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Apologética en decadencia
Lo malo es que también dentro de la Iglesia
ha entrado algo de este virus del «mercado», el «éxito»
y el «negocio». Así se justifican ciertas prácticas,
rayanas en la idolatría, por el simple hecho que «así
le gusta a la gente», «es la fe del pueblo sencillo»
«representa una buena entrada económica»...
Por el simple hecho de que alguien aparece en
la pantalla televisiva, hace noticia, cuenta con muchos seguidores, le
va bien económicamente, quiere decir que tienen razón, anda
bien, agarró la onda... hace progresar la obra de Dios, es un ejemplo
a seguir. ¡Ay de los inconformes! A menos que de la inconformidad
no se haga una moda y no se transforme en un negocio. Entonces, sí,
vengan todas la inconformidades posibles. Hasta el hombre «controvertido»
y el «asesino» pueden transformarse en «estrellas»
alimentar el «mercado», engendrando «business»,
fama, poder y éxito.
Por eso la apologética hoy se encuentra
en tanta decadencia, por el hecho de que se presenta como algo característico
del pasado, fuera de moda.
Hoy las palabras claves son «apertura»,
«tolerancia», «ecumenismo». El mejor elogio que
se puede hacer a uno es calificarlo de «progresista», de «avanzada».
Claro que, en esta perspectiva, no hay lugar para
la apologética. Y no faltan los sofismas: «la fe no
se defiende, se vive»; «Cristo no necesita que alguien lo defienda,
sabe defenderse solo», etc., etc. Como se tratara de defender la
fe escondida en las bibliotecas o al Cristo glorioso que está en
el cielo.
El hecho es que quieren aparentar ser «progresistas»
y se espantan frente a la perspectiva de ser considerados «retrógradas».
Al interior de la Iglesia, ¿acaso nadie
se da cuenta de los múltiples errores que circulan entre los fieles?
Entonces, ¿porqué no intervienen? Evidentemente para
no ser incluidos en la lista de los «conservadores».
¿Acaso muchos presbíteros no se
dan cuenta que sus ovejas están siendo arrebatadas por los lobos
rapaces?
Entonces, ¿por qué no toman cartas
en el asunto? Por miedo a ser considerados «conservadores».
Es tan grande este miedo, que no valen ni las
reiteradas intervenciones del Papa, ni la angustia y el sufrimiento del
pueblo para cambiar de actitud. Les resulta más fácil y gratificante
decir: «Yo me llevo muy bien con esa gente; hasta tengo algunos amigos
que son pastores», que prepararse sobre el tema de las sectas para
ayudar a los feligreses que se encuentran con problemas.
Falta de amor
El buen nombre, la fama, el deseo de vivir en
paz, el egoísmo pueden más que el amor. Sí, en resumidas
cuentas, de eso se trata: escoger entre los propios intereses y el bien
del prójimo, la propia comodidad y el riesgo a enfrentarse a un
problema tan complicado y de tan pocas satisfacciones.
A esos señores, que se sienten tan seguros
de haber escogido el camino más correcto por no meterse en líos,
les pregunto:
«¿Acaso a lo largo de la historia los que se entregaron a la ardua tarea de profundizar, aclara y defender la fe ante el acecho de los herejes, lo hicieron por el simple gusto de pelear? ¿Acaso no lo hicieron por el amor hacia la verdad y los hermanos, acosados por la duda y deseosos de una orientación que les devolviera la paz?»He aquí lo que escribió a este propósito San Ireneo en la introducción a sus cinco tomos Adversus Haereses (Contra los herejes):
«Para mí es insólito escribir, no tengo práctica alguna, pero me empuja el amor...Hay que hacer todo lo posible par evitar que algunos sean arrebatados como corderos por lobos vestidos de oveja».Origen de un malentendido
Revivir la sana apologética
Por lo tanto, hoy más que nunca, es necesario
revivir la sana apologética, no por el gusto al pleito o como juego
intelectual, sino para ayudar al pueblo católico a tener ideas claras
acerca de su fe y no dejarse confundir por la enorme avalancha de falsos
profetas y falsos cristos (Mc 13,22), que están invadiendo el mundo
tomando la religión como un negocio más (1 Tim 6,5.10), sin
aquel cuidado, respeto y delicadeza que merece todo lo que se refiere a
Dios, a la misma esencia del hombre y su destino final.
Como es fácil notar, se trata de una tarea
extremadamente delicada y compleja, teniendo presente la multiplicidad
y variedad de los desafíos a los que se tienen que dar una respuesta:
ateísmo, sectas de tipo protestante, nuevos movimientos religiosos
cargados de esoterismo, influjos orientales, psicología, etc. Se
necesitan «especialistas» en las distintas ramas, para
que investiguen sus contenidos y aclaren los puntos que contradicen nuestra
fe, para evitar que católicos «ingenuos» fácilmente
se dejen envolver sin darse cuenta de sus implicaciones profundas, como
está pasando ahora con la teoría de la «reencarnación».
Muchos católicos, que hasta se creen preparados y comprometidos,
la están aceptando sin pestañear siquiera, como si se tratara
de algo indiferente para la fe católica y no cayendo en la cuenta
de que se trata de algo completamente contrario. En realidad, ¿como
se puede compaginar la creencia en una sucesión de vidas con la
doctrina de la «muerte, el juicio, el infierno y la gloria»?
Así que, hoy más que nunca, es urgente
que en la Iglesia se desarrolle un verdadero «ministerio» para
hacer frente a esta problemática, un ministerio que abarque distintos
aspectos: investigación, divulgación y asesoría práctica
con elación a los hermanos «débiles en la fe»,
que necesitan una ayuda para superar la crisis en que se encuentran y así
poder lanzarse con más libertad y confianza en el seguimiento de
Cristo.
En este sentido, la apologética tiene que
ser considerada como parte integrante de la misma evangelización,.
En realidad, sin la apologética, se corre el riesgo de construir
sobre arena, al no contar el católico con bases firmes para hacer
frente a las continuas provocaciones que le vienen de todas partes.
Frente a esto, alguien podría decir: «Falta
que también la apologética hoy se vuelva en una moda y entre
en la lógica del mercado». Mejor así que abandonar
a las ovejas en las garras del lobo.