Llegada a Cuba
El 18 de febrero de 1851, el Santo entra solemnemente en la ciudad
de
Santiago de Cuba, colocando su actividad pastoral bajo la protección
de
la Virgen de la Caridad del Cobre, de quien fue entusiasta devoto.
Encuentra la Archidiócesis aquejada por gravísimos problemas
religiosos, morales, sociales y políticos. El 24 de noviembre de
1851, poco después
de recorrer por primera vez su vasta Archidiócesis, escribe
al Obispo de
Vich, Cataluña, una carta en la que retrata ese lamentable cuadro
de
abandono espiritual y material: «Me lleno de indignación
al presenciar
el criminal abandono en que el Gobierno español tiene al clero
de este
Arzobispado».
En los seis años y dos meses que vivió en Cuba,
el Santo se dedicó
infatigablemente a la reforma del clero; a reconstruir el seminario,
al
cual hacía 30 años que no ingresaba un seminarista; a
la creación de
nuevas Parroquias; a fundar cajas de ahorro «para utilidad y
morigeración de los pobres»; y a misionar a los fieles
de la vasta
Archidiócesis, la cual recorrió íntegramente cuatro
veces, siempre a pie
o a lomo de mula. Como un ejemplo de su actividad apostólica
incansable, baste mencionar que administró el Sacramento de la Confirmación
a nada menos que trescientos mil cubanos, correspondientes a ¡un
tercio de la población de la isla en ese entonces!
Atentado contra su vida
Pero, comenta el Santo, «a la verdad el demonio no podía
mirar con
indiferencia la multitud de almas que cada día se convertían
al Señor»,
por lo cual los enemigos de la Religión desencadenaron numerosas
persecuciones y calumnias en su contra. Ya en sus tiempos de misionero,
él había expresado su disposición de nunca dejar de
cumplir el deber apostólico de la predicación, «aunque
me esperasen en la escalera del púlpito con el puñal en la
mano». Y es un puñal que estará a su acecho y lo herirá
gravemente en la ciudad de Holguín, el 1o. de febrero de 1856, víspera
de la Purificación de la Santísima Virgen María.
El pronto restablecimiento del Santo sorprendió a sus
médicos y a
cuantos lo rodeaban. Pero las cicatrices lo acompañaron para
siempre. En las sesiones del Concilio Vaticano I, San Antonio María
Claret evocará aquel episodio, repitiendo las palabras de San Pablo:
«Llevo en mi
cuerpo las cicatrices de Cristo». Durante el resto de su estancia
en
Cuba, la estima y veneración del pueblo hacia su Arzobispo no
hizo sino
crecer. Pero el odio de una minoría contra el Santo se multiplicó,
reflejándose en panfletos anónimos, insidias, amenazas
y nuevos intentos para asesinarle.
Predicación, obligación esencial de un
Obispo
San Antonio María Claret no cejó en su apostolado,
pese a las amenazas crecientes contra su vida. El Santo tenía claro
en su espíritu el deber del Pastor que, a ejemplo de Nuestro Señor
Jesucristo, ha de estar preparado a dar la vida por sus ovejas: «Un
Obispo debe estar dispuesto a una de estas tres cosas: a ser envenenado,
procesado o condenado. Si cumple con sus obligaciones, los hombres lo envenenan
o procesan, como procesaron a los Apóstoles y a Jesucristo. Y si
no los cumpliere, Dios lo condenará, como lo ha amenazado en las
Sagradas Escrituras».
En sus «Apuntes de un plan para el régimen de la
Diócesis» escribió él
palabras que no pueden dejar de impresionar: «La predicación
ha sido
siempre considerada como la principal obligación de los Obispos...
¡Ay
de los Obispos que descuidaran esta esencial obligación, que
serán
tratados como perros mudos que no han sabido ladrar! ¡Ay de ellos!».
El 22 febrero de 1857 embarca para Madrid pues ha sido nombrado
por el Papa confesor de la Reina, siendo despedido por una gigantesca y
emocionada multitud que llena el puerto de Santiago.
Profecías y revelaciones sobre Cuba y el mundo
Mientras el vapor que lo transporta suelta amarras, San Antonio María
Claret dirige una mirada hacia su querida isla. Y, al ver con luz
profética la destrucción de la guerra que se aproxima,
así como la
sangre que correrá por campos y ciudades, recuerda el vaticinio
de
Nuestro Señor Jesucristo al llorar sobre Jerusalén: «¡Días
vendrán sobre
tí en que tus enemigos te cercarán y te oprimirán!
Y te lanzarán por
tierra y derribarán a tus hijos, y no quedará piedra
sobre piedra. Y
todo porque no conociste el tiempo de la visitación...»
No podría dejar de mencionarse en este artículo
la revelación que San
Antonio María obtuvo del propio Nuestro Señor Jesucristo
acerca de los
terribles castigos que se abatirían sobre la humanidad. Entre
ellos, el
Santo menciona explícitamente en su Autobiografía al
comunismo, que
continúa hasta hoy devastando a Cuba.
Modelo e inspiración para la reconstrucción
de Cuba
La Divina Providencia permitió que San Antonio María
Claret se alejara
físicamente de nosotros. Permitió incluso que muchos
nos olvidáramos de él. Pero el Santo jamás se olvidó
de su rebaño cubano. Como constata el historiador J.M. Cuenca, después
de su fecunda y sacrificada estadía en la isla «la situación
de las Antillas figuró siempre a la cabeza de sus preocupaciones».
Para la liberación de la Patria cubana, y para su reconstrucción
espiritual, moral y material, hará falta la inspiración,
el temple, el
espíritu de sacrificio, la dedicación apostólica,
la fe en Nuestro Señor
Jesucristo y en la Virgen de la Caridad que animaron a San Antonio
María Claret. No en vano advierte él en su Autobiografía:
«Las sociedades
están desfallecidas y hambrientas desde que no reciben el pan
cotidiano de la palabra de Dios. Todo propósito de salvación
será estéril si no se
restaura en toda su plenitud la gran palabra católica».
Rescatemos, pues, del olvido a San Antonio María Claret.
Pidamos su
intercesión celestial para que se abrevien los días de
amargura,
lágrimas, fraude y sangre en que está sumida nuestra
querida Cuba.
Principales obras consultadas:
P. Mariano Aguilar, «Vida Admirable del Siervo de Dios P. Antonio
María
Claret», Tomo I, Madrid, 1894; P. Juan Echevarría, «Recuerdos
del B.
Antonio María Claret», Madrid, 1944; Mons. Eduardo Boza,
«Voz en el
Destierro», Miami, 1976; «San Antonio María Claret-Escritos
Autobiográficos», BAC, Madrid, 2a. ed., 1981.