Fábula |
Las alondras jóvenes dijeron, presas de la
mayor excitación, a su madre, cuando ésta llegó al nido, con un largo gusano en el
pico: -¡Madre! ¡Madre! Hemos oído decir al granjero que mandará por sus amigos para segar el cereal. ¡Encontrará nuestro nido! ¡Tenemos que mudarnos! Porque papá alondra y mamá alondra habían hecho su nido en un campo, bien oculto por las altas espigas de trigo. -¡Bah!- dijo mamá alondra, mientras cortaba el gusano en partes iguales para la cena de sus crías-. No hay por qué temer que los vecinos hagan semejante cosa para él. -¡Madre! ¡Madre!- gritaron las pequeñas al día siguiente, cuando ella les trajo una tentadora larva-. ¡Hoy, el labrador dijo que mandaría por sus tíos, sus sobrinos y sus primos, a fin de que segaran la cosecha! Pero mamá alondra replicó, tranquilamente: -¡Bah! ¡Sus parientes! ¡No lo ayudarán a salir de apuros! Y acostó a sus pequeñuelos. -¿Habéis oído alguna otra cosa?- preguntó al tercer día, cuando les trajo un gordo escarabajo. -¡Sí, madre! ¡Sí!- exclamaron sus vástagos, con trémula voz-. Hoy, le hemos oído decir que el cereal está tan maduro ahora que tendrá que segarlo él mismo. -¡Oh Dios mío!- exclamó mamá alondra, con angustia-. Si el labrador habla de hacerlo él mismo es porque se propone hacerlo. ¡Tenemos que mudarnos inmediatamente! De manera que la familia recogió en el acto sus enseres y salió enseguida en busca de un nuevo hogar, en el bosque. Y lo hizo a tiempo, porque, al cabo de un rato, llegó el labrador, descargando vigorosos golpes con su reluciente guadaña. -Adiviné que eso sucedería- declaró mamá alondra, con aire de satisfacción- apenas el labrador decidió hacerlo él mismo, en vez de confiar en amigos y parientes. |