De proto-presbíteroAlejandro Schmemann |
Sobre la formación religiosa de los niños |
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Por lo general, a los niños les
gusta asistir a la iglesia. Ante las preocupaciones de esos
padres que argumentan que sus hijos solo consiguen cansarse por
asistir a oficios demasiado abrumadores, cabe afirmar que los niños
conservan cierta atracción por los oficios divinos e interés,
instintivos en ellos, que deben formar la base sobre la cual
emprender la formación religiosa. No
obstante la lástima que pretenden enunciar los padres a favor de sus pequeños,
expresa más que preocupación interior por
sus hijos una inquietud propia. Porque los niños penetran más fácilmente que los
adultos en el mundo del ritual y el simbolismo litúrgico. Sienten y
aprecian el entorno de nuestros oficios divinos, accediendo a la
experiencia de lo santo, o sea al sentido del encuentro personal con
Él que está más allá de la vida cotidiana. Es más accesible para
los niños que para nosotros el
tremendum mysterium
arraigado firmemente en toda la religión y que constituye el fundamento de
nuestros oficios. Además, el Reino es «de los que son como éstos» o
sea como los niños. Los adultos al dejar atrás la
niñez, carecemos de la receptividad del niño, de su liberalidad y su
naturalidad. ¿Cuántos muchos, consagrándose a la Iglesia, han
dedicado vidas enteras al servicio de Dios? Su razón, por el amor hacia
el templo y la alegría litúrgica que conservaban desde su niñez.
Por lo tanto, asistir a los oficios de la Iglesia es
tarea,
tanto de los padres como de los catequistas. Procurad guardar esta
amonestación, «dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí»
(Mt. 19,14). Que oigan la Palabra de Dios, ante todo, en la Iglesia
antes que en cualquier otro lugar, porque allí, en la Iglesia,
su propio entorno es donde encuentra su sentido. Vamos,
fuera del entorno eclesial, en la aula
escolar por ejemplo, la Palabra es difícil de entender deviniendo
una ciencia abstracta. En
cambio, estando capacitados desde la niñez, aunque no sea a nivel
intelectual, para entender con todo nuestro ser, en el entorno
eclesial descubrimos
que no existe mayor alegría en este mundo que encontrarnos en la
Iglesia, participar de sus oficios, paladear la aromática
dulzura del Reino del cielo que es «la alegría y la paz del
Espíritu Santo». El entorno familiar penetrado de la fragancia de la Iglesia se logra mediante la asistencia desde la temprana edad a los oficios de la Iglesia. Si examinamos pues los hechos de la típica mañana de domingo, preguntaremos si será posible dar con lo Santo en esta mañana desvelada en Iglesia si todo nuestro afán es por el fragor de los medios como son la radio y la tele, el humo de tabaco, el efecto anonadador de la prensa en el entorno profanado. Porque asistencia a los oficios divinos debe caracterizarse por el espíritu de recogimiento interior que implica cierta tranquilidad y la solemnidad que acompañan encender velas ante los iconos, leer los versículos bíblicos correspondientes al día, vestir ropajes limpios y frescos, dejar recogidas las camas en memoria de la festividad, detalles muchos. Sin embargo todos estos por pequeños que sean forman el sentido religioso infantil y dejan rastros en el corazón del niño que ninguna futura tribulación podrá borrar jamás. A veces, esta es la única oportunidad de penetrar en la vida interior de los hijos y se le escapa a algunos padres. El hogar debe servir de espejo en el que se refleja la Iglesia y debe ser iluminado por la luz que traen consigo cada miembro de la familia tras su participación en los santos oficios, tanto las vísperas de fiesta como el día de la misma, el domingo, y en cuaresma cuando nos preparamos para confesarnos y comulgar. Habiendo reflexionado sobre la santificación del niño dentro del entorno familiar, cabe adentrarnos en el papel que el entorno escolar desempeña en la formación religiosa. Aunque parece ser contrario al espíritu de la Ortodoxia impartir clases de catequesis coincidiendo con la Liturgia Divina dominical, una programación complementaria de la catequesis escolar sí encaminará al niño a comprender que la Liturgia constituye la convocatoria de la comunidad eclesial a una festividad y si el niño aprendiera a diferenciar esa reunión de otras y a participar en ella, sería conveniente para adentrarse en el significado profundo de la misma mucho antes de que él pueda entenderla del todo. Por lo antedicho, impartir clases de catequesis es la opción menos indicada para el día domingo ya que éste día se consagra, sobre todo, como el día litúrgico. Seamos consecuentes consagrando todo día el domingo y dedicándolo a representar la Iglesia en la Liturgia. Considerad concertar clases de catequesis en cualquier otro día, como es el sábado. El momento, el día sábado justo antes del oficio Vesperal sería el más indicado para ello porque no tiene nada de malo que los niños asistan dos veces por semana a la iglesia, una para la catequesis y otra para la Liturgia. Acaso tal comportamiento les perjudicaría. No se nos acusaría de ser ni indolentes ni negligentes de nuestros niños, ¡qué va! Al contrario, el sábado vespertino da inicio al amanecer dominical y debe consagrarse mediante la celebración litúrgica igual que la madrugada del domingo, siendo ésta la práctica de todas las iglesias Ortodoxas del mundo que celebran el oficio Vesperal en las grandes fiestas y el domingo. Conviene resumir que, habiendo consagrado el entorno escolar del niño mediante la preparación y la introducción al día del Señor, a la resurrección, el ritmo de plegaria y de formación religiosa se regiría según los siguientes criterios: la catequesis, el oficio Vesperal, y la Liturgia Divina. |
La traducción a castellano del texto en idioma inglés fue realizada por la Asoc. DOXOLOGIA Euskal Herriko Bizantziar Musika Elkartea de Errenteria en junio del 2003. |