Este es el punto más luminoso, el que une el cielo con la tierra, el más grandioso acontecimiento de los siglos.
El Hijo de Dios, Verbo del Padre, por quien todo fue hecho de cuanto se hizo en el orden de la creación, asume la naturaleza humana para convertirse en el Redentor y el Salvador de la humanidad entera.
María Inmaculada, la flor más bella y fragante de la creación, diciendo: «He aquí la esclava del señor», como respuesta a las palabras del ángel acepta el honor de la divina maternidad que al punto se cumple en ella; y nosotros, como hermanos redimidos de cristo, nos convertimos todos en hijos de Dios. Oh Sublimidad, oh ternura de este primer misterio.
Nuestro principal y continuo deber es el dar gracias al Señor, que se ha dignado salvarnos haciéndose hombre y nuestro hermano.
La intención de la plegaria en la contemplación de este primer cuadro, además de la perennidad habitual de la acción de gracias, es el estudio y el esfuerzo sincero de humildad, de pureza, de gran caridad, de la que la Virgen bendita nos da tan hermoso ejemplo..
¡Qué suavidad y qué gracia en aquella visita de tres meses de María a su querida prima! La una y la otra depositarias de una maternidad inminente; para la Virgen Madre, la más sagrada maternidad que puede imaginarse sobre la tierra. ¡Qué dulzura de armonía en aquellos dos cantos que se entrelazan: «Bendita tú eres entre las mujeres» (Lc 1,42) de una parte; y de otra: «El Señor ha mirado la humildad de su esclava, todas las generaciones me llamaran bienaventurada» (Lc 1,48).
Esta visión de Ain Karim sobre la colina del Hebrón, ilumina con luz celestial y humanísima, a la vez, las relaciones de las familias buenas, educadas en la escuela antigua del Rosario rezado todas las tardes en casa, en la intimidad; y en todos los puntos de la tierra donde alguno es llamado por alta inspiración sacerdotal, de caridad misionera, de apostolado o también por motivos legítimos de diversa naturaleza: trabajo, comercio, servicio militar, estudio, enseñanza o cualquier otra razón. ¡Qué hermoso reunirse durante las diez Avemarías de este misterio donde tantas almas unidas por razón de sangre, por vínculos domésticos, por todo aquello que santifica y estrecha los sentimientos de amor entre las personas más queridas, padres e hijos, hermanos y parientes, con vecinos o pertenecientes a un mismo pueblo, en acto de reflejar, de iluminar, un sentimiento de caridad universal, cuyo ejercicio es alegría y honor de la vida..
En el momento justo, según las leyes de la naturaleza humana asunta, el Verbo de Dios hecho hombre sale del tabernáculo santo que es el seno inmaculado de María. Su primera aparición en el mundo es un pesebre donde las bestias se alimentan de heno; todo en derredor es silencio, pobreza, sencillez, inocencia. Se oyen voces de ángeles que anuncian en el cielo la paz que el recién nacido trae al universo. Los primeros Adoradores son María y José, el padre putativo; después, los humildes pastores, invitados por las voces angélicas, descienden de la colina. Más tarde llegará una caravana de gente ilustre precedida, desde lejos, por una estrella y ofrecerá dones preciosos, llenos de significado.
Pero entre tanto adquiere aquella noche de Belén lenguaje de universalidad.
Sobre este tercer misterio hay quien gusta contemplar los ojitos sonrientes del Divino Infante en actitud de mirar a todos los pueblos de la tierra que pasan, uno después de otro, como en fila, ante Él y a los que Él identifica: hebreos, romanos, griegos, chinos, pueblos de África y de todas las regiones del universo y de todas las épocas de la historia, pasadas, presentes y futuras.
A otros, en cambio, durante las diez Avemarías de este misterio del nacimiento de Jesús, les gusta encomendar a Él el número incontable de los niños de todas las razas humanas que durante las últimas veinticuatro horas del día y de la noche precedente han nacido. Todos estos niños, bautizados o no, pertenecen a Jesús de Belén y la continuación de su dominio de luz y de paz..
La vida de Jesús, todavía en los brazos maternos, se abre al contacto de los dos Testamentos, Luz y revelación de las gentes, esplendor del pueblo elegido. San José debe estar presente y participar también en el rito de las ofrendas legalmente prescritas.
Aquel episodio se perpetúa en la Iglesia; y en el acto de repetir el Avemaría, es grato observar las hermosísimas esperanzas del continuo reflorecimiento de las promesas del sacerdocio y de los cooperadores y de las cooperadoras en gran número del Reino de Dios: jóvenes alumnos de los seminarios, de las casas religiosas, de los estudiantes misioneros, incluso de las universidades católicas y de otras formas de un futuro apostolado seglar cuya expansión, a pesar de las dificultades y de las oposiciones de la hora presente e incluso en diversas naciones muy atribuladas por la persecución, no cesan de ser espectáculo consolador hasta el punto de arrancar palabras de admiración y de alegría..
Jesús tiene ya doce años. María y José le acompañaban a Jerusalén para la oración habitual de aquella edad. De improviso desaparece de sus ojos, aunque vigilantes y amorosos. Con gran preocupación en aquella búsqueda que dura tres días, se le encuentra entre los demás asistentes en el Templo. Estaba rezando con los doctores de la Ley. ¡Qué palabras tan significativas las de san Lucas que nos lo describe con precisión! Lo encuentran sentado en medio de los doctores, en actitud de escucharlos y de preguntarles. Aquel encuentro de los doctores era entonces: conocimiento, sabiduría, luz, práctica en la contemplación del Antiguo Testamento.
Tal es en todo tiempo la misión de la inteligencia humana : recoger las voces de los siglos, transmitirnos la buena doctrina, dilatar con humildad la mirada de la investigación científica sobre el futuro. Cristo se encuentra siempre allí en medio, en su puesto: «Yo soy el maestro de ustedes» (Jn 13,13).
Es la quinta decena de los Misterios Gozosos, es una invocación especial en provecho de cuantos son llamados al servicio de la verdad y de la caridad, en la investigación, en la enseñanza, en la difusión de las nuevas técnicas audiovisuales que mueven a amar a Jesús: científicos, profesores, maestros, periodistas; especialmente estos, por la tarea característica de comunicar y honrar la buena doctrina en su pureza, sin fantásticas deformaciones..
La mente conmovida llega a contemplar la imagen del Salvador en la hora del supremo abandono: «y tuvo un sudor, como de gotas de sangre que caía a tierra» (Lc 22,44). Esto expresa la íntima pena del alma, la amargura extrema de la soledad, el quebrantamiento del cuerpo decaído. La agonía viene provocada por la inminencia de aquello que Jesús ve bien claro: la Pasión que le espera.
La escena de Getsemaní sirve de estímulo al esfuerzo de la voluntad para aceptar el sufrimiento: «Que no se haga mi voluntad sino la tuya» (Lc 22,42). Palabras que enseñan como se sufre, y precisan cómo se obtienen los mayores méritos. Pero también son consuelo interior y verdadero para todas las almas que sufren los dolores más agudos y misteriosos. En esta luz, ¡qué colores de confianza y de ternura adquiere la invocación a María que ha experimentado este íntimo dolor en unión con su Hijo!
La intención de la plegaria se eleva a una devota referencia sobre el Papa, visto en sus universales responsabilidades, objeto de viva preocupación para su propio corazón que, sin embargo, confía en la continua asistencia prometida por Cristo a su Vicario, e invoca a la vez fuerza y consuelo para los que sufren con Él, para los atribulados, para los afligidos..
Este misterio ofrece el recuerdo del despiadado suplicio de los latigazos sobre los miembros inmaculados e inocentes de Jesús.
El compuesto humano está hecho de alma y cuerpo; el cuerpo sufre las tentaciones más humillantes y la voluntad débil puede dejarse arrastrar. Así, pues hay en este misterio una invitación a la penitencia saludable que debe envolver y proteger la verdadera salud del hombre, en su totalidad, como ser corporal y espiritual.
De ello se deriva una gran enseñanza para todos. Nosotros no estamos llamados al martirio cruento, sino a la disciplina constante, cotidiana de las pasiones. Por este camino llegamos a asemejarnos cada vez más perfectamente con Jesucristo y a la participación de sus méritos.
La Madre Dolorosa le vio así flagelado: cuántas madres quisieran gozar de ver el perfeccionamiento moral de sus hijos a través de la disciplina de la educación, de la instrucción, de una vida sana, sin embargo, tienen a veces que llorar viendo insatisfechas tantas esperanzas, tantas fatigas.
La intención será pues, impetrar del Señor el don de la pureza de costumbres en las familias y en la sociedad, pero especialmente en las almas jóvenes más expuestas a las seducciones de los sentidos; y pedir a la vez , el don de la fortaleza de carácter, de la fidelidad a los propósitos hechos y a las enseñanzas recibidas..
Es el misterio cuya contemplación se ajusta mejor a aquellos que llevan el peso de graves responsabilidades en el cuidado de las almas y en la dirección del cuerpo social; por tanto, el misterio de los Papas, se los Obispos, de los Párrocos; el misterio de los gobernantes, de los legisladores, de los magistrados. También sobre su cabeza hay una corona en la cual está, sí, una aureola de dignidad y de distinción, pero que por ello mismo pesa y punza, procura espinas y disgustos. Donde está la autoridad no puede faltar la cruz, a veces de la incomprensión, la del desprecio, o la de la indiferencia y la de la soledad.
Otra aplicación nos hace pensar en las graves responsabilidades de quien ha recibido mayores talentos y está obligado a hacerlos fructificar mediante el ejercicio continuo de sus facultades de su inteligencia. El servicio del pensamiento, es decir, el empeño que se exige a quien de ellos está más dotado para la luz y guía de los otros, debe ser llevado con paciencia, rechazando las tentaciones del orgullo, del egoísmo, de la disgregación que demuele.
Oración, por tanto, intensa por los príncipes del pueblo que pertenecen al orden religioso y civil; y también por quienes tienen responsabilidades de la pluma, del pensamiento, de la creación artística..
La vida humana es un peregrinar continuo, largo y pesado. Arriba, arriba, por la colina escarpada, por el camino a todos señalado. En este misterio, Cristo representa al género humano. ¡Ay! Si no hubiese una cruz para cada uno. El hombre se vería tentado de egoísmo, de hedonismo, de insensibilidad y sucumbiría.
El fruto que proviene de la contemplación de Jesús que sube al Calvario es el de acoger y besar la cruz, llevándola con generosidad y alegría, según las palabras de la Imitación de Cristo: «En la cruz está la salvación, en la cruz está la vida, en la cruz está la protección contra los enemigos, la efusión de una celestial suavidad» (Lib. 2, cap. 12,2).
Extiende también la oración a María Dolorosa que siguió a Jesús con espíritu de participación en sus méritos y en sus dolores.
La intención abre los ojos ante la inmensa visión de los atribulados huérfanos, ancianos, enfermos, misioneros, débiles y exiliados, y pide para todos la fuerza y el consuelo que sólo da la esperanza: «Yo te saludo, oh Cruz, única esperanza», como nos dice la Liturgia.
Vida y muerte representan los dos puntos preciosos y orientadores del sacrificio de Cristo: desde la sonrisa de Belén que quiere abrirse a todos los hijos de los hombres en su primera aparición en la tierra, hasta el suspiro final que recoge todos los dolores para santificarnos, todos los pecados para borrarlos. Y María está junto a la cruz, como estaba junto al Niño de Belén.
Recemos a esta piadosa Madre a fin de que Ella misma ruegue por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.
Aquí está iluminado también el gran misterio de los pecadores obstinados, de los incrédulos, de aquellos que no recibieron ni recibirán la luz del Evangelio, que no sabrán darse cuenta de la sangre vertida por ellos también, por el Hijo de Dios. Y la oración se dilata en una ansia de justa reparación, en un horizonte de amplitud misionera porque la Sangre Preciosísima, derramada por todos los hombres proporcione a todos la salvación y la conversión: la Sangre de Cristo, prenda de vida eterna..
Es el misterio de la muerte dominada y vencida; desde la muerte a los esplendores de la victoria y de la gloria. Nos enseña el más grande triunfo de Cristo; y a la vez contiene la seguridad del triunfo de la Santa Iglesia Católica más allá de las adversidades y de las persecuciones de la historia del pasado y las del futuro: Cristo vence, reina, impera. Es conveniente recordar que la primera aparición de Cristo resucitado fue para las piadosas mujeres que estuvieron muy cerca de Él en su vida y sus sufrimientos hasta el Calvario.
En estos esplendores, la mirada de la fe contempla, unidas a Jesús Resucitado, a las almas más queridas, aquellas con quien hemos gozado de familiaridad y compartido las penas. ¡Cómo se aviva a la luz de la Resurrección de Jesús, el recuerdo de nuestros muertos! Estos son recordados y bendecidos en el sacrificio del Señor Resucitado.
Por algo, la liturgia oriental concluye el rito fúnebre con el aleluya para todos los muertos. Para ellos invocamos la luz de los eternos tabernáculos, mientras que el pensamiento vuela, también a la resurrección que espera a nuestros mortales despojos: «Y espero la resurrección de los muertos», como rezamos en el Credo.
Esperar y confiar en la suavísima promesa de que la resurrección de Jesús es prenda segura..
En este cuadro contemplamos la consumación de las promesas de Jesús. Es su respuesta a nuestro anhelo del cielo; y el retorno definitivo al padre, de quien procede y vino al mundo, es seguridad para todos nosotros a quienes ha prometido un puesto allá arriba: «Voy a prepararles un lugar» (Jn 14,2).
Este misterio se ofrece ante todo como una luz y advertencia para las almas de acuerdo con la vocación de cada uno. Está bosquejado el movimiento espiritual que lleva a la santificación, el anhelo de continuas ascensiones que preparan el alma a la medida de la edad plena de Cristo (Ef 4,13); en tal esfuerzo de perfección están comprendidos los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, misioneros y misioneras, seglares distinguidísimos, almas que quieren ser buen perfume de Cristo (2 Cor 2,15) y viven ya en una transmisión de vida celestial.
La enseñanza de esta decena es una exhortación a no dejarse distraer por aquello que apesadumbra, sino a abandonarse a la voluntad del Señor, que nos conduce a lo alto..
Los Apóstoles en el Cenáculo, reunidos en torno a María, reciben el don último de Cristo, su espíritu, el Consolador y Abogado. Con la venida y efusión del espíritu santo, la herencia de Cristo, todavía trepidante y ansiosa, recibe el sello de la catolicidad que la dilata a todos los confines. El Espíritu Santo continua sus efusiones sobre la Iglesia todos los días; los siglos y los pueblos le pertenecen. Sus triunfo no están siempre a la vista, pero de hecho, están llenos de sorpresas y de maravillas..
La suave imagen de María se ilumina e irradia en la suprema exaltación. ¡Qué bella escena la Dormición de María, tal como los cristianos de Oriente la contemplan!: Ella permanece distensa en el plácido sueño de la muerte y Jesús está junto a ella y tiene en su pecho, como a un niño, el alma de la Virgen para indicar el prodigio de la inmediata resurrección y glorificación. Motivo de consuelo y de confianza en los días de dolor para aquellas almas privilegiadas, que Dios prepara en silencio para los más altos triunfos. El misterio de la asunción nos familiariza con el pensamiento de nuestra muerte, en una luz de plácido abandono en el Señor, que queremos que esté cerca en nuestra agonía para recoger entre sus manos nuestra alma inmortal..
He aquí la síntesis de todo el Rosario, que cierra la gran visión que se abrió con la anunciación del ángel. Un único flujo de vida pasa a través de cada uno de los misterios y nos recuerda el plan eterno de Dios para nuestra salvación; el comienzo, en lo escondido; la conclusión, en el esplendor de los cielos.
La reflexión ha de recaer sobre nosotros mismos, sobre nuestra vocación, por la que un día seremos asociados a los ángeles y a los santos y cuyas gracias santificantes anticipa ya desde esta vida, la realidad misteriosa y consoladora. Oh, que delicia; oh, que gloria. Somos conciudadanos de los santos y de la familia de Dios; edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús (Ef 2,14-20). La intención en este misterio es orar por la perseverancia final y por la paz sobre la tierra, que abre las puertas de la eternidad bienaventurada.
Contenido
Presentación
Rezo del Santo Rosario
Rosario Bíblico
Rosario Meditado
Rosario Bíblico Meditado
Rosario meditado por el Papa JUAN XXIII
Ofrecimiento y Petición
Breves Invocaciones
Rosario y Vida Diaria
Virtudes e Intenciones
Rosario por los Difuntos
Rosario Misionero