Fábula |
Desde hacía mucho tiempo, los ratones que
vivían en la cocina del granjero no tenían qué comer. Cada vez que asomaban la cabeza
fuera de la cueva, el enorme gato gris se abalanzaba sobre ellos. Por fin, se sintieron
demasiado asustados para aventurarse a salir, ni aún en busca de alimento, y su
situación se hizo lamentable. Estaban flaquísimos y con la piel colgándoles sobre las
costillas. El hambre iba a acabar con ellos. Había que hacer algo. Y convocaron una
conferencia para decidir qué harían. Se pronunciaron muchos discursos, pero la mayoría de ellos sólo fueron lamentos y acusaciones contra el gato, en vez de ofrecer soluciones al problema. Por fin, uno de los ratones más jóvenes propuso un brillante plan. -Colguemos un cascabel al cuello del gato- sugirió, meneando con excitación la cola-. Su sonido delatará su presencia y nos dará tiempo de ponernos a cubierto. Los demás ratones vitorearon a su compañero, porque se trataba, a todas luces, de una idea excelente. Se sometió a votación y se decidió, por unanimidad, que eso sería lo que se haría. Pero cuando se hubo extinguido el estrépito de los aplausos, habló el más viejo de los ratones..., y por ser más viejo que todos los demás, sus opiniones se escuchaban siempre con respeto. -El plan es excelente- dijo-. Y me enorgullece pensar que se le ha ocurrido a este joven amigo que está aquí presente. Al oírlo, el ratón joven frunció la nariz y se rascó la oreja, con aire confuso. -Pero... - continuó el ratón viejo-, ¿quién será el encargado de ponerle el cascabel al gato? Al oir esto, los ratoncitos se quedaron repentinamente callados, muy callados, porque no podían contestar a aquella pregunta. Y corrieron de nuevo a sus cuevas..., hambrientos y tristes. |