¿Cómo
te llamas? |
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En los pueblos salvajes, el nombre propio de un muerto puede
convertirse en tabú y habrá qué cuidarse de pronunciarlo. Algunas
tribus llegan a cambiar el nombre de sus difuntos para que estos no se
sientan convocados cuando se habla de ellos. Otros van más lejos y
llegan a cambiar incluso su propio nombre para que el muerto no los
reconozca y evitar así los males que les pudiera traer desde el más
allá. Se sabe que un investigador reportó que durante su estancia con
un grupo de primitivos, algunos animales y ciertos objetos vueltos tabú
habían cambiado de nombre hasta tres veces. Sin
embargo, el hombre considerado normal no está exento de comportarse de
manera muy particular frente al nombre propio. Con relación a ello
podemos comentar que uno de los fenómenos más cotidianos es la
confusión o el olvido de un nombre propio. Generalmente no les
atribuimos gran importancia a estas fallas de la memoria, no se
considera que tengan mayor significación. Pero para aquel que dedique
un poco de tiempo al estudio de estos olvidos tendrá que reconocer que
no son del todo triviales. Una persona que se dedica a las ventas
intentaba recordar el nombre de uno de sus clientes y por más que se
esforzaba, no conseguía dar con el apelativo en cuestión. Tiempo
después llegó al conocimiento de la causa de su olvido: recordar el
nombre que buscaba le haría recordar también el nombre de otra persona
a la cual preferiría olvidar. Lo mismo puede ocurrir cuando se guarda
un cierto enfado con la persona cuyo nombre se olvida, es como si se
tomara una venganza efectiva con tan sólo atacar su nombre propio. Un
ejemplo ilustrativo se muestra en la película Hanibbal cuando el doctor
Lecter le hace ver al inspector italiano de apellido Spallanzani que su
imposibilidad de ascender en su carrera policíaca está fundada, en
gran medida, en el odio inconsciente que se guarda contra él por
compartir el apellido de un villano de la historia italiana.
Para el salvaje, el nombre propio llega a ser una parte esencial
y una propiedad importantísima de la personalidad. Si bien la
relevancia y carácter mágico que el primitivo le impone al nombre
propio nos resulta curiosa y arcaica, la que se le ofrece en nuestra
propia cultura no carece tampoco de interés.
Algunos ejemplos pertenecen al campo de lo llamado enfermo u
anormal: Una mujer con ideas obsesivas se negaba a escribir su nombre
por temor a que alguien pudiera llegar a tomar posesión de su
personalidad a través de él. Un hombre con ideas de persecución se
impone la tarea de tomar nota del nombre completo de todas las personas
que tratan con él, esta labor le otorga cierta tranquilidad y le hace
sentir protegido.
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Otras
actitudes frente al nombre propio son del todo verificables. Suele
ocurrir en las dependencias públicas, centros comerciales o lugares
donde se presta un servicio, que le sea exigido su nombre a la persona
que presta la atención. Esto es signo de que hubo una fricción (aunque
se puede pedir el nombre también cuando se recibe un buen trato) y que
la cosa no va a terminar ahí. Cualquiera que haya vivido la experiencia
puede atestiguar que después de un episodio tal es difícil deshacerse
de un difuso sentimiento de angustia. Quizá la próxima vez que usted intente abordar a una persona del sexo contrario, con intenciones de galanteo, no debería preguntarle primero su nombre; porque los ejemplos demuestran que dar el nombre no es cualquier cosa y usted puede resultar muy atrevido. Mejor ofrezca el suyo y lo estará ofreciendo todo.
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