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* * * * La caña y el roble * * * *



Fábula
El viento soplaba en grandes ráfagas. Las espigas de trigo se tendían bajo los golpes de la borrasca. Los esbeltos árboles de la selva se inclinaban humildemente, y los animales corrían en busca de refugio. El estrendo del viento cantaba entre las copas de los árboles, fustigaba la superficie del estanque de los lirios, trocándola en espume, y daba vueltas a las anchas y lisas hojas de las plantas acuáticas.

Pero el viejo roble seguía erguido e inmutable en el linde del bosque y no se doblaba bajo la furia de la tormenta.

-¿Por qué no te inclinas cuando el viento golpea tus ramas?- preguntó la esbelta caña-. Yo sólo soy una frágil caña. Me balanceo con cada ráfaga.

Desdeñosamente, el roble replicó:

-¡Bah, eso no es nada! Las tormentas que he soportado y vencido son innumerables.

La tormenta lo oyó y sopló furiosamente. El luminoso zigzag de un relámpago rasgó la oscuridad del cielo, y la lluvia azotó con fuerza el ramaje del poderoso roble. Pero el árbol resistió impasible.

Por fin, pasó la tempestad, asomó el sol por encima de una nube, sonrió a la Tierra que estaba allá abajo y volvió a reinar la calma.

Entonces, salieron del claro los leñadores, blandiendo sus hachas y cantando alegremente. Iban a talar el gigantesco roble.

Este se mantuvo erguido con firmeza, recibiendo valerosamente los golpes, cuando la filosa hoja del hacha lo hería. Luego, al balancearse su enorme tronco, profirió un terrible gemido y se desplomó con estruendo atronador. Los leñadores le cortaron las ramas, lo ataron y se lo llevaron del bosque, donde había estado en pie durante tantos años.

La esbelta caña, firme y erecta en su sitio, suspiró con lástima.

-¡Qué desgracia!- exclamó-. ¡Pobre roble! ¡Eramos tan buenos amigos!