La historia de los origenes de la francmasonería está sumida por varias razones en un brumoso pasado y no ha sido posible crear una razonable claridad. Se puede, de todos modos, reconocer dos raíces: una esotérica que viene de los antiguos misterios iniciáticos egipcios y griegos y otra pragmática que nos llega de los masones operativos, es decir los constructores de las grandes catedrales de la Edad Media.
Al lado del sitio de cada construcción se erigía una pequeña casa provisoria que servía de lugar de trabajo para trazar los planos y tareas administrativas también para que los obreros comieran y durmieran.
Esas casas se llamaban logias, nombre que se ha mantenido y designa ahora el lugar de reunión y también el conjunto de sus miembros.
Al cesar la construcción de las Catedrales al final del medioevo, las logias cayeron en decadencia y aceptaron en su seno a personajes que por distintos motivos decidieron entrar en las logias. Con el tiempo esos miembros aceptados formaron mayoría.
En 1717, en el día del solsticio de verano, cuatro logias londinenses de masones aceptados formaron una Gran Logia, la primera del mundo y madre de todas las demás. Actualmente se llama Gran Logia Unida de Inglaterra. De Inglaterra la nueva Masonería que ya no era operativa sino simbólica, se extendió luego por el continente europeo y después por todo el mundo.