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El misterio de la vida

 

 

"El cerebro del hombre es su único órgano humano"       

Fred Plum

 

 

Según el bioquímico de la Universidad de California Stanley L. Miller, la vida puede definirse como una reacción química. "It's simply chemistry" son sus palabras textuales, citadas en una recopilación de conceptos sobre la definición de vida realizada en la revista virtual HMS Beagle (1). Hacia 1953, Miller desarrolló revolucionarios experimentos con la llamada "sopa prebiótica", una mezcla de diversos elementos químicos (metano, amoníaco, agua e hidrógeno) sazonada con descargas eléctricas, con el objeto de simular en el laboratorio las condiciones primitivas de la atmósfera terrestre hace más de 3.5 billones de años. En esas circunstancias podían producirse espontáneamente aminoácidos, los cuales pueden considerarse como los ladrillos a partir de los cuales se construyen las proteínas. Según el investigador, si esta serie de elementos y las condiciones ambientales se daban, era muy probable obtener la vida, fuera en la tierra, en otro planeta o en un tubo de ensayo. La capacidad de los aminoácidos de formar proteínas haría que éstas se organizaran y fueran capaces de reproducirse. Los cambios posteriores que se produjeran en estas proteínas al reproducirse -las mutaciones- constituirían el proceso evolutivo, que a la postre sería capaz de producir organismos complejos, eventualmente los animales superiores y el hombre. Lo que no se aclara en estos conceptos es qué ocurre en el momento en que estas moléculas pasan de ser simples aminoácidos o proteínas -"simply chemistry"- a convertirse en materia viva. En otras palabras, cuáles serían los elementos, su disposición, los pasos, los catalizadores, etcétera, en esa hipotética ecuación química de la vida.

 

Palabras más o menos, muchos biólogos evolucionistas comparten esta definición de vida: "...una entidad capaz de hacer una copia de sí misma a partir de elementos que son más simples que ella, participando así de un proceso evolutivo". Salta a la vista que la mula, un animal incapaz de cumplir con estos postulados por su incapacidad para reproducirse, no podría entonces considerarse como un ser vivo, así como tampoco lo serían los hombres y las mujeres infértiles, célibes o que hubieran decidido no reproducirse. Tampoco estaría viva, según esa definición, una célula que fuera capaz de reproducirse sin cometer errores al copiar sus genes, de tal manera de cada individuo fuera idéntico al anterior; pues sin errores, vale decir, sin mutaciones, no se estaría dando el proceso evolutivo, según anota el Dr. Antonio Lazcano, biólogo de la Universidad Autónoma de México y vicepresidente de  La Sociedad Internacional para el Estudio del Origen de la Vida.

 

Otra definición interesante es la de Mark Bedau, PhD en filosofía de la Universidad de Berkeley en California, quien propone que se abandone el concepto de vida aplicado tan sólo a unidades como células, árboles, animales o personas. Define la vida como "un sistema en el cual se desarrolla una adaptación flexible, o una evolución abierta continua", y proclama que lo que está primariamente vivo es la biosfera terrestre y no sólo los organismos como nosotros. Este concepto ecologista no nos explica entonces las diferencias entre los minerales y los otros reinos de la naturaleza, aunque tiene el atractivo del mensaje que encierra: la tierra como un gran macroorganismo viviente, y quizás la humanidad (y otras formas de vida) como parásitos de esa célula gigante, que así como podrían eventualmente enfermarla y destruirla, también podrían estar contribuyendo con su normal desarrollo. A pesar de su aparente excentricidad, esta es una hipótesis que no debería ser menospreciada en manera alguna.

 

También se ha propuesto el concepto de vida digital o cibernética. El doctor Thomas Ray, biólogo de la Universidad de Harvard y actualmente radicado en Costa Rica, ha creado un sistema de vida artificial llamado Tierra. Los "organismos vivos" de este sistema son paquetes de códigos binarios

diseñados para hacer copias de sí mismos, con cambios aleatorios ocasionales que se comportan exactamente como si fueran mutaciones genéticas. Una vez que estos códigos se liberan dentro de un computador, compiten por espacio dentro de la memoria del sistema, se reproducen y por último "mueren". Con el tiempo, los códigos con "mutaciones" beneficiosas hacen más copias de sí mismos que otros, en una especie de selección y adaptación darwiniana, cumpliendo así con los postulados de la definición evolucionista de vida. Según la descripción de Ray, estos organismos digitales pueden llegar de las redes exteriores al servidor Tierra, el cual puede hospedarlos en la memoria RAM donde ellos pueden "vivir" alimentándose de la energía proveniente de la CPU. El Dr. Ray se considera asimismo como un "refugiado" del problema de definir la vida, pues cree que esta palabra está muy "cargada emocionalmente" y por esta razón resulta difícil realizar un análisis objetivo de su significado.

 

La genetista Claire Fraser es bióloga y PhD en farmacología de la Universidad de Buffalo en New York y directora del Instituto de Investigación Genómica en EUA desde 1992. A pesar de haber identificado los 470 genes que posee el más simple de todos los organismos de vida libre, una bacteria parásita de diversos sitios del cuerpo humano, el Mycoplasma genitalium, su equipo no ha sido capaz de definir la función de un 30% de esos genes, ni cuáles de ellos son indispensables para determinar que dicha bacteria esté viva o muerta. Aún dañando de 100 a 200 genes del microorganismo éste continúa sobreviviendo en el cultivo. La doctora, que fue señalada por algunas organizaciones de control bioético con la acusación de estar intentando "crear vida en un tubo de ensayo" a raiz de sus experimentos orientados hacia la fabricación de un cromosoma artificial, define la vida simplemente como la capacidad de replicar ácido desoxirribonucleico (ADN). Sin embargo, en sus propias palabras, la doctora Fraser reconoce que el ADN desnudo es simplemente un compuesto químico, y no vida. Acepta que los últimos avances la han ayudado a comprender lo poco que entendemos sobre el significado de la vida y se reconoce incapaz de dar una respuesta definitiva a la pregunta sobre cuál es su definición.

 

Por último, Arnold De Loof, PhD en biología de la Universidad de Ghent en Bélgica, plantea la interesante hipótesis de que la esencia de la vida reside en la capacidad de comunicarse y la define simplemente como "la actividad para comunicarse que realiza un compartimiento (o sistema)". Así, las señales que emite una célula comunican sus diversos compartimentos entre sí, por ejemplo, el núcleo con el citoplasma; o envían un mensaje a otra célula (otro sistema o compartimiento). En los seres complejos pluricelulares, se considera que el organismo vive como un todo y no simplemente como la suma de sus partes, si es capaz de comunicarse en el nivel más complejo de su organización como compartimiento o sistema. Al cumplirse esta condición se cumpliría asimismo el postulado del Dr. Fred Plum (neurólogo norteamericano experto en trastornos del estado de conciencia) que mencionamos en el epígrafe como una propuesta implícita de definición de vida para el individuo humano, ya que como el nivel más complejo de comunicación del hombre se realiza a nivel cerebral, sin el funcionamiento de este órgano no existe la vida humana. Con el cerebro muerto, los otros órganos humanos vivos y sanos, pero incapaces de comunicarse "en su nivel más complejo", sólo servirían para un eventual transplante. De todos los conceptos anotados el único que comparto en su totalidad es el expresado en esta memorable frase del Dr. Plum. Ahora, si continuamos analizando las propuestas del Dr. De Loof encontraremos que define la muerte como ausencia de comunicación: "los sistemas vivientes se comunican; los no vivientes no. La reproducción y la evolución no son esenciales para la vida a corto plazo; tan sólo lo son a largo plazo." Esta hipótesis introduce un elemento inmaterial a la definición de vida, pues la información en sí es inmaterial, así necesite de algo material para ser transmitida, como lo anota el mismo investigador.

 

Aquí surge, sin embargo, una pregunta: si el Dr. De Loof muriera mañana, si su cerebro desapareciera, pulverizado en un tremendo accidente -algo que de ninguna manera le deseo, pero tan sólo por hacer el ejercicio-, ¿no estaría aún comunicándose conmigo a través de su artículo Life as communication (2)? ¿Esta comunicación no la estaría realizando el Dr. De Loof "en su nivel más complejo"? Aún después de muerto, cada vez que alguien tuviera noticia de su hipótesis estaría estableciendo una comunicación e interactuando con él. Si la vida es comunicación, será imposible aceptar la muerte de Mozart, Bach, Beethoven, Cervantes, Quevedo, Velásquez, Leonardo, Newton, Pasteur, Eistein, o del anónimo y remoto autor de las pinturas de las cuevas de Altamira... ¡Cualquiera de estos individuos estaría mucho más vivo que el Dr. De Loof y que quien escribe este artículo! Pero a pesar de esta crítica, la realidad es que no sólo simpatizo con esta idea, sino que, como comprobará el lector más adelante, en el fondo la comparto.

 

Todas estas suposiciones, teorías, hipótesis, invenciones e intentos de definición de la vida resultan de mucha importancia no sólo para los científicos que trabajan en biología, genética y otras áreas afines, sino también para el hombre común, que de alguna manera está siendo afectado por los avances científicos en estas disciplinas, que están encaminados a descifrar el significado genético de la vida (3) y armar el rompecabezas del genoma humano. Para el año 2003 se espera haber determinado la secuencia completa de nucleótidos de los entre 50.000 a 100.000 genes del hombre, según las nuevas metas del Proyecto Genoma Humano de los EUA. En esa fecha, en la cual también se conmemorarán los 50 años del descubrimiento de la estructura helicoidal doble del ADN por los doctores James Watson y Francis Crick, se confía en que estará terminada la identificación total y precisa de todas las secuencias químicas del ADN humano (unos 3 billones de bases de ADN), que representan tanto el diseño genético como la historia evolutiva de la especie, en lo que se ha bautizado como "un libro de la vida", cuyo borrador estará disponible a finales del año 2001 (4, 5). De hecho, en la actualidad ya se han logrado avances significativos en terapia genética para algunas enfermedades, y no está lejano el futuro en el cual los hijos puedan "diseñarse" para definir el color del cabello, de la piel o de los ojos, o para evitar que nazcan con rasgos genéticos indeseables y desventajosos, por ejemplo, la miopía, la poca capacidad para la comprensión de las matemáticas o la tendencia a la obesidad, e incluso para prevenir que desarrollen serias enfermedades que tienen una base genética, como la poliposis familiar de colon, la talasemia, la anemia de células falciformes, la hemofilia o la mucoviscidosis. Esta nueva disciplina científica, denominada eugenética o eugenésica, ha sido ampliamente controvertida por sus obvias implicaciones éticas, religiosas, económicas y políticas, ya que, mal aplicada, podría prestarse para intentos de "purificación de la especie" y otras abominaciones de tiempos aciagos cuya barbarie e injusticia es preciso no olvidar, porque es imperativo no repetir  (6, 7, 8,  9, 10, 11, 12, 13).

 

A sabiendas de que corro el riesgo de aburrir al lector, quiero ahora proponer una hipótesis personal con la cual intentaré dar una posible explicación al problema. No tendré mucho temor de equivocarme, porque no soy científico: eso me hará más libre para errar. Tampoco me sentiré presionado por la "carga emocional" de la palabra vida, porque no soy dogmático: eso me hará más libre para acertar. Comenzaré enunciando la que sería mi propuesta para definición de vida, afirmando que es la conjunción de la materia con la energía. Así de simple.

 

En este párrafo que acabamos de iniciar, y con el único fin de tratar de entenderme con el lector en un lenguaje conocido nos vamos a referir con exclusividad al individuo humano. En él, podríamos llamar a la materia "cuerpo" y a la energía "alma" o "espíritu". Si aplicamos al hombre el concepto ya mencionado del Dr. De Loof, el cuerpo sería el aparato con el cual enviamos un mensaje, y el alma sería el mensaje mismo. Resulta fácil entonces comprender que la vida del individuo humano sólo existirá mientras dure esa conjunción transitoria de cuerpo y alma: una vez se separen estos dos elementos, el individuo humano desaparecerá como tal. La posibilidad de que llegue a transformarse en otra cosa es algo que analizaremos a continuación, pero creo que todos podemos estar de acuerdo en que ese individuo humano ya nunca se volverá a repetir y que ni el cuerpo solo ni el alma sola pueden considerarse como el individuo humano. Creo que tampoco exista duda alguna sobre el hecho de que al morir, el cuerpo humano perderá poco a poco su carácter individual y distintivo, y que más temprano que tarde se confundirá con el resto de la materia, hasta transformarse en elementos primarios, en moléculas, en átomos, en "polvo". Este proceso no necesariamente debe considerarse como una "corrupción" de la materia, sino como un cambio de estado de la misma. La palabra "corrupción" sí que está cargada emocionalmente. Haciendo una analogía, los invito entonces a que imaginemos el destino del alma humana como algo que también perderá su carácter individual y distintivo y se confundirá con el resto de la energía en el eterno transcurrir del tiempo, hasta un punto que no soy capaz de imaginar, pero que podríamos intentar denominar el no ser como individuo espiritual humano. Este no ser humano ni en la materia ni en la energía, ni en el cuerpo ni en el espíritu, comenzaría en el preciso momento de la muerte, aunque no me arriesgo a sugerir cuánto tiempo tomaría. El fenómeno contrario podría afirmarse del nacimiento, o el inicio de la vida de un ser humano: sería necesario que la materia (el cuerpo) humano recibiera la energía (el alma) humana para que se diera el hombre como individuo único e irrepetible. Ambos componentes se originarían de los elementos primarios ya existentes en el universo en otras formas de materia y energía no organizadas (pero no "corruptas").

 

Ahora es necesario, para que podamos extender nuestra definición a otros seres vivos, que nos preguntemos si los animales tienen alma. Cuando un perro muere ¿qué ocurre? ¿Qué le hace falta, que ya no es ése perro, sino apenas el cadáver del perro? Una vez muerto, ¿podremos volver a jugar otra vez con ése perro? ¿No es también ése perro un individuo animal único e irrepetible? Propongo entonces, como una hipótesis tan sólo y sin el ánimo de crear amargas polémicas, que los animales no humanos, que para simplificar llamaremos tan sólo los animales, también tienen alma, que, también para simplificar, llamaremos el alma de los animales. Imaginemos que esa conciencia animal sin materia también se convertirá en un no ser como espíritu o energía animal, algún tiempo después de que se separe de su cuerpo.

 

Imaginemos que los vegetales también tienen alma, ya que tienen materia y energía, ya que viven y mueren. Tan sólo como un ejercicio, les propongo que intenten imaginar el alma de los nísperos, de la madera, de la rosa...

 

Pero entonces, ¿por qué razón no aceptar que todas las formas de vida conocidas también tienen alma? ¿Que también son individuos únicos e irrepetibles? ¿Por qué esa soberbia presunción, esa inmensa pedantería de afirmar que el alma es un atributo reservado tan sólo para el Homo sapiens? Mientras estén vivos, cada insecto, cada pez, cada molusco, cada alga, cada bacteria, cada hongo, cada Staphylococcus aureus, cada Candida albicans, es un organismo individual único e irrepetible. Lo que ocurre es que no somos capaces de reconocer su individualidad, porque nos duele mucho aceptar que estamos hechos de su misma humilde materia y de su misma humilde energía (humilde es nuestro arrogante concepto relativo, que tampoco nos abandona -me abandona- en este razonamiento).

 

Los minerales también tienen un principio y un final. Si tienen un principio, quizás nacen, y si tienen un final, quizás mueren. Por lo tanto, durante el lapso que duren estos dos plazos quizás viven. Viven su sosegada, larga y paciente vida mineral, ajenos al asedio constante de la felicidad, del amor, del dolor, del deseo de poder, del miedo a la soledad, de la ansiedad por la supervivencia, del temor por la muerte que nosotros conocemos como individuos humanos que somos. Atrevámonos entonces a considerar que los minerales también tienen alma, un alma mineral, que los abandona en el momento de su muerte. Imaginemos que el alma de los minerales tiene una energía estrictamente mineral, que no sabemos comprender y cuyo principal atributo es la inconciencia de todo lo humano, lo animal y lo vegetal. Imaginemos el alma del agua, del agua de un arroyo y del agua profunda del mar. Imaginemos -con Umberto Eco, en boca de Roberto de la Grive en plena pesadilla toxifrénica- el pensamiento de las piedras (14).

 

Imaginemos que las moléculas, que los átomos, que los protones, que los electrones, que los quarks, que las partículas de antimateria... también tienen alma. Imaginemos que todo lo que existe en el universo tiene alma. El universo. El vasto, prolongado, inmensurable, incomprensible universo. El majestuoso, obstinado y aterrador universo. El curioso universo. El infinito e inagotable universo. El universo, de cuya misma materia están hechos nuestros cuerpos. El universo, de cuya misma energía están hechas nuestras almas.

 

Ahora podemos volver a mi propuesta para la definición de vida: la conjunción de la materia con la energía. Si la aceptamos, tenemos que aceptar que todo en el universo está vivo, que tanto la materia como la energía se reciclan, que cambian de estado, de ubicación, pero que en el fondo son una misma cosa, que somos "polvo de estrellas", o que "estamos hechos de la misma materia que nuestros sueños", como bellamente lo dijo Shakespeare en su tragedia Ricardo III.

 

Esta propuesta mía considera a todo el universo como un ser vivo, en constante cambio y evolución, y es una extensión o ampliación del concepto de la biosfera como un ser vivo del Dr. Mark Bedau, enunciado en los párrafos iniciales de este artículo. Con esta propuesta también pretendo sugerir que la vida, tal como la conocemos, se nutre de la inmensa y quizás inagotable vida del universo, y que tanto la vida como la muerte son estados de la materia y de la energía. También pretendo sugerir que quizás todo está vivo, que a lo mejor tanto la vida como la muerte son ilusiones de nuestra percepción, restringida por los limitados lapsos de tiempo y espacio que nos corresponde percibir y en cuya infinitud nos estamos disolviendo constantemente.

 

¿Y Dios? ¿Dónde estaría su lugar en este razonamiento? Sin duda no sería ni en la materia ni en la energía, sino fuera de ellas. Como Dios no va a morir, no tiene que estar vivo y no necesita ni de la materia ni de la energía para ser. La materia y la energía son sus creaciones, de las cuales prescinde aunque las gobierne, porque Él no tiene necesidad de vivir, sino de ser. Dios tan sólo es, sin ser mineral, vegetal, ni animal, sino una forma diferente que no conocemos. Dios es la única existencia verdaderamente autónoma, el origen de todo, y no se rige ni se limita por nuestros conceptos humanos de la vida y de la muerte. Por lo tanto, Dios no podría hacer parte de este sistema. Sólo podría ser su creador, localizado más allá de todo, quizás en el centro del no ser de todo, por fuera del tiempo, del espacio, de la materia y de la energía. Dios, origen de todo sin ser nada conocido, y por supuesto, distinto de todo aquello que hayamos creído inventar nosotros a nuestra imagen, semejanza y conveniencia.

 

Pero como todas las hipótesis anteriores, incluyendo mi propuesta, no pasan de ser sino simples conjeturas, me temo que el problema es mucho más complejo de lo que parece: ocurre que sencillamente no sabemos qué es la vida ni qué es la muerte. Presiento que si lo supiéramos conoceríamos todo, y seríamos como dioses.

 

MARIO MENDOZA OROZCO, MD.

 

 

REFERENCIAS

 

1-       Ran M (moderator), Miller SL, Lazcano A, Bedau M, Ray T, Fraser C. 1999. Life: what exactly is it? A debate. In HMS Beagle: The BioMedNet Magazine (http://www.biomednet.com/hmsbeagle/57/viewpts/) Issue 57 (June 25)

2-       De Loof A. 1999. Life as communication. Opinion. In HMS Beagle: The BioMedNet Magazine (http://www.biomednet.com/hmsbeagle/68/viewpts/op_ed) Issue 68 (December 10)

3-       Josefson D. Scientists try to discover how many genes are necessary to build a living organism. BMJ 1999; 319: 1592a (http://www.bjm.com/cgi/content/full/319/7225/1592/a)

4-       Collins F, Patrinos A, Jordan E et al. New goals for the US Human Genome Project: 1998-2003. Science 1998; 282: 682-89

5-       Deloukas F, Schuler GD, Gyapay G et al. A physical map of 30,000 human genes. Science 1998; 282: 744-6

6-       Caplan A, McGee G, Magnus D. What is immoral about eugenics? BMJ 1999; 318: 1284-5

7-       Worthen HG. Inherited cancer and the primary care physician: barriers and strategies. Cancer 1999; 86(S11): 2583-8

8-       Morton NE. Genetic aspects of population policy. Clin Genet 1999; 56: 105-9

9-       Wikler D. Can we learn from eugenics? J Med Ethics 1999; 25: 183-94

10-   Lupton ML. Artificial reproduction and the family of the future. Med Law 1998; 17: 93-111

11-   Carmen IH. Biopolitics: the newest synthesis? Genetica 1997; 99:173-84

12-   Wyszynski DF. Fifty years after the Nuremberg nazi doctor's trial: reviewing how the laws of the Third Reich applied to individuals with oral clefts. Plast Reconstr Surg 1998; 101:519-27

13-   Atkin K, Ahmad WI. Genectic screening and haemoglobionopathies: ethics, politics and practice. Soc Sci Med 1998; 46: 445-58

14-   Eco U. Ejercitaciones paradójicas sobre cómo piensan las piedras. En: La isla del día de antes (capítulo 37) Barcelona: Ed. Lumen/Altamir ediciones, Primera edición 1995: 382-92

 

 

 

Texto publicado en el periódico El Universal de Cartagena,

Suplemento Dominical, el 9 de julio de 2000.

 

 

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