Fábula |
La muchedumbre se apretujaba contra el puesto
del vendedor de huevos en el pequeño mercado pueblerino. Los que estaban del lado
exterior se esforzaban en abrirse paso a codazos hacia el centro, mientras que los del
frente trataban de acercarse más al mostrador. En muchos kilómetros a la redonda habían
oído hablar del maravilloso ganso de plumas blancas que ponía huevos de oro y venían a
ver aquello con sus propios ojos. Ahora, el hecho sucedía ante su vista, tal como lo
habían descrito. Sobre el mostrador, reluciendo bajo el sol, yacía un hermoso huevo de
oro. Oprimieron su dinero con fuerza, en las manos calientes y sudorosas, y las elevaron sobre las cabezas de los que estaban delante, gritando que querían comprar un huevo. Pero el comerciante, desesperado ante aquella aglomeración de compradores, sólo podía proveer a un cliente por día. Los demás tenían que esperar. Porque un ganso únicamente puede poner un huevo diario. Como el codicioso mercader no estaba satisfecho de su asombrosa buena suerte y ansiaba más huevos, se le ocurrió de pronto una idea espléndida. ¡Mataría al ganso y así, en el interior del animal, hallaría todos los huevos de una vez! Entonces, no tendría que esperar para ser rico. La multitud gritó excitada, cuando supo lo que se proponía hacer el mercader. Este afiló cuidadosamente su cuchillo y lo hundió en la pechuga del pájaro. La gente contuvo el aliento, mientras miraba surgir la sangre, goteando entre las blancas plumas. Poco a poco, se esparció sobre el mostrador en una gran mancha roja. -¡Ha matado a su ganso!- dijeron algunos. -Sí- dijo sabiamente una vieja-. Y no habría podido cometer un error más grave. Ahora que el animal ha muerto, veréis que sólo es un ganso como cualquier otro. Y había dicho la verdad. Allí estaba aquel ganso, con el cuerpo bien abierto y sin un huevo dentro. Apenas servía para asarlo. -Ha matado al ganso que ponía huevos de oro- dijo con tristeza un viejo agricultor. La gente se apartó con disgusto del puesto y se alejó lentamente, mientras el mercader gritaba y lloraba al ver sus sueños de ser rico rotos por su ambición. |