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Explorando en la Frontera con Irak
por Susana I.Pint
Después de casi cinco meses que me parecieron eternos, regresé por fin a explorar cuevas con John y los geólogos árabes. Esa región está, por cierto, muy cercana a la frontera con Irak. De hecho, pasamos la última noche en un hotel en la ciudad de Ar Ar, sin darnos cuenta de que, justamente ese día, en esa misma ciudad, se habían abierto las fronteras entre los dos países después de 10 años de estar cerradas (la razón, obviamente, para demostrarle a Bush que Irak no tiene intenciones de atacar Arabia Saudita). Como siempre, llegamos a Ar Ar en avión y, en el aeropuerto, los choferes y el cocinero nos esperaban con los vehículos cargados de equipo. En Ar Ar mismo compramos los víveres para los cinco días que acampamos. ¡Cuánto me encantó estar de nuevo en el desierto! En cuanto los vehículos salieron de la carretera me envolví en la magia de ese elemento de la naturaleza y deseé con todo mi corazón que los problemas que se acumulan en esta conflictiva parte del mundo no existiesen. Pero entendiendo que mi deseo no se realizaría, en un profundo suspiro dejé escondidos mis sentimientos relacionados con todos esos problemas.

Acampamos cerca de la entrada a Sirdab Aghrab Al-Asuad (Cueva del Escorpión Negro). Esta fue una de las primeras cuevas que John comenzó a explorar con los geólogos de SGS hace casi dos años, es decir cuando yo todavía no había sido aceptada para explorar con ellos como parte del equipo. El fin de este viaje era obtener datos que hacían falta de esa cueva, los cuales se necesitaban para realizar un reporte completo de la misma. Nos llevarían dos o tres días terminar esa tarea ya que se trataba de obtener más muestras de suelo y paredes, tomar otras fotos y terminar la topografía. Comenzaríamos también a medir Sirdab Tayeb Al-Is'm (Cueva del Nombre Precioso*), otra cueva conocida por los habitantes del pueblito de Habikah.

Además de que disfruto muchísimo tomar parte en todas esas actividades, voy siempre con la ilusión de los detalles que vendrán a mi mente al final de cada viaje, manejando entre los caminos que se entrecruzan a lo largo y ancho de las inmensas llanuras doradas. Nuestro chofer en esta ocasión fue de nuevo Saad Al-Sulimi, un beduino alto, muy moreno, de nariz aguileña, quien -como todo buen beduino- parece llevar atado al cerebro un GPS (¡es impresionante su sentido de orientación!). Y aunque Saad no habla ni pizca de inglés, nos fascinan las "conversaciones" con él en nuestro árabe miserable. El trayecto de casi una hora pasó en un abrir y cerrar de ojos recordando entre risas la noche cuando John y yo "perdimos" nuestra tienda de campaña. Así es. Esa noche, después de la charla de sobremesa, John se despidió para irse a dormir. Poco a poco la luz de su linterna se perdió en medio de la oscuridad. A cierto momento, cuando yo casi decidía también despedirme, noté una luz que se movía al lado de una loma. Imaginé que era algún vehículo que se acercaba y no me gustó la idea de estar presente ya que en el campamento no uso la "abaya" y el chal a la cabeza como lo hago en la vida normal y, obviamente, me siento muy incómoda cuando tenemos visitantes. Aceleré pues mi despedida y me dirigí a donde creí que estaba la tienda (a unos cuatrocientos metros del campamento base). De pronto, me dí cuenta de que lo que yo creí que era un vehículo era nada menos que la linterna de John. Me desconcerté, pues yo pensé que había tomado el rumbo correcto a la tienda y, sorprendida, caminé hacia él. "¿Qué pasa?" le pregunté. "No sé dónde está la tienda. No la encuentro", me contestó. Me rasqué la cabeza preguntándome si había sido yo quien se había equivocado. "Bueno, pues busquémosla", nos dijimos al unísono. Después de un rato de búsqueda fallida decidimos regresar al campamento y comenzar de nuevo con la ayuda de los demás. Por supuesto, la razón de nuestra presencia fue recibida con carcajadas que seguramente se escucharon varios kilómetros a la redonda. Uno de los choferes, Uasel, se levantó y muy ceremonioso se dirigió a mí y con ademanes comiquísimos (que es lo que me dio la pauta del significado de sus palabras en perfecto árabe, por supuesto) me explicó la lógica de los puntos cardinales y lo bueno que podría ser tomarlos en cuenta para orientarse. Saad se divertía repitiendo la anécdota, seguramente encontrando en cada versión algún detalle olvidado. Y era evidente que lo que más lo divertía era el comienzo del discurso de Uasel: "¡Shufi, Sisu, shufi...!" ("¡Mira, Sisu, mira...!"**) pues en ese punto Saad se desgañitaba contorsionándose de tal manera que John y yo temíamos que fuera a sufrir algún serio problema en la garganta.

Y cómo olvidar la noche cuando Uasel nos siguió a la misma cueva y, sin darnos nosotros cuenta, él estaba ya en algún lugar recóndito ¡sin casco y con una sola linterna! Uno de los geólogos se había dado cuenta de ello y cuando nos lo dijo, claro, nos preocupamos y comenzamos a llamarlo. "¡Uasel! ¡Uasel!" Y Uasel no contestaba. Pensamos que, igualmente, sin darnos cuenta, Uasel había salido de la cueva, pero no había sido así. Como John, Said y yo íbamos adelante tomando fotos, bajé un poco y volví a gritar con todas mis fuerzas. ¡Qué alivio fue por fin ecucharlo! A gritos, le pedimos regresar. Cuando se reunió con el grupo, Mahmoud le dio una buena reprimenda y uno de los geólogos lo acompañó a la entrada de la cueva. Pero... ¿Uasel aprendió la lección? No. Pues, claro, volvió a entrar a la cueva sin que nosotros nos diésemos cuenta, y sin casco y con una sola linterna, la cual le falló y se dio un tropezón que le provocó un buen raspón en una pierna. En el campamento, obviamente Uasel mereció no sólo otra reprimenda sino que también fue motivo de bromas por parte de sus compañeros árabes. ¡Cuánto me habría gustado entender el teatro que hicieron, sobre todo Abdulrahman, que es un cómico nato! Aunque algo que me enterneció muchísimo fue la actitud de Uasel: muy humilde, bajaba la vista mientras que los demás reían y hacían bromas a su costa. ¡Al día siguiente, Uasel nos aseguró que ése era el campamento de trabajo que más estaba disfrutando!

La última noche que acampamos también fue inolvidable pues, a la luz de las linternas, a unos metros del campamento, brillaron unos pares de ojos. "¡Thala'b!" ("¡Zorros!") dijo Hamadi, el simpatiquísimo cocinero, quien comenzó a producir unos ruidos que, según él, eran como los que hacen esos animales. ¡Qué deleite fue imaginar a esas hermosas criaturas de grandes orejas observándonos, seguramente con la esperanza de encontrar por ahí algún sobrante de nuestra comida! Entretenidos en los comentarios, no nos dimos cuenta de que el cielo había comenzado a nublarse. Como habíamos visto situaciones similares en otras ocasiones, no nos preocupamos tanto ya que dado que no hacía viento imaginamos que las nubes desaparecerían. Pero los choferes y el cocinero, todos ellos beduinos -es decir conocedores verdaderos del desierto- no estuvieron de acuerdo con nuestra opinión. "Habrá viento muy fuerte y lluvia", aseguraron tajantemente. "Pues habrá que montar las tiendas de campaña", sugirió John a los demás, ya que ellos habían decidido no utilizarlas. "Susy y yo les ayudamos", ofreció. "No. No. Gracias", replicó Mahmoud. "Nosotros seguimos aquí, igual, y si algo sucede, pues ya resolveremos el problema como Alá nos de a entender". "De acuerdo", le contestó John y nos fuimos a nuestra tienda. Unas dos horas más tarde comenzó un viento terrible y luego empezaron a caer las primeras gotas de lluvia. Recordé la ocasión cuando hace años, cerca de Mashma'a (en donde se encuentra Dharb al Nayem -la sima más profunda del país) vivimos una situación similar, aunque de consecuencias catastróficas, ya que la tienda terminó por venirse abajo y tuvimos que salir en desbandada con las cámaras fotográficas y todo lo que pudiera dañarse, pues la tormenta era tan fuerte que la tienda había comenzado también a inundarse. Esa misma noche, empapados hasta las orejas, nos vimos obligados a regresar a casa (¡que se encontraba a 800 kilómetros del lugar!). Temblé ante la idea de que algo así volviera a repetirse. Mientras tanto, podíamos escuchar los gritos de los árabes dándose instrucciones unos a otros. Afortunadamente no hubo lluvia fuerte; nuestra tienda soportó muy bien los ventarrones y pronto estábamos John y yo en los brazos de Morfeo. Ciertamente los árabes sobrevivieron, aunque más de uno de ellos reconoció que habría sido mejor pasar la noche en una cómoda tienda de campaña.

Uno de los días que exploramos Aghrab al-Asuad salimos a tomar un descanso. Hamadi y los choferes estaban ya esperándonos con unos bocadillos. Habíamos pasado unas cuatro horas trabajando. La cueva es preciosa. Como no se formó por disolución en roca caliza, está tapizada de concreciones cristalinas que hacen pensar en hielo blanquísimo que brilla intensamente a la luz de las linternas. Al terminar de comer, John y yo nos levantamos como autómatas pues queríamos continuar. "¿Seguimos?", pregunté a los árabes mientras me ponía la mochila, pero ellos nos miraron como si estuviésemos locos. "¿De dónde sacan todo ese entusiasmo?" se dirigió a mí Mahmoud. En tono de broma comenté: "Bueno, su país necesita gente entusiasta", y John y yo iniciamos la entrada a la cueva mientras que ellos se quedaron sentados más con ganas de tomar una siesta que de continuar. "Espero que no los haya molestado tu comentario", me dijo John. Yo también espero que no. Y eso... muy pronto lo sabré.

*Cuando los árabes no encuentran un nombre adecuado para algún lugar, lo llaman "Tayeb al-Is'm" ("Nombre Precioso").
**Parecería que Uasel invirtió mi nombre pero lo que sucede es que en general los nombres femeninos de cariño terminan en "u".
Fuente :

Este documento fue obtenido en el Foro Iztaxochitla.
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