Amanecía. El sol salía por el horizonte inundándolo todo con su luz. Los pájaros cobraban vida después de una noche húmeda y cálida a la vez. Las montañas que rodean el poblado de nuestro protagonista se tornan doradas conforme la enorme bola amarilla sale de su escondite.
La aldea se despierta con los primeros rayos de luz y calor; las mujeres salen de sus cabañas hechas de paja y barro, para encender el fuego; los hombres han salido de cacería desde hace ya un rato y los niños corretean entre las chozas con gran algarabía.
Mogamba asoma su oscura y rizada cabeza por la puerta de su casa y contempla el cielo azul y raso. Es muy temprano todavía - piensa - No entiendo porque a los mayores les gusta tanto madrugar. Sus hermanos hace rato que juegan alrededor de su madre que se afana en sus tareas cotidianas.
Un nuevo día comenzaba y todavía no sabía que nuevas aventuras le depararía.
A media mañana los hombres regresaron de la cacería. Apenas traían comida, desde hacía varios meses no llovía y los animales habían huido en busca de pastos verdes y agua. De continuar así no sobrevivirían otra estación.
El padre de Mogamaba, como jefe de la tribu, decidió reunir a los grandes guerreros ante el Círculo Sagrado. Debían poner remedio a esta situación.
"Según nuestras costumbres, la de nuestros padres y abuelos debemos rescatar la estatua del dios Luman para que nos traiga el agua de vida al poblado". - comenzó el padre de Mogamba.
"Así es - continuo el hechicero-, dice la leyenda que un joven no iniciado en el ritual de la guerra debe encontrar la gruta donde se haya la estatua del dios y regresar con ella al poblado. Una vez la estatua esté aquí y con el beneplácito de los dioses el agua llegará de nuevo a nuestras vidas". Así pues debemos elegir un candidato.
Tras mucho deliberar decidieron que debía ir Mogamba, pues su edad y su puesto era el adecuado para la misión. Y levantándose se dirigieron hacía la cabaña, le rodearon y le condujeron al Círculo Sagrado.
¡Pobre Mogamaba! Estaba realmente asustado. No sabía qué pasaba o qué había hecho mal para que todos los guerreros de la tribu, hechicero incluido, le hubieran rodeado y llevado, casi en volandas, al centro del Círculo. Pero muy pronto saldría de dudas.
"Mogamba, hijo de Butum y Nael, sabes que en nuestro poblado escasea el agua. Por ello hemos decidido que debes de ir en busca de la estatua del dios Luman y traerla a la aldea para que junto a ella la prosperidad y el agua regresen también. Así cuando la luna se redondee de nuevo, te pondrás en camino."
Dicho esto los guerreros se levantaron y se fueron.
Mogamba quedó callado y pensativo en el mismo centro del Círculo. Pero, ¡si sólo era un niño! ¿Cómo iba a traer la estatua de ese dios tan importante?
Se encontraba asustado y no sabía que hacer, por lo que se encaminó sin apenas darse cuenta, hacía la cabaña del Gran hombre del pelo rojo.
El hombre del pelo rojo no hacía mucho tiempo que había llegado a la aldea. Los habitantes de la tribu al principio, se asustaron; ¡nunca había visto a un hombre blanco con aquel extraño color de pelo, que parecía brillar como fuego bajo los rayos del sol!, pero conforme pasó el tiempo se dieron cuenta de que no era peligroso y le ayudaron a construir su choza. A cambio el hombre blanco les enseñaba a leer y a escribir y les daba medicinas que curaban a su gente cuando estaban enfermos, cosa que al hechicero no le hizo mucha gracia.
El hablaba de su Dios. ¡Un solo Dios! Y sobre su Hijo que vino a salvar al mundo de sus pecados. ¡Cómo se rieron en la aldea! ¡qué extraño era este hombre blanco, no solo tenía un solo Dios, sino que además proclamaba a los cuatro vientos que todos los dioses de la tribu eran falsos! ¡Realmente muy extraño!
Pero a pesar de todo muchos de los habitantes de la aldea le seguían e iban a su choza a cantar y a oír las historias sobre como el Hijo de Dios había muerto y vuelto de nuevo a la vida.
A Mogamba le gustaba oír esas historias llenas de amor y misericordia. No eran como las que contaba el abuelo, llenas de guerras y de sacrificios crueles para aplacar la ira de los dioses. Por eso a veces se escondía entre la maleza y escuchaba a través de la paja de la choza del hombre de pelo rojo, procurando que nadie le viera, pues su padre le había prohibido acercarse allá. Un día incluso se atrevió a hablar con él. Y realmente le pareció un hombre muy agradable.
Por fin llegó el día. Desde muy temprano los ancianos y el hechicero de la tribu se habían llevado a Mogamba de su casa; le habían pintado y untado con aceites especiales hechos a base de plantas. Al caer la tarde le dieron un pequeño mapa hecho con piel de gacela, que mostraba la ubicación exacta de la gruta del dios Luman. Y tras rezar para que llevara a buen término su empresa le acompañaron a las afueras del poblado y le despidieron.
El inicio del camino fue fácil pues lo conocía desde pequeño, pero conforme se adentraba en la selva todo fue distinto. Las nubes cubrieron la luna llena en el cielo y todo a su alrededor quedó en tinieblas. ¡No veía nada!. Los animales nocturnos se despertaron e inundaron la selva de ruidos extraños: chillidos, aullidos, el aleteo de las aves...todo se veía diferente con la oscuridad. Tras dudar un momento, Mogamba decidió que debía descansar. Por la mañana, con el sol, todo sería diferente. Se subió a un frondoso árbol y pensó que en aquella situación sería agradable tener un amigo con quien hablar y no pensar en el miedo y la oscuridad que le rodeaban. Entonces se acordó que el hombre de pelo rojo le había dicho que su Dios, siempre escuchaba. ¡Quizás me escuché a mí! . Y con determinación se dijo a sí mismo ¡Yo quiero ser su amigo! Y empezó a conversar con El en su corazón: le hablo sobre su aldea, su familia y sobre él. Le contó lo que hacía y porque. Y casi sin darse cuenta se quedó dormido, pero ya no tenía miedo y no le importaba nada la oscuridad.
Tras varios días de camino llegó a la montaña en la que, según el mapa, se encontraba la gruta del dios Luman. Era la montaña de la Lluvia, pues su cumbre estaba siempre rodeada de nubes. Ahora debía seguir hacia arriba el curso del río del Agua de la vida, hasta llegar a la entrada de la gruta. Con paso sigiloso penetró en la oscura boca de la cueva; una bandada de murciélagos salieron huyendo ante su presencia. Asustado miró hacia arriba y vio un agujero en el techo que dejaba pasar un haz de luz que iluminaba un objeto sobre una piedra. Se acercó cauteloso hacía donde señalaba la luz y ... ¡era la estatua del dios Luman!. Sin pensarlo la cogió y corriendo emprendió el viaje de vuelta a la aldea.
La tarde caía sobre el poblado alargando las sombras como si fueran chicle. Las mujeres preparaban la cena y los hombres limpiaban las lanzas para salir de madrugada de cacería.
La madre de Mogamba, que desde que éste salió de la aldea esperaba su vuelta ansiosa, no cesaba de mirar hacía las afueras del poblado. De repente divisó algo que se acercaba corriendo por el camino. ¡Era su hijo! Dio el aviso y corrió a encontrarse con él.
Todos se afanaban en los preparativos del ritual del Agua de la vida. Las mujeres iban engalanadas con hermosos collares, y los hombres lucían sus mejores tocados de plumas. La estatua del dios fue colocada en el altar que habían preparado y engalanado con flores en el centro del Círculo Sagrado. Empezaba el ritual.
Pero Mogamba no estaba contento. Sabía que la estatua no traería la lluvía. No era más que un pedazo de barro, feo y descascarillado por el paso del tiempo. Intentó hablar con su padre acerca de todo lo que había pasado en su viaje y del Dios del hombre blanco, pero su padre no le escuchó.
Empezó la ceremonia. Todos los guerreros se dispusieron en círculo y bailaron al son de los tambores mientras las mujeres hacían ofrendas de flores y frutas a la estatua. Hasta los niños más pequeños llevaban algo. De repente Mogamba salió del círculo y cogiendo el ídolo lo arrojó contra el suelo. La pequeña figura de arcilla se rompió en mil pedazos. El silencio se cernió sobre la aldea, las mujeres huyeron asustadas, los guerreros cesaron de bailar y miraban con ojos desorbitados los pedazos de su dios. El hechicero gritó:
¿¿¡¡Qué has hecho mal hijo!!?? Has roto la estatua del dios Luman. Una gran desgracia caerá sobre nuestro poblado. Tú y tu familia seréis malditos para siempre. ¡Sólo una ofrenda de sangre aplacará la ira del dios¡ Mogamba debe de morir emañana al amanecer.
Los guerreros se dispersaron cabizbajos. El padre de Mogamba cogió a su hijo y se lo llevó fuera del Círculo.
"Hijo mio, ¿que has hecho?. Has traído la desgracia a nuestro pueblo. Debes de pagar por ello. Tu sangre debe de ser derramada sobre la estatua rota para que ésta cobre vida de nuevo y el dios Luman nos perdone."
"Pero padre sí solo era un ídolo de barro. No tiene ningún poder sobre la lluvia. Estaba sucia y rota y además era muy fea. El hombre de pelo rojo dice que Dios es nuestro amigo y que ya sacrificó a su Hijo por todos nosotros. ¿Porqué pues he de sacrificarme yo?"
"¿El hombre de pelo rojo?. Te prohibí que fueras a escucharle y me has desobedecido. La culpa es de él. Y él pagará contigo."
Y cogiendo a Mogamba se encaminó hacía la choza del hombre de pelo Rojo. Cuando entraron en la cabaña, vieron que varios guerreros junto con sus mujeres y niños rezaban al Dios del hombre de pelo rojo para que les enviara lluvia. Mogamba se escapó del lado de su padre y arrodillándose se puso a rezar también. Su padre encolerizado se acercó hasta el hombre de pelo rojo y le sacó afuera.
Pasado un rato Mogamba intrigado salió tambien. Vio a su padre hablar con el hombre del pelo rojo, y con este asentía con la cabeza, mientras daba media vuelta y se volvía a meter en su choza.
"Padre, padre ¡qué les has dicho?"
"Le he dado hasta mañana al atardecer, después de tu sacrificio para que su Dios, si tan poderoso es, enmiende este caos. Si no, tras tu muerte vendrá la suya."
Y dándole la espalda a Mogamba se marchó.
Y llegó el día siguiente. El sol apareció en el poblado mas fuerte que de costumbre. Ni una sola nube asomaba por el horizonte. El poblado se veía triste. Los niños no reían ni jugaban alrededor de sus chozas y las mujeres miraban con compasión a la madre de Mogamba.
Pasó el día y ni una sola gota de lluvia cayó sobre el poblado. Pronto llegaría el momento del sacrificio, Mogamba pagaría con su vida la desgracia de su aldea.
Igual que como cuando se marchó, los guerreros y ancianos se lo llevaron de su casa para prepararle para el ritual, sólo que esta vez no iban alegres, sino muy serios. Le desnudaron y le pintaron. Más tarde lo sacaron al centro del Círculo Sagrado y lo ataron de pies y manos. Empezaba el ritual.
Ataviados con plumas negras y blancas los guerreros formaron una fila que conducía hasta el altar, donde se hallaba lo que quedaba del el ídolo de barro. Las mujeres situadas detrás de ellos sollozaban.
Mogamba fue conducido al altar y atado en el. El hechicero cruzó la fila de guerreros, ataviado con una gran capa de piel de león, en su cabeza una tiara de plumas negras y en su mano un gran cuchillo que brillaba ante los últimos rayos de sol.
De repente el cielo se oscureció, nubes negras formaron filas en el firmamento y un enorme trueno estalló, rompiendo el silencio en la aldea.
La lluvia caía torrencialmente, gotas de agua claras, trasparentes que lo inundaban todo. La gente corrió a refugiarse en sus casas. Mogamba quedó quieto, atado aún al altar. Su padre lo desató y corrieron hacia la cabaña del hombre de pelo rojo. La gente allí reunida se encontraba dando gracias por la lluvia. Y el padre de Mogamba se arrodilló, reconociendo que el Dios del hombre de pelo rojo era poderoso, pues no sólo había salvado la vida de su hijo sino la de todo su pueblo.
Desde aquel dia, Mogamba pudo oír las enseñanzas de su amigo Jesús, y no sólo él sino todo el poblado, porque comprendieron que el verdadero Dios no es un Idolo de Barro.
Lidia Alcolea.
1991