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De un exceso a otro
¿Quién no recuerda a aquella afirmación
tan incisiva y lapidaria: «Fuera de la Iglesia, no hay salvación»?
Claro que tenía su sentido profundo que habría que explicar.
Se refería al aspecto objetivo de la salvación, que pasa
por la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. Por lo tanto, si alguien
conscientemente rechazaba la Iglesia, se ponía al margen de la salvación.
Sin embargo, dejada así la frase, sin ninguna explicación,
parecería un gesto de repudio hacia cualquier otro camino de salvación
y se volvía en la máxima expresión del triunfalismo
católico.
De allí se pasó al lado opuesto.
Se brincó de la Iglesia al Reino de Dios, se dio énfasis
al concepto de «semillas del Verbo», presentes en cualquier
cultura, y se relativizaron todos los caminos de salvación, haciendo
de la Iglesia Católica un camino cualquiera en el conjunto de las
grandes religiones y de las expresiones del mismo cristianismo. Al mismo
tiempo y de una forma consciente, se vanificó el concepto de misión,
vista como injerencia indebida y perturbadora de parte de la Iglesia en
el camino que cada pueblo y cada cultura está recorriendo hacia
Dios.
Según mi opinión, aquí esta
una clave muy importante para interpretar la historia de la Iglesia en
los últimos decenios, con el derrumbe del espíritu misionero
y la pérdida de las defensas frente a las nuevas propuestas religiosas
interpretadas siempre en un sentido positivo al interior de la misma Iglesia.
Los malos de la película
Y no faltaron los sofismas para justificarlo todo.
Se dijo: «Si los católicos se salen de la Iglesia y se van
con otros grupos religiosos, es porque allá encuentran algo mejor,
como pasa cuando alguien deja de frecuentar un restaurant para ir a otro.
Lo hace porque el otro restaurant le ofrece algo mejor».
Así que, «los demás ofrecen
algo mejor»; «nosotros somos los malos de la película,
ellos son los buenos». No se hizo ningún intento por buscar
otras explicaciones al inquietante fenómeno del crecimiento sectario.
No se alcanzó que detrás de una pantalla de bondad, había
un proselitismo tenaz, feroz y sin escrúpulo, utilizando métodos
ilícitos y hasta inmorales. Se llegó a crear la impresión
de que lo que hacían las sectas era puro fervor religioso y espíritu
misionero. Claro que, si algún católico hacía lo mismo,
de inmediato era tachado de ser fanático y representar un peligro
para la paz pública.
Examinando la historia, los católicos eran
presentados como los verdugos y los demás como víctimas.
Por lo tanto, era lógico pedirles perdón. Nunca sospecharon
esos señores la posibilidad de que también del otro lado
puedo haber habido alguna culpa y que por lo tanto ellos (sus sucesores
evidentemente) se decidieran a pedir perdón.
Complejo de culpa, relativismo religioso, derrotismo,
esfuerzo por justificarlo todo... derrumbe. Falsos profetas de ayer, hoy
y siempre.
Palabrería inútil
Para muchos «expertos» en el problema
de las sectas, casi todo se esfumó en una palabrería inútil:
si era correcto hablar de sectas o era mejor hablar de nuevos movimientos
religiosos libres; se estaba bien o era ofensivo hablar de sectas protestantes,
puesto que el protestantismo era una cosa y las sectas otra, aunque tuvieran
muchos elementos en común; si los grupos pentecostales podían
llamarse sectas, puesto que su bautismo es válido y creen en la
Trinidad; si no sería más conveniente utilizar la palabra,
secta solamente para los grupos no cristianos, etc., etc.
Conclusión: «Cuando hablamos de sectas,
nos estamos refiriendo solamente a los grupos no cristianos o semicristianos,
como son los testigos de Jehová, los mormones y los adventistas
del séptimo día. No nos estamos refiriendo a los grupos pentecostales
o evangélicos, que son iglesias y con los cuales tenemos un diálogo
ecuménico». Y no se dieron cuenta de que los pentecostales
representan el 70% de las sectas que están presentes en América
latina, y que el «Plan Amanecer» para la conquista evangélica
del mundo, está hecho precisamente por lo «evangélicos».
Así que, seamos más sinceros y realistas,
mis queridos «expertos». Dejemos a un lado los sofismas y vayamos
a la realidad. Pan al pan y vino al vino. Además, ¿qué
me importa a mi, se encaja mejor un palabra que otra? Aquí el problema
es: «¿Cómo ayudar al católico a permanecer firme
en su fe, sin dejarse confundir por otras propuestas religiosas?»
Lo que sobra, viene del demonio y no sirve más que para confundir
las cosas.
Crónica de una derrota anunciada.
Cuando los obispos de México me pusieron
al frente del Departamento de la Fe frente al Proselitismo Sectario
(Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe), un «experto»
en la materia me dijo:
«Tu tarea será la de tener al día las estadísticas acerca del avance de las sectas»;en otras palabras, ser el cronista de la derrota católica.
«En aquel año los católicos éramos el tanto por ciento; después bajamos al tanto por ciento; ahora somos el tanto por ciento. De aquí a tantos años se calcula que seremos minoría. Así que, señores obispos vayan pensando qué hace con tantos templos que van a quedar desocupados». ¡Qué bonito papel para un «experto en sectas»!Evidentemente, no le hice caso, me arremangue las mangas y me lancé a la ardua tarea de conscientizar al pueblo católico acerca del fenómeno sectario y la manera de hacerle frente. De hecho, donde se llegó a trabajar, las sectas se estancaron y empezó un flujo constante de ex católicos hacia la Iglesia.
Actores,
no simple espectadores
No tenemos que abordar el problema de las sectas
como simples espectadores, limitándonos a gritar, aplaudir o llorar.
Tenemos que convencernos de que no se trata de una fatalidad, contra la
cual no se puede hacer nada. Se trata simplemente de un momento difícil,
en el cual se está luchando por adaptar al mundo de hoy el aparato
ministerial de la Iglesia, propio de épocas pasadas y, por lo tanto,
inadecuado para las circunstancias actuales. Pues bien, las sectas se están
aprovechando de este momento de debilidad para atacarnos y sacar de la
Iglesia a cuanta más gente sea posible.
Ahora bien, de parte nuestra, lo que tenemos que
hacer es resistir a este embate, detener el avance las sectas, no perder
terreno. Con el tiempo, seguramente la Iglesia se irá reestructurando,
conjugando oportunamente la fidelidad al Evangelio y la respuesta a las
exigencias del hombre de hoy.
Se trata de fe y entrega, ideas claras y compromiso.
La historia no empezó ni termina hoy. Tenemos dos mil años
de experiencia. Hemos superado crisis más graves.
Las sectas, al no tener pasado, se lanzan a la
conquista religiosa del mundo, dando a la gente lo que la gente les pide.
Tantas sectas cuantos gustos hay. Si les va bien, siguen adelante. Si les
va mal, se deshacen y vuelven a presentarse con otro membrete. En ellas
hay de todo: fervor religioso y fanatismo; convicción y lavado de
cerebro; sinceridad e hipocresía; amor y odio... no como algo accidental,
inherente a la naturaleza humana, sino como sistema de vida y método
de conquista, se trata esencialmente de un Evangelio manipulado, adaptado
al bienestar personal y a los fines proselitistas. Así que, las
sectas no son tan buenas como quieren darnos a entender sus integrantes
o algunos simpatizantes católicos. ¡Ay de nosotros, si San
Francisco de Asís o Santo Domingo de Guzmán se hubieran dejado
llevar por las estadísticas, los porcentajes o las tasas de crecimiento
de los enemigos de la fe católica, sin mover ni un dedo para cambiar
el rumbo de los acontecimientos!.
Al contrario, ellos creyeron en sí mismo,
en su capacidad de «hacer historia», y se lanzaron. Y muchas
cosas cambiaron.
Esto es lo que pretendemos hacer nosotros ahora;
no ser simples espectadores, echándole la culpa al destino, a los
tiempos, a los gobiernos, a los Estados Unidos o a la jerarquía
eclesiástica por lo que está pasando.
Queremos, más bien, ser actores, intervenir,
hablar, convencer, movilizar, ser antenas que reciben y transmiten señales,
siempre listos para descubrir los «signos de los tiempo».
Rechazamos, por lo tanto, la pasividad y el derrotismo. Nos oponemos a
los falsos profetas, que dicen: «Seguridad y paz», cuando hay
peligro y guerra. Estamos convencidos de que podemos y debemos cambiar
el rumbo de los acontecimientos... influir en la historia.
Sano realismo
Dejémonos de pretextos. Que quede bien
claro: no estamos en contra del dialogo. El problema consiste en el hecho
que no todos aceptan el diálogo. Entonces, ¿Qué
hacer con relación a los que no aceptan el diálogo y siguen
poniendo en peligro la fe de nuestros hermanos católicos? ¿No
se puede hacer nada? Aquí está el problema.
Si un ejército enemigo invade nuestras
tierras, ¿qué tenemos que hacer?¿ es suficiente
enviar embajadores, pidiendo la paz? ¿Y si no aceptan la paz y siguen
avanzando? Decían los Romanos: «Si quieres la paz, prepárate
para la guerra». Pues bien, si queremos que las sectas dejen de molestarnos,
tenemos que preparar a los católicos de manera tal que puedan «resistir»
a sus embates, bien conscientes de identidad, como miembros de aquella
única Iglesia que fundo Cristo y que llegará hasta el fin
del mundo.
Diálogo con los que aceptan dialogar, sean
cristianos (ecumenismo) miembros de las grandes religiones (diálogo
interreligioso) o no creyentes; defensa de la fe con relación a
los que atacan, sean cristianos, seguidores de las grandes religiones o
no creyentes. De todos modos, el conocimiento de la propia identidad como
católicos es siempre útil, sea para vivir mejor la propia
fe, sea para dialogar y sea para defenderla de los que quieren atacar.
En realidad, la ignorancia nunca ha sido una buena consejera.
Otro error ha sido el de la perspectiva: se vio
el problema desde arriba, como si se tratara de un asunto que habría
que resolver entre las distintas autoridades religiosas o los exponentes
de los grandes movimientos culturales. No se dieron cuenta de que los tiempos
cambiaron ya no estamos como el tiempo de la reforma, cuando las cosas
se solucionaban desde arriba entre autoridades civiles y religiosas. Hoy
las decisiones se toman en la calle y cada uno decide por su
cuenta. Por lo tanto, hay que enfocar el problema desde la base y no desde
el vértice. Hay que cambiar de perspectiva. Hoy cada católico
tiene que estar preparado para «dar razón de su esperanza»
(1Pe 3,15).
Así que, seamos menos dogmáticos
y más prácticos. Nos guste o no nos guste, es necesaria la
defensa de la fe o apologética. Esta es como la ropa interior que
nadie menciona, pero que todos necesitan. Dejémonos, por lo tanto,
de falsos pudores y aprendamos a llamar las cosas por su nombre. En realidad,
¿qué es la apologética? Es el arte de defender la
propia fe ante los ataques, vengan de donde venga. ¿Qué hay
de malo en esto? ¿Nunca oyeron hablar de legítima defensa?
Hace mal el que ataca, no el que se defiende. ¿O no?
Por lo tanto, si los demás están
en contra de la apologética se sienten tan seguros de su fe, ¿por
qué no hacen algo para ayudar a los débiles en la fe? Y si
se sienten tan abiertos hacia los de afuera, ¿por qué no
lo son hacia los de adentro, que tienen necesidades y opiniones diferentes?
Conclusión
Las sectas nos están invadiendo. ¿Qué
hacemos? ¿Nos quedamos con los brazos cruzados? Cuidado: si seguimos
así, pronto nuestro continente, en lugar de ser el «continente
de la esperanza», se podrá volver en el «continente
de la pesadilla». Depende de nosotros luchar para que esto no suceda.