concede saborear, su dulzura y compasión!
Sor Carmen (Lerma)