-No me llames Padre. Llámame Hermano
Gilbert- le dijo al niño, con voz suave, el hombre pequeño, vestido de religioso. Y continuó mientras George le escuchaba en silencio: -Quiero que vengas conmigo. Desde hoy tu vida será distinta. Vas a vivir en una buena casa. Tendrás cariño, alimentación, ropa, zapatos... Además aprenderás mucho para que puedas ser ciudadano útil. ¿Qué te parece? A George no le parecía atractiva aquella vida que le ofrecía el Hermano Gilbert. ¿Abandonar a sus amigos? ¿No tener completa libertad para corretear y jugar béisbol? ¿Verse obligado a estudiar? ¿Renunciar a las peleas callejeras? Y sobre todo, ¿lavarse y bañarse? Sin embargo, terminó por aceptar el ofrecimiento del Hermano Gilbert y se fue con él. Aquella decisión de George cambió su vida. Hasta ese momento, George Herman Ruth había sido uno de los muchos niños pobres de Baltimore, donde nació en 1895. Su padre ganaba muy poco. Pero George no se sentía infeliz. Sus compañeros eran tan pobres como él. El niño fue creciendo en las calles estrechas llenas de tránsito. A pesar de todo, aquel ambiente le gustaba. Por aquellas calles corría con sus amiguitos; en ellas jugaba pelota; en ellas hacía sus travesuras infantiles. En Santa María, que era su hogar y escuela a un tiempo, George encontró todo lo que el Hermano Gilbert le había ofrecido. Pero al principio no era feliz. Le hacía falta la vida libre a la que estaba acostumbrado. -¿Cómo podré lograr que George se sienta contento aquí?- se preguntaba preocupado el Hermano. -¡Ya está!- se dijo un día muy contento. -¡El béisbol! ¡Cómo no se me había ocurrido antes! El juego de pelota consiguió que George se acostumbrara al ambiente de Santa María. Como era muy desarrollado y poseía notable habilidad para ese deporte, jugaba todas las posiciones. A veces era lanzador; otras, receptor. En ocasiones servía en el cuadro interior o actuaba como guardabosques. A los diez y seis años se había convertido en un buen receptor y en un bateador de mucho porvenir. En 1914 ingresó George Herman Ruth en las Grandes Ligas. Su protector, el Hermano Gilbert, le había estimulado siempre a progresar en el béisbol. Fue él quien lo recomendó al Sr. Jack Dunn, propietario y administrador del equipo de Baltimore, los Orioles. George tenía entonces diez y ocho años. Un día, el Hermano Gilbert llamó al joven pelotero: -Ven, quiero que conozcas a alguien que puede ayudarte mucho. Lo condujo enseguida donde estaba el Sr. Dunn. -George, te presento al Sr. Jack Dunn, dueño de los Orioles. El muchacho se quedó asombrado. Ignoraba las gestiones que había venido realizando su protector. ¡Conocer a un personaje importante de las Grandes Ligas y estrechar su mano! Dunn le habló un rato de béisbol. Luego le pidió que se pusiera el uniforme y fuera al patio. Durante media hora le hizo lanzar la bola, mientras le daba valiosos consejos. Finalmente, le dijo que esperara allí y se fue a hablar con el Hermano Gilbert. Al cabo de un rato lo llamaron. -George,- le preguntó el Sr. Dunn -¿te gustaría jugar pelota profesional? El mozo pensó: -¡Eso es como preguntarle a un pez si quiere nadar!- Y respondió con firmeza: -¡Claro que sí! ¿Cuándo empiezo? Pero el Hermano Gilbert interrumpió su explosión de entusiasmo. -Un momento, George. Jugar pelota profesional es un asunto serio. No se trata de jugar por mero gusto, como lohacen los muchachos en un solar vacío. Los miembros del equipo los Orioles saben mucho más de béisbol que tú. Tendrás que luchar mucho. El Sr. Dunn está dispuesto a pagarte $25 semanales durante los seis meses que dura la temporada de pelota. ¿Aceptas? -¡Veinticinco dólares semanales! ¡Una fortuna! Además- y ésto era lo más importante -¡jugar en las Grandes Ligas! ¡Acepto! Cuando George se presentó al adiestrador del equipo, aquel lo recibió con este comentario: -Bien, aquí está el último bebé (babe) de Jack. De ahí en adelante, el mundo deportivo conoció a George Herman Ruth por el nombre de Babe Ruth. Millones de admiradores suyos en todos los continentes jamás supieron su verdadero nombre. Después de haber pertenecido a los Orioles, jugó con los Medias Rojas de Boston y con los Yanquis de Nueva York. Con este último equipo realizó sus más destacadas hazañas deportivas. Era el ídolo de grandes y chicos. Pero Babe Ruth no fue sólo un gran jugador de pelota. Como hombre se distinguió por su simpatía, sencillez, bondad y profundo amor a los niños. Una vez visitó a un chiquillo que se encontraba gravemente enfermo en el hospital. -¿Cómo estás? He venido a verte porque quiero que te pongas bueno pronto. -Estoy muy enfermo, Babe. -Prométeme que pondrás de tu parte todo lo que puedas para recobrar tu salud. Yo, en cambio, te prometo dedicarte un cuadrangular. -Te lo prometo, Babe. El pequeño se sintió enseguida muy animado. Babe Ruth cumplió lo prometido, contribuyendo así a que el niño recobrara su salud. Babe Ruth se retiró del béisbol en 1938 y murió en 1948, a los cincuenta y tres años de edad. Las Grandes Ligas han producido muchos bateadores formidables, pero nadie ha podido igualar siquiera la marca de sesenta cuadrangulares en una temporada de 154 juegos, que él estableció en 1927. Como pelotero y como hombre, George Herman Ruth fue un ser humano excepcional. Probó que a pesar de la pobreza podemos triunfar en la vida si tenemos vocación decidida, voluntad firme y propósitos elevados. |