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CUBA:
RESCATANDO DEL OLVIDO
A SAN ANTONIO MARÍA CLARET

Cortesía de Cub Dest
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 En el siglo pasado Cuba se vio honrada durante más de un lustro con la
presencia de un Santo admirable, un varón de Dios que produjo en la isla una milagrosa resurrección espiritual. Sin embargo, su recuerdo ha sido
cubierto con un manto de olvido. Sí, San Antonio María Claret, Arzobispo
de Cuba entre 1851 y comienzos de 1857, se halla prácticamente
desterrado de nuestra memoria y de nuestros corazones.
 La Iglesia celebra su fiesta el 24 de octubre, día del fallecimiento de
ese «hombre todo de Dios», según exclamara Pio IX después de conocerlo.
Nacido en 1807 en la provincia de Barcelona, España, Antonio María se
hará sacerdote y, poco después, misionero, recibiendo de la Santa Sede
en 1841 el título de «misionero apostólico». En julio de 1849 funda la
Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Y en agosto del mismo año el Papa lo nombra Arzobispo de Santiago de Cuba, cuando aún no ha cumplido 42 años de edad.

Llegada a Cuba
El 18 de febrero de 1851, el Santo entra solemnemente en la ciudad de
Santiago de Cuba, colocando su actividad pastoral bajo la protección de
la Virgen de la Caridad del Cobre, de quien fue entusiasta devoto.
Encuentra la Archidiócesis aquejada por gravísimos problemas religiosos, morales, sociales y políticos. El 24 de noviembre de 1851, poco después
de recorrer por primera vez su vasta Archidiócesis, escribe al Obispo de
Vich, Cataluña, una carta en la que retrata ese lamentable cuadro de
abandono espiritual y material: «Me lleno de indignación al presenciar
el criminal abandono en que el Gobierno español tiene al clero de este
Arzobispado».
 En los seis años y dos meses que vivió en Cuba, el Santo se dedicó
infatigablemente a la reforma del clero; a reconstruir el seminario, al
cual hacía 30 años que no ingresaba un seminarista; a la creación de
nuevas Parroquias; a fundar cajas de ahorro «para utilidad y
morigeración de los pobres»; y a misionar a los fieles de la vasta
Archidiócesis, la cual recorrió íntegramente cuatro veces, siempre a pie
o a lomo de mula. Como un ejemplo de su actividad apostólica incansable, baste mencionar que administró el Sacramento de la Confirmación a nada menos que trescientos mil cubanos, correspondientes a ¡un tercio de la población de la isla en ese entonces!

Atentado contra su vida
Pero, comenta el Santo, «a la verdad el demonio no podía mirar con
indiferencia la multitud de almas que cada día se convertían al Señor»,
por lo cual los enemigos de la Religión desencadenaron numerosas
persecuciones y calumnias en su contra. Ya en sus tiempos de misionero, él había expresado su disposición de nunca dejar de cumplir el deber apostólico de la predicación, «aunque me esperasen en la escalera del púlpito con el puñal en la mano». Y es un puñal que estará a su acecho y lo herirá gravemente en la ciudad de Holguín, el 1o. de febrero de 1856, víspera de la Purificación de la Santísima Virgen María.
 El pronto restablecimiento del Santo sorprendió a sus médicos y a
cuantos lo rodeaban. Pero las cicatrices lo acompañaron para siempre. En las sesiones del Concilio Vaticano I, San Antonio María Claret evocará aquel episodio, repitiendo las palabras de San Pablo: «Llevo en mi
cuerpo las cicatrices de Cristo». Durante el resto de su estancia en
Cuba, la estima y veneración del pueblo hacia su Arzobispo no hizo sino
crecer. Pero el odio de una minoría contra el Santo se multiplicó,
reflejándose en panfletos anónimos, insidias, amenazas y nuevos intentos para asesinarle.

Predicación, obligación esencial de un Obispo
 San Antonio María Claret no cejó en su apostolado, pese a las amenazas crecientes contra su vida. El Santo tenía claro en su espíritu el deber del Pastor que, a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, ha de estar preparado a dar la vida por sus ovejas: «Un Obispo debe estar dispuesto a una de estas tres cosas: a ser envenenado, procesado o condenado. Si cumple con sus obligaciones, los hombres lo envenenan o procesan, como procesaron a los Apóstoles y a Jesucristo. Y si no los cumpliere, Dios lo condenará, como lo ha amenazado en las Sagradas Escrituras».
 En sus «Apuntes de un plan para el régimen de la Diócesis» escribió él
palabras que no pueden dejar de impresionar: «La predicación ha sido
siempre considerada como la principal obligación de los Obispos... ¡Ay
de los Obispos que descuidaran esta esencial obligación, que serán
tratados como perros mudos que no han sabido ladrar! ¡Ay de ellos!».
 El 22 febrero de 1857 embarca para Madrid pues ha sido nombrado por el Papa confesor de la Reina, siendo despedido por una gigantesca y
emocionada multitud que llena el puerto de Santiago.

Profecías y revelaciones sobre Cuba y el mundo
Mientras el vapor que lo transporta suelta amarras, San Antonio María
Claret dirige una mirada hacia su querida isla. Y, al ver con luz
profética la destrucción de la guerra que se aproxima, así como la
sangre que correrá por campos y ciudades, recuerda el vaticinio de
Nuestro Señor Jesucristo al llorar sobre Jerusalén: «¡Días vendrán sobre
tí en que tus enemigos te cercarán y te oprimirán! Y te lanzarán por
tierra y derribarán a tus hijos, y no quedará piedra sobre piedra. Y
todo porque no conociste el tiempo de la visitación...»
 No podría dejar de mencionarse en este artículo la revelación que San
Antonio María obtuvo del propio Nuestro Señor Jesucristo acerca de los
terribles castigos que se abatirían sobre la humanidad. Entre ellos, el
Santo menciona explícitamente en su Autobiografía al comunismo, que
continúa hasta hoy devastando a Cuba.

Modelo e inspiración para la reconstrucción de Cuba
 La Divina Providencia permitió que San Antonio María Claret se alejara
físicamente de nosotros. Permitió incluso que muchos nos olvidáramos de él. Pero el Santo jamás se olvidó de su rebaño cubano. Como constata el historiador J.M. Cuenca, después de su fecunda y sacrificada estadía en la isla «la situación de las Antillas figuró siempre a la cabeza de sus preocupaciones».
 Para la liberación de la Patria cubana, y para su reconstrucción
espiritual, moral y material, hará falta la inspiración, el temple, el
espíritu de sacrificio, la dedicación apostólica, la fe en Nuestro Señor
Jesucristo y en la Virgen de la Caridad que animaron a San Antonio María Claret. No en vano advierte él en su Autobiografía: «Las sociedades
están desfallecidas y hambrientas desde que no reciben el pan cotidiano de la palabra de Dios. Todo propósito de salvación será estéril si no se
restaura en toda su plenitud la gran palabra católica».
 Rescatemos, pues, del olvido a San Antonio María Claret. Pidamos su
intercesión celestial para que se abrevien los días de amargura,
lágrimas, fraude y sangre en que está sumida nuestra querida Cuba.
 
Principales obras consultadas:
P. Mariano Aguilar, «Vida Admirable del Siervo de Dios P. Antonio María
Claret», Tomo I, Madrid, 1894; P. Juan Echevarría, «Recuerdos del B.
Antonio María Claret», Madrid, 1944; Mons. Eduardo Boza, «Voz en el
Destierro», Miami, 1976; «San Antonio María Claret-Escritos
Autobiográficos», BAC, Madrid, 2a. ed., 1981.


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