Según un cuento de Friederich de la Motte
Una ondina llamada Prathé se enamoró de un príncipe, con el que se desposó, abandonando su morada del lago. Al casarse con su enamorado, la ondina adquirió un alma humana perfecta. Sin embargo, cuando la Reina del lago dio su consentimiento para la boda, le impuso una única condición: su matrimonio sería dichosos mientras su marido le fuese fiel. Naturalmente, la reina del lago conocía la debilidad que los hombres sienten hacia el sexo contrario de su misma raza, y confiaba en esa debilidad para volver a tener a la ondina en el lago.
Efectivamente, el príncipe, hombre galanteador y casquivano, no tardó en encampricharse de una dama de su corte, y a la pobre ondina, deshecha en su llanto, no tuvo más remedio que regresar al lago. Pero el príncipe, que en el fondo amaba a su mujer, se arripintió de su desliz, y llamó desesperadamente a la ondina desde la orilla del lago. Al oir aquellas ardientes súplicas, la ondina, siempre con el permiso de la reina, surgió de entre las apacibles aguas del lago y le advirtió al príncipe que a partir de aquel instante ella iba a representar un riesgo mortal para él. El príncipe enamorado como nunca de ella, puesto que el roce del agua embellecía aún más a la ondina, juró que no quería separarse de ella. Ésta lo atrajo, pues, hacia sí, y el príncipe al penetrar en las profundas aguas del lago, se ahogó en ellas, desapareciendo con la ondina Prathé bajo un feróz remolino.