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BESTIAS EN EL SEÑOR DE LOS ANILLOS

  En esta sección encontrarás los orígenes, descripción y características de las bestias y otros seres que aparecen en la historia del Señor de los Anillos, tanto del lado del Poder Oscuro como del lado de los Pueblos Libres. Haz click en los nombres para ir a la descripción completa:

~ Las Águilas, unos de los Cinco Ejércitos que lucharon en el Hobbit;

~ Las Arañas Gigantes;

~ Los Balrogs, terribles espíritus Maiar;

~ Las Bestias Aladas, monturas de los terribles Nazgûl;

~ Los Dragones, terribles bestias oscuras;

~ Los Hermosos Mearas, Príncipes de los Caballos;

~ Los Temibles Nazgûl, servidores del Señor Oscuro;

~ Los Olifantes, bestias de guerra;

~ Los Orcos, soldados de los ejércitos de Sauron y Saruman;

~ Los Trolls, seres estúpidos pero de inmensa fuerza. 

Águilas:

Las águilas eran las más nobles de todas las criaturas aladas de Arda, porque fueron creadas por dos poderosos Valar: Manwë, Señor del Aire, y Yavanna, Reina de la Tierra. Las águilas se contaban entre las razas más antiguas y sabias. Son las mayores de todas las aves de espíritu indomable y nunca malignas. 

En la Primera Edad del Sol, habitaba en Beleriand una poderosa rama de esta raza. Se las conocía como Águilas de las Montañas Circundantes y vivían en elevados nidos en los picos llamados Crissaegrim. Estas águilas alcanzaron gran fama por sus hazañas en la Guerra de las Joyas. Su jefe era Thorondor, la más grande y majestuosa de ellas. Thorondor tenía una envergadura de 54 metros, y su velocidad era mayor que la del viento más veloz. Thorondor y los suyos adquirieron la mayor gloria en la Guerra de la Ira. El «Quenta Silmarillion» cuenta que las águilas resultaron victoriosas combatiendo al más terrible de los males: los dragones de fuego alados. 

En la Tercera Edad del Sol, Gwaihir, el Señor del Viento, gobernaba a las águilas de la Tierra Media. Aunque no alcanzaba las dimensiones de la más pequeña de las águilas de la Primera Edad, para la escala de la Tercera Edad era la más grande de su tiempo. El pueblo de Gwaihir, las águilas de las Montañas Nubladas, era fiero y muy temido por los Poderes de las Tinieblas. En la Guerra del Anillo, Gwaihir, con su hermano Landroval y con Meneldor el Veloz, se lanzó a menudo al combate al frente del ejército de águilas. Ayudaron a derrotar a los orcos en la Batalla de los Cinco Ejércitos. Rescataron al Mago Gandalf y a los hobbits Portadores del Anillo y lucharon en la última batalla de la Guerra del Anillo, ante la Puerta Negra de Mordor. (Volver al índice)

 

Arañas:

 Entre los seres más horribles que jamás habitaron Arda se encuentran las Grandes Arañas. Eran malvadas y llenas de envidia, codicia y el veneno de la malicia. El mayor de todos los entes que adoptaron la forma de araña fue Ungoliant, un espíritu poderoso y malvado que entró en el mundo antes de la creación de los Árboles de los Valar. En la región desolada de Avathar, entre las montañas Pelóri y el triste mar gélido del sur, Ungoliant vivió sola durante mucho tiempo. Era terrible y vil, y poseía una telaraña de oscuridad, llamada la No-Luz de Ungoliant, que ni siquiera los ojos de Manwë podían atravesar. La Gran Araña Ungoliant fue la más infame de las criaturas, puesto que llegó a Valinor con Melkor y destruyó los Árboles de los Valar. Y, al igual que devoró la Luz de los Árboles, Ungoliant intentó atrapar también a Melkor para devorarlo. De no haber sido por los demonios de fuego llamados balrogs, que acudieron y la azotaron con sus látigos de llamas, habría acabado devorando al mismísimo Señor de las Tinieblas. Pero los balrogs ahuyentaron a Ungoliant del norte. Y así, este corazón tenebroso llegó a Beleriand y entró en el lugar llamado Nan Dungortheb, el «valle de la muerte terrible», donde habitaban otros monstruos de su raza.

Pero entre esas pocas, una de sus hijas mayores, llamada Ella-Laraña, y algunas de las arañas menores, cruzaron las Montañas Azules y encontraron refugio en las Montañas de la Sombra que encerraban el reino de Mordor. En los desfiladeros de esta maligna región, las arañas volvieron a ser fuertes y en la Tercera Edad del Sol llegaron a Bosqueverde el Grande. Lo convirtieron en lugar maldito con sus emboscadas de telarañas y Bosqueverde se oscureció y fue llamado el Bosque Negro.

Aunque las arañas del Bosque Negro eran pequeñas si se las comparaba con sus antepasados, eran muy numerosas y sabias en el arte maligno de atrapar víctimas. Hablaban tanto la Lengua Negra como la lengua común de los hombres, pero a la manera de los orcos, con muchas palabras malignas y una rabia que deformaba la pronunciación. Después de la Primera Edad del Sol, tan sólo Ella-Laraña se acercó a la majestad de Ungoliant; moraba en un lugar llamado Cirith Ungol, el «desfiladero de la araña», en las Montañas de la Sombra. Vivió en aquel paso durante dos edades y, aunque fueron muchos los guerreros elfos y dúnedain que llegaron a sus dominios, ninguno pudo vencerla; los devoró a todos. 

Aunque era grande y fuerte, la larga vida de Ella-Laraña terminó antes de que la Tercera Edad finalizara. Encontró la muerte de manera inesperada a manos del hobbit Samsaga Gamgee, el menos importante de todos los que la desafiaron. Tras la herida mortal que recibió Ella-Laraña, Mordor y Dol Guldur fueron destruidos y las arañas de las Montañas de la Sombra y del Bosque Negro perecieron. 
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Balrogs:

Los espíritus Maiar más terribles de entre aquellos que se convirtieron en servidores de Melkor, el Enemigo Oscuro, fueron los que se transformaron en demonios. En el idioma de los Altos Elfos se los llamaba los valaraukar, pero en la Tierra Media los denominaban Balrogs, los «demonios de poder». De todos los siervos de Melkor, ni siquiera los dragones eran tan poderosos. Enormes y pesados, los balrogs eran demonios de aspecto humanoide, con crines de fuego, astutos y muy inteligentes. Los pocos que vivieron para contar un encuentro con uno de estos seres los describen como un conjunto de llamas y sombras enormes y cambiantes, "sombras aladas", viscosos con miembros con el poder constrictor de la mayor de las serpientes. El arma principal del balrog era el látigo de fuego de múltiples colas y, aunque también llevaban la maza, el hacha y la espada flamígera, era el látigo lo que más temían sus enemigos. 

Esta arma era tan terrible que el vasto mal de Ungoliant, la Gran Araña que ni siquiera los Valar pudieron destruir, fue expulsado del reino de Melkor por sus feroces latigazos. El más infame de la raza de los balrogs era Gothmog, Señor de los balrogs y Gran Capitán de Angband. En las Guerras de Beleriand fueron tres los grandes señores elfos que cayeron bajo su látigo y su negra hacha. En cada uno de los alzamientos de Melkor y en cada una de sus batallas, los balrogs se encontraban entre sus principales campeones, y así, cuando el holocausto de la Guerra de la Ira puso fin para siempre al reino de Melkor, también acabó casi por completo con los balrogs como raza. Se cuenta que algunos huyeron de aquella última batalla y se enterraron en lo más profundo de las montañas, pero transcurridos muchos miles de años nada más se supo de aquellos malvados seres y la mayor parte de la gente creyó que los demonios habían abandonado la Tierra para siempre. 

Sin embargo, durante la Tercera Edad del Sol, los enanos que minaban en Moria cada vez a mayor profundidad, liberaron accidentalmente a un demonio sepultado. Una vez libre, el Balrog mató a dos reyes enanos y, reuniendo a orcos orcos y trolls para que lo ayudaran, expulsó a los enanos para siempre de Moria. Su dominio no se vio cuestionado durante diez siglos, hasta que fue arrojado desde lo alto del pico de Zirak-zigil por el Mago Gandalf, después de la Batalla en el Puente de Khazad-dûm. (Volver al índice)

 

Bestias Aladas:

 Cruel burla de las águilas, las Bestias Aladas anidan en cavernas elevadas o en los recodos que quedan bajo los salientes de la roca en las laderas de las montañas. Estas criaturas crecen hasta alcanzar longitudes de 10 metros, con envergadura de 10 a 12 metros y están lejanamente relacionadas con los dragones del frío de los días antiguos. No pueden escupir fuego pero su armadura física es formidable. Sus grandes garras y poderosos colmillos hicieron que estas criaturas fueran temidas por los habitantes de la Tierra Media.

Se cuenta que, en la época de la Guerra del Anillo, los espíritus no muertos llamados los Nazgûl eran transportados por Bestias Aladas. Estas criaturas eran más veloces que el viento, poseían pico y garras de ave, cuello de serpiente y alas de murciélago. Habían sido creadas por Melkor en las tinieblas indefinibles durante las Edades de las Lámparas, cuando la serpiente kraken salió de los Pozos de Utumno. Pero, a pesar de su antigüedad, y a pesar de ser fuertes y terribles en su servicio a Sauron en la Guerra del Anillo, su tiempo en la Tierra Media se terminó.

Una de las Bestias Aladas halló la muerte a manos del elfo Legolas, y otra a manos de la doncella guerrera Éowyn; las restantes fueron destruidas en el holocausto que consumió a Mordor en los últimos años de la Tercera Edad.  (Volver al índice)

 

Dragones:

El «Quenta Silmarillion» narra cómo, en la Primera Edad del Sol, Morgoth, el Enemigo Oscuro, se escondió en los Pozos de Angband y creó sus obras maestras malignas a partir del fuego y la hechicería. Las tenebrosas joyas del genio de Morgoth fueron los grandes gusanos, llamados dragones. Los hizo de tres clases: grandes serpientes que reptaban, reptiles que andaban y los que volaban con alas como las de un murciélago. De cada clase existían a su vez dos tipos: los dragones del frío, que luchaban con sus garras y colmillos, y los fantásticos urulóki o dragones de fuego, que destruían con su aliento ígneo. Todos eran la personificación de los principales males de los hombres, elfos y enanos, y también fue grande la destrucción que causaron en estas razas. Los reptiles estaban protegidos por escamas de hierro impenetrables. Sus colmillos y zarpas eran como estoques y jabalinas. Los dragones alados barrían la tierra con vientos huracanados, y los dragones de fuego lanzaban llamaradas escarlatas y verdes que lamían la tierra y destruían todo a su paso. Tenían la vista más aguda que la de un halcón y nada de lo que veían podía escapárseles. Poseían un oído capaz de captar el sonido de la más tenue respiración del enemigo más silencioso, y un olfato que les permitía identificar a cualquier criatura por el más mínimo olor de su cuerpo. Eran famosos por su inteligencia, pero tenían los defectos de la vanidad, la glotonería, la mentira y la ira. Al haber sido creados principalmente con los elementos de la hechicería y el fuego, los dragones evitaban el agua y la luz del día. La sangre de los dragones era negra, y un mortífero veneno, y los vapores de su peste de gusano hedían a azufre y cieno ardientes. 

El principal de los dragones de fuego, los urulóki, creados por Morgoth en Angband, era Glaurung, el Padre de los dragones. Aunque no pertenecía a la raza de los alados, Glaurung fue el principal terror de su época. Pero el mayor dragón que jamás vio el mundo fue el llamado Ancalagon el Negro. Ancalagon fue el primero de los dragones alados de fuego, y él y otros de su raza salieron de Angband como poderosas nubes de viento y fuego, cuando se realizó la última defensa del reino de Morgoth. Ancalagon fue derribado y otros dragones de fuego resultaron muertos o huyeron, y hasta la Tercera Edad del Sol las historias de la Tierra Media no vuelven a hablar de ellos. Entonces habitaban los desiertos más allá de las Montañas Grises en el norte. 

En el siglo veintiocho de la Tercera Edad, el mayor dragón de la época atacó el reino de los enanos en Erebor, procedente del norte. Este dragón de fuego alado se llamaba Smaug el Dorado. Smaug arrasó el reino de los enanos y durante dos siglos gobernó Erebor sin que nadie lo desafiara. Pero, en el año 2941, un grupo de aventureros llegó a la montaña: doce enanos y el hobbit Bilbo Bolsón. Cuando Smaug se vio hostigado por ellos, asoló con su fuego la región, pero en Esgaroth, sobre el Lago Largo, resultó muerto por un Hombre del Norte, Bardo el Arquero. Se rumoreaba que los dragones siguieron viviendo durante muchos siglos en el desierto septentrional, más allá de las Montañas Grises, pero ninguna historia vuelve a referirse a estas malignas aunque magníficas criaturas.  (Volver al índice)

 

Mearas:

Todos los caballos de Arda fueron creados a imagen de Nahar, el corcel blanco de Oromë, el Jinete de los Valar. Se creía que los verdaderos descendientes de Nahar eran los mearas, los «príncipes de los caballos» de Rohan, porque eran mágicos y maravillosos. Eran de color blanco o gris plateado, y veloces como el viento, de larga vida, incansables y llenos de sabiduría. Las leyendas de los rohirrim cuentan que los mearas se encontraron primero con los hombres de Rhovanion. En el siglo veintiséis de la Tercera Edad del Sol, el Señor de los éothéod, de nombre Léod, intentó domesticar el caballo más hermoso que su pueblo había visto nunca, pero el caballo era salvaje y orgulloso y derribó a Léod, que murió. Por eso el caballo recibió el nombre de Daño del Hombre. Pero cuando el hijo de Léod, Eorl, se acercó al caballo, éste se entregó al joven señor, como a modo de compensación. Eorl lo rebautizó como Felaróf, Padre de los Caballos, porque de él proceden los mearas, que sólo permitían que los reyes y príncipes del linaje de Eorl los montaran.

Aunque no podían hablar, entendían el idioma de los humanos, y no necesitaban ni silla ni bridas puesto que obedecían las órdenes que de palabra les daban sus amos, los rohirrim de la casa real. Los mearas eran amados y honrados por sus amos y el estandarte de los rohirrim siempre fue la silueta veloz y blanca de Felaróf galopando sobre un fondo verde. En la Guerra del Anillo, los mearas prestaron grandes servicios. Uno, llamado Crinblanca, llevó a Théoden, el rey de los rohirrim, a las batallas de Cuernavilla y de los Campos del Pelennor, donde ganaron mucha gloria para los rohirrim, aunque al final tanto el caballo como el jinete murieron a manos del rey brujo de Morgul. Hubo otro meara que todavía realizó mayores hazañas. Fue Sombragrís, que, rompiendo la ley que decía que sólo los reyes y príncipes podían montar a los mearas, llevó al Jinete Blanco, el Istari Mithrandir, también llamado Gandalf. Sombragrís tenía el corazón animoso y era fuerte, porque, junto al Jinete Blanco, plantó cara a los Nazgûl y corrió más que las horribles Bestias Aladas. Llevó a Gandalf a tierras de Gondor durante el asedio de la Torre Blanca. Tras la Batalla de los Campos del Pelennor, condujo al mago, junto al ejército de los Capitanes del Oeste, hasta la Puerta Negra de Mordor y participó en la confrontación final con los malignos ejércitos de Sauron.  (Volver al índice)

 

Nazgûl:

Los más importantes servidores del Mal durante la Tercera Edad fueron sin duda los Nazgûl. Llamados también los Espectros del Anillo, o, simplemente, los Nueve, eran nueve grandes señores de los hombres que fueron esclavizados por Sauron en la Segunda Edad. Cada uno había ansiado tener gran poder y cada uno aceptó uno de los Nueve Anillos de los Hombres forjados por Sauron. Dado que esos anillos están dominados por el Anillo Único y controlados por el Señor Oscuro, los Nazgûl se convirtieron en sus esclavos. Al pasar el tiempo, se convirtieron e inmortales de espíritu, pero sus cuerpos se disolvieron paulatinamente en niebla. En esencia, se convirtieron en "sombras" de gran poder pasando a ser los lugartenientes de más confianza de Sauron.

El rey-brujo de Angmar, llamado también el Señor de Morgul, es su jefe. Él es quien tiene más poder de los Nueve. Los Nazgûl son prácticamente ciegos pero tienen un increible sentido del olfato y podían requerir la ayuda de otras criaturas (como las bestias aladas). Su poder disminuye durante el día teniendo un especial miedo a la luz, pero pueden dominar ese miedo. Las armas de los Nazgûl eran numerosas: llevaban espadas de acero y de fuego, negras mazas y dagas de hojas envenenadas mágicamente. Utilizaban sortilegios de llamada y sortilegios de fuego mágico explosivo, y la maldición de su Soplo Negro era como una plaga de desesperación y la maldición de su terror paralizaba los corazones de sus enemigos. Los hombres mortales no podían tocar a los Nazgûl, dado que las armas no les hacían daño, a menos que hubieran sido benditas con un sortilegio élfico, y cualquier hoja que los golpeaba se agostaba y destruía. 

Así, durante mil años de la Segunda Edad del Sol, los Nazgûl, en nueve caballos negros, barrieron las regiones de la Tierra Media como una pesadilla de terror. No perecieron hasta que el reino de Sauron en Mordor cayó y concluyó el asedio de siete años a Barad-dûr, llevado a cabo por la Última Alianza de elfos y hombres a finales de aquella edad. Isildur, Señor dúnadan de Gondor, cortó el Anillo Único de la mano de Sauron, y los Nazgûl fueron arrojados a las sombras con el Señor de los Anillos. 

En el año 3018 de la Tercera Edad comenzó la Guerra del Anillo. Porque ese año Sauron sospechó que el Anillo Único había sido descubierto y tal fue su deseo de poseerlo que envió a los nueve Nazgûl a recuperarlo. La búsqueda del Anillo Único llevó a los Nazgûl a La Comarca, donde sus sospechas cayeron sobre el hobbit Frodo Bolsón. Estaban en lo cierto al creer que Frodo era el Portador del Anillo y lo persiguieron encarnizadamente a él y a sus compañeros. En la Batalla de los Campos del Pelennor, el Señor de Morgul, que según las antiguas leyendas no podía morir a manos de ningún hombre vivo, encontró su fin a manos de la doncella escudera Éowyn de Rohan y del guerrero hobbit Meriadoc Brandigamo. Aunque quedaban ocho Nazgûl, pronto fueron destruidos al arrojar el Anillo Único el hobbit Frodo Bolsón al fuego del Monte del Destino. (Volver al índice)

 

Olifantes (Mûmakil):

En la Tercera Edad del Sol, en las regiones meridionales de Harad, habitaban animales de gran tamaño que se cree que fueron los antepasados de las criaturas que los hombres llaman ahora elefantes, aunque, al parecer, éstos son mucho más pequeños en tamaño y fuerza que sus antepasados. 

En los años de la Guerra del Anillo, los feroces guerreros de Harad marcharon hacia el norte, a las tierras de Gondor, acudiendo a la llamada de Sauron, y con sus ejércitos llevaron a los grandes mûmakil, que eran usados como animales de guerra. Los mûmakil eran enjaezados con todo el aparato de la guerra: estandartes rojos, bandas y arneses de oro y bronce; sobre sus lomos llevaban grandes torres desde las que luchaban arqueros y lanceros. Poseían un deseo natural de lucha y eran muchos los enemigos que perecían aplastados bajo sus patas. Con sus trompas derribaban a los enemigos y, en el combate, sus colmillos se enrojecían con la sangre de los contrarios. 

No podían ser combatidos por jinetes a caballo, porque los caballos no osaban acercarse a ellos; tampoco por la infantería, que podía ser atacada por flechas y lanzas desde los mûmakil o aplastada. En la guerra eran a menudo como torres que no pueden ser expugnadas; los muros de escudos se rompían ante ellos y los ejércitos se dispersaban. Sólo en un punto de su cuerpo, los ojos, podían ser dañados, cegados o incluso muertos, por saetas lanzadas con gran fuerza. Si perdían la visión, el dolor los hacía montar en cólera y destruían amos y enemigos por igual.  (Volver al índice)

 

Orcos (Yrch):

Se dice que, en la Primera Edad de las Estrellas, Melkor cometió su mayor blasfemia en lo más profundo de los pozos de Utumno. Porque fue entonces cuando capturó a muchos miembros de la recién surgida raza de los elfos y los llevó a sus mazmorras, y con horribles actos de tortura concibió unas formas de vida terribles y horripilantes. De ellos crió una raza esclava de trasgos, que eran tan odiosos como hermosos eran los elfos. 

Fueron los orcos, una muchedumbre creada con formas desfiguradas por el dolor y el odio. La única alegría de estas criaturas era el sufrimiento de los demás, porque la sangre que corría por los orcos era negra y fría. Su forma achaparrada era horrible: encorvados, con las piernas zambas y rechonchos. Tenían los brazos largos y fuertes, como los simios del sur, y una piel tan oscura como la madera que ha sido carbonizada por el fuego. Poseían una gran boca con colmillos irregulares de color amarillento, lengua roja y gruesa, nariz y rostro chatos y anchos. Los ojos eran rajas carmesíes, como estrechas troneras en parrillas de hierro negro, tras las que ardieran brasas encendidas. Estos orcos eran grandes guerreros, porque temían más a su Amo que a cualquier enemigo, y quizá la muerte fuera preferible al tormento de una vida de orco. Eran caníbales y a menudo sus garras afiladas y sus colmillos babeantes se veían manchados con la amarga carne y la impura sangre negra de los de su propia raza. Poseían ojos con visión nocturna y habitaban en pozos y túneles inmundos. Su progenie surgía con mayor rapidez que la de ninguna otra raza de los pozos de reproducción. Llevaban cimitarras, puñales envenenados, flechas y espadas de hoja ancha. 

Sin embargo se decía que Sauron no estaba plenamente convencido con su ejército de orcos y deseaba reforzarlo. Si bien no hay constancia de ello se cree que Sauron, mediante terribles conjuros, creó una nueva raza de orcos mayores. En el año 2475, estas criaturas, los uruk-hai, salieron de Mordor y saquearon Osgiliath, la ciudad más grande de Gondor. Estos orcos tenían la estatura de un hombre, los miembros rectos y eran fuertes. Aunque seguían siendo verdaderos orcos -piel negra, sangre negra, ojos de lince, boca con colmillos y garras en las manos-, los uruk-hai no temían a la luz del sol. 
En la Guerra del Anillo, el último gran conflicto de la Tercera Edad del Sol, las legiones orcas lucharon por doquier. Pero todo se iba a decidir en una última batalla ante la Puerta Negra. Todas las fuerzas de Mordor se reunieron allí, y a una orden de Sauron se lanzaron sobre el ejército de los Capitanes del Oeste. Sin embargo, en ese mismo instante, el Anillo Único de Poder, que mantenía dominado a todo el mundo tenebroso de Sauron, fue destruido. Los siervos más poderosos de Sauron fueron consumidos por el fuego, el Señor Oscuro se convirtió en un humo negro que un viento del oeste disipó, y los orcos perecieron como la paja ante el fuego. Aunque sobrevivieron algunos, nunca volvieron a alzarse en gran número, sino que fueron decayendo y pasaron a ser un pequeño pueblo de trasgos que no poseía más que un atisbo de su antiguo poder maligno. (Volver al índice)

 

Trolls (tereg):

Se cree que durante la Primera Edad de las Estrellas, en los profundos pozos de Angband, Melkor el Enemigo crió una raza de caníbales gigantes que eran feroces y fuertes, pero sin inteligencia. Estos gigantes de negra sangre fueron llamados trolls, y durante cinco Edades de las Estrellas y cuatro Edades del Sol cometieron todos los actos malvados que su escasa inteligencia les permitió. Se dice que los trolls fueron criados por Melkor porque deseaba tener una raza tan poderosa como la de los gigantes ents, los Pastores de Árboles. Los trolls doblaban en estatura y corpulencia a los hombres más grandes y tenían una piel verde y escamosa que era como una armadura. Eran duros y resistentes como la roca, pero en la brujería que les dio origen hubo un fallo fatal: temían a la luz. El sortilegio de su creación se realizó en la oscuridad y, si la luz caía sobre ellos, era como si el sortilegio se rompiera y la coraza de su piel crecía hacia adentro. Sus entidades malignas y sin alma eran aplastadas y se convertían en piedra muerta. 

La estupidez de los trolls era tan grande que muchos no podían ni siquiera aprender a hablar, mientras que otros tan sólo sabían los rudimentos de la Lengua Negra o el dialecto de los orcos. Aunque todo su poder a menudo no servía de nada absolutamente contra alguien listo e inteligente, los trolls eran temidos y con razón en las cavernas montañosas y en los bosques sombríos. Lo que más deseaban era una dieta de carne cruda. Mataban por placer, y sin razón aparente -a no ser una avaricia sin fines concretos- almacenaban tesoros que cogían a sus víctimas. 

Pero se cuenta que Sauron no estaba satisfecho con la maldad de aquellos siervos y buscó un mejor uso para su gran fuerza. Fue así como Sauron crió trolls de gran astucia y agilidad, que podían resistir la luz del sol. A éstos los llamó olog-hai, y fueron grandes criaturas con la capacidad mental de un humano malvado. Armados con colmillos y garras, como los otros trolls, llevaban también escudos negros, enormes y redondos, y esgrimían poderosos martillos. Durante la Guerra del Anillo, en los Campos del Pelennor y ante la Puerta Negra de Mordor, el terror de estos seres salvajes causó una tremenda destrucción. Pero los abominables trolls estaban dominados por un poderoso sortilegio y, cuando el Anillo fue destruido y Sauron pasó a las sombras, el sortilegio se rompió. Los olog-hai comenzaron a vagar como si les hubieran arrebatado los sentidos; y, a pesar de toda su fuerza, fueron dispersados y aniquilados.  (Volver al índice)

 

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