Los medios de información electrónicos se han reiterado una y otra vez en favor de las autoridades universitarias y del gobierno federal. Un líder de empresarios propuso cerrar la universidad y mandar a todos sus estudiantes al extranjero. Sectores ciudadanos se han volcado en un franco apoyo a la huelga y sus organizadores; otros grupos piden su encarcelamiento y la aplicación del “estado de derecho”. El gobierno de la ciudad se ha manifestado a favor, pero actuado en contra de los huelguistas. Francisco Labastida, ex secretario de gobernación y candidato presidencial del PRI, ha dicho que la UNAM es cuartel del EZLN, EPR y ERPI. Sectores de estudiantes se han pronunciado a favor de la huelga pero en contra de las movilizaciones por vialidades importantes de esta ciudad. Alguien incluso lanzó una convocatoria por internet para recuperar las instalaciones con palos, cadenas y armas blancas… Otros se han pronunciado por el cierre de carreteras. Otros más por la toma de centros de investigación y la gran computadora de la UNAM. Otros por la propuesta de los maestros eméritos, que implicaría una “rendición honrosa” del movimiento que ha cambiado la vida de decenas de miles de estudiantes… Y así se puede ir armando un colorido mosaico de opiniones, posturas, declaraciones y acciones que han dado forma a una parte importante de la historia de México.
No obstante esta gran diversidad se puede estar seguro de que, independientemente de la postura que se guarde, existe un fondo uniforme: nadie diría que Francisco Barnés de Castro ha sido el mejor o uno de los mejores rectores que ha tenido la UNAM.
El diario La Jornada publicó el sábado 23 de octubre, en la sección "política/opinión", un artículo de Hermann Bellinghausen titulado EL PEOR RECTOR, en el que increpa a Francisco Barnés por su pobre, timorata y amañada actuación a lo largo del conflicto universitario, al frente de un cargo de gran responsabilidad social, cultural y humana, y le responsabiliza de un gran desprestigio para la máxima casa de estudios.
Los Universitarios sufren estos días una misma afrenta. Independientemente de la postura que hayan guardado respecto al conflicto sienten que la universidad se les va de las manos.
¿Cuántos se preguntan si acaso no han sido burlados, ante los indicios de que, de parte de las autoridades, nunca existió la menor intención de resolver el conflicto por una vía constructiva y de negociación?
Y esto, no obstante que el contenido de la protesta estudiantil alcanzó un amplio reconocimiento. Al menos en número y calidad suficientes para que debieran ser tomados en cuenta por la cúpula burocrática de la UNAM, si es que ésta pretendía representar legítimamente a todos los universitarios.
El desafío que la huelga significa para la privatización rampante de la educación pública, resulta intolerable para estas autoridades. Cualquier cosa ha sido preferible, antes que un auténtico diálogo. Fuera de una reforma parcial, insatisfactoria para todos, tan vertical como la que propició el estallamiento de la huelga, y de la designación de una comisión “de encuentro” y otra “de contacto”, las únicas acciones del rector han sido ofensivas.
Cobijado por un grupo político que está en la disputa por la candidatura presidencial priísta, y por el poder mismo, el rector Barnés ha resistido hasta extremos de tozudez increíble, contra toda lógica universitaria. ¿Por impotencia o por cálculo?
Los desalentados académicos de la UNAM sospechan que las autoridades calcularon que el escalamiento del conflicto haría germinar las semillas de división, comunes en los movimientos sociales, y presentes desde el principio en el seno del Consejo General de Huelga. Que se pudra, es la divisa.
La campaña propagandística del rector incluyó, claro, acusaciones contra el gobierno del DF y el PRD como responsables de la huelga.. Hasta allí el guión iba bien. Pero sucede que los movimientos sociales no son ratones de laboratorio.
Los vínculos visibles entre el rector Barnés y el precandidato oficial del PRI han llevado a sospechar a los universitarios que la UNAM ha sido utilizada como ariete político, al servicio de intereses electorales particulares, ajenos a la institución y su presunta autonomía. Desde esta perspectiva, la huelga se ha convertido en una papa caliente para el PRD y el gobierno cardenista.
El extremismo que ha tomado el rumbo del movimiento estudiantil funciona como la construcción del opuesto que necesitaban el rector Barnés y los beneficiarios de las reformas privatizadoras o, en su defecto, de la irresolución de la huelga. Y también resulta claro que, granaderos mediante el gobierno capitalino han echado por la borda el capital político de sus iniciales prudencia y tolerancia. O lo han infiltrado, también, con policías reventadores fuera de control. Así, cada nueva protesta callejera de los estudiantes es una ratonera para el gobierno de Rosario Robles.
En un comunicado del 18 de octubre, titulado “la UNAM informa” (entendida “la UNAM” como el rector y su gente) sigue llamando a los estudiantes “un grupo de personas”. En la insolente caracterización y el trato que se ha dado a esos miles de universitarios ninguneados, está la clave del desarrollo del conflicto y de su origen. Los jóvenes son tratados como alienígenas con los que, a lo más, se puede intentar algún “contacto”, y sólo para que entreguen las instalaciones. Medio año después, los huelguistas siguen sin el derecho a existir, salvo como carne de rendición, sanción, y ahora tal vez de presidio.
Esta trampa ha permitido que el conflicto, legítimo como es, no se resuelva, antes bien se escale, complique y deteriore.
Pero ningún rector escupe a los estudiantes sin escupirse a sí mismo.
Llama la atención que las críticas y las impaciencias por la prolongación absurda de la huela se hayan dirigido contra los estudiantes, debido a sus contradicciones, su escasez argumentativa, los excesos de una parte de ellos, y su folclor. La huelga y el CGH se han convertido, para la opinión pública, en cortina de humo de las verdaderas responsabilidades en la grave crisis universitaria.
Los huelguistas se han aferrado a su inicial pliego petitorio, que allí sigue, jaloneado pero intacto.
Los seis puntos alcanzaron un amplio consenso en distintos sectores universitarios, pero ni así merecieron existir a los ojos de la rectoría.
No obstante la notable disposición de la lucha de los inconformes y la generosidad de sus móviles, la prolongación del conflicto los ha llevado a gastar la mitad o más de sus energías en las trompadas de la desconfianza, hasta llegar a al crispación y el endurecimiento, por impaciencia genuina o por infiltración de provocadores. Esa dedicatoria lleva el secuestro de Ricardo Martínez.
La extraordinaria participación de padres de familia y el apoyo de organizaciones sociales, que han dado un carácter inédito y popular a la huelga universitaria, terminaron siendo también objeto de acusaciones y víctimas de la gran burla.
Por vez primera la intransigencia de un rector alcanza para desprestigiar a la UNAM en su conjunto. El espectáculo que han montado la propaganda y los medios electrónicos no oculta la falta de respeto y generosidad hacia los jóvenes, la sordera hacia los académicos críticos, y el desprecio por cualquier expresión de apoyo a la disidencia estudiantil.
Al encerrarse en su retórica de “los verdaderos universitarios versus los pseudoestudiantes”, y negar legitimidad a los reclamos, Barnés abdicó a su propia legitimidad. El daño que esto ha causado a la UNAM estamos aún por padecerlo.
Aún puede suceder que se abra la negociación, con o sin Barnés. Sería lo menos malo. Y si como tantos temen, el rector ha sido sólo una pieza útil en el taller político de otros, pues peor para él y para todos, pues el daño se ha tornado mayúsculo. Ese será el saldo del que ya es, sin competencia a la vista, el peor rector que ha padecido la UNAM en toda su historia.
A pesar de Barnés y sus cómplices, esta huelga, la más acosada y humillada, y no obstante la más duradera, ganó de origen el punto de implantar el debate nacional sobre educación superior y educación pública. Lástima que en vez de rector, los estudiantes hayan topado con un pobre diablo que algún día soñó ser como Javier Barros.